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Los obispos mexicanos ante los retos de Francisco
L

os obispos mexicanos reunidos en asamblea tienen la obligación de manifestarse ante los desafíos que el papa Francisco colocó en aquel memorable mensaje en catedral el 13 de febrero de 2016, durante su visita a México. La respuesta de los prelados mexicanos tiene que ir más allá del pregonado regaño que fue mediáticamente lo más llamativo y la sentencia improvisada de si hay que pelear, peléense como hombres. El texto de Francisco es profundo y todo un programa que redefine los cauces de la jerarquía católica mexicana. Francisco en catedral diseña un modelo más pastoral de Iglesia y una nueva ruta a los obispos mexicanos. El Papa no quiere príncipes y les pide a los obispos ir a lo esencial: No pierdan tiempo y energías en las cosas secundarias, en las habladurías e intrigas, en los vanos proyectos de carrera, en los vacíos planes de hegemonía, en los infecundos clubs de intereses o de consorterías. No se dejen arrastrar por las murmuraciones y las maledicencias. En el fondo, Francisco cuestiona la ilegítima y excesiva vinculación entre la Iglesia y el poder político, entre la jerarquía y el poder económico; el Papa rechaza a los obispos de Estado, a los prelados de bancada y a los monseñores litigantes. Les pide, en cambio, observar la mirada de Guadalupe: “Mirar con delicadeza y respeto, sobre el alma profunda de su gente; desciendan con atención y descifren su misterioso rostro. Sean, por tanto, obispos de mirada limpia, de alma transparente, de rostro luminoso. No tengan miedo a la transparencia. La Iglesia no necesita de la oscuridad para trabajar. Vigilen para que sus miradas no se cubran de las penumbras de la niebla de la mundanidad; no se dejen corromper por el materialismo trivial ni por las ilusiones seductoras de los acuerdos debajo de la mesa; no pongan su confianza en los ‘carros y caballos’ de los faraones actuales”.

El mensaje de Francisco en catedral es una pieza importante que debe mandatar a la jerarquía mexicana. Es evidente que el discurso fue meticulosamente elaborado, con citas precisas, metáforas y símbolos bien pensados. Fue una disertación larga de cerca de 4 mil 500 palabras, cuyo contenido pone en evidencia que la jerarquía católica mexicana experimenta desde hace lustros desunión y fracturas. Fisuras entre el clero secular y el religioso; entre los laicos y una Iglesia clericalizada; entre los religiosos y las religiosas; entre la Iglesia y el pueblo, entre los propios obispos. La jerarquía carece de liderazgos verdaderos y tangibles; cada obispo se mueve de manera asimétrica, en cambio el conjunto de obispos están acomodados en la zona de confort que el poder secular les ofrece y carecen de un compromiso evangélico que se percibe en la constante caída de católicos en el país.

Los mayores reproches de Francisco a los obispos mexicanos fueron su desunión y su discrecionalidad con los poderes públicos y económicos. Durante la visita, era paradójico y contrastante que mientras Francisco cuestionaba la cultura del descarte, en cada uno de los actos los lugares de privilegio fueron otorgados a las élites sociales con los que la jerarquía se ha acostumbrado a departir, convivir y transar. Por ello Francisco demanda a la Iglesia mexicana no sólo optar por los pobres, los mendigos y excluidos de la sociedad, sino que les rogó: No caer en la paralización de dar viejas respuestas a las nuevas demandas. Vuestro pasado es un pozo de riquezas donde excavar, que puede inspirar el presente e iluminar el futuro. ¡Ay de ustedes si se duermen en los laureles! Ni aventurarse en los fundamentalismos, así lo dijo, para volver a tener certezas provisorias.

Los obispos mexicanos reunidos en su asamblea ordinaria tienen el compromiso de reaccionar ante el programa y las apuestas que Francisco les ha encomendado. Algunos, como el cardenal Norberto Rivera, usando su semanario, Desde la Fe, están en desacuerdo con el Papa, a quien le reprocha estar mal informado y aconsejado. No es el único: también lo respalda el obispo de Irapuato, José de Jesús Martínez Zepeda. Se aferran a los viejos paradigmas incluso preconcilares. Mientras Francisco venía a México de un histórico encuentro ecuménico en La Habana con el patriarca Kirill, de la poderosa Iglesia ortodoxa rusa, los redactores del semanario arquidicesano, en su polémico editorial titulado Un episcopado a la altura, presumía la gran resistencia que la Iglesia católica mexicana ha opuesto a la expansión de las comunidades protestantes. A diferencia de pocos obispos, como Arizmendi, de San Cristóbal de las Casas, la mayoría no ha reaccionado públicamente ante el llamado de Francisco. Se percibe cierta apatía en muchos prelados, o temor a pronunciarse sin antes tomar partido de manera colegiada. Por ello, más que el cambio en los nombramientos en la dirección de la CEM, resulta más importante la recepción al mensaje de Francisco. Dicho con otras palabras: es menos importante si el cardenal Francisco Robles continúa como presidente o si van a linchar al secretario Eugenio Lira Rugarcía que la necesaria renovación pastoral a la que Francisco ha invitado a los obispos mexicanos. No concuerdo con aquellas tesis de supuestas primaveras episcopales en México; el papa Francisco sabía muy bien que le hablaba a una de las conferencias más conservadoras y reacias de América Latina. El episcopado mexicano no ha salido aún de aquel perfil que configuró el nuncio Prigione de prelados disciplinados a Roma, fieles a la ortodoxia y doctrina, con poco carisma y un perfil intelectual chato.

La visita de Francisco ha levantado muchas expectativas, ahora entre los laicos, religiosas, religiosos, bajo clero y asociaciones civiles de inspiración cristiana de que debe operarse una deseable renovación pastoral y profética en la cabeza de la Iglesia católica. ¿Sabrán responder los obispos a los retos sembrados en México por el Papa? ¿Tendrán la humildad de reconocer extravíos y enmendar el rumbo? O reaccionarán como la clase política que ante señalamientos críticos de Francisco le aplauden y con cinismo se les resbalan. Es el momento, ha llegado la hora. La palabra la tienen los obispos mexicanos.