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Ruta Sonora

The Rolling Stones: sus entrañables majestades

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na ráfaga de fuego inaugural vaticina el ritual que de no ser sagrado para quienes lo ejecutan, no llevarían más de 50 años haciéndolo rodar sin hastío alguno: “damas y caballeros… ¡The Rolling Stones!”, se escuchó en los altoparlantes el pasado 17 de marzo, segundo concierto (el primero fue el día 14) de esta leyenda británica en México (en cuarta visita desde 1995) dentro de su gira Olé por ocho países de Latinoamérica, que concluirá hoy con un histórico concierto en La Habana, Cuba.

118 mil cabecitas blancas, grises, negras, en ambos conciertos (casi 60 mil, sólo aquel jueves de San Patricio), se estremecieron al tener ante sus ojos, aún vivos y palpitantes, a los mismísimos creadores (entre otros de su generación) del concepto del rocanrol: ese estallido agresivo que proviene del blues y es llevado a una expresión tercera que implica inconformidad, insatisfacción, malos modales y cínica adolescencia perenne, envuelto en la riqueza del espectáculo glamoroso; paradoja que es perdonada en cuanto sus ancestrales acordes definitorios llenan el aire. Si bien esta agrupación, segunda en dimensión legendaria después de The Beatles como uno de los actos más importantes en la historia de este fenómeno cultural que se niega a fenecer, ya tenía dada la inmortalidad hace décadas, el aferre de Mick Jagger, Keith Richards, Charlie Watts y Ronnie Wood los eleva a cuasideidades terrenales que no parecieran querer dejar el escenario sino hasta morir sobre él y hasta no habernos enterrado antes a todos los demás.

Ruinas de una antigua civilización majestuosa

Con impactante condición física, voz impecable, potente, llena de aliento a pesar de los saltos y las carreras que pega, inquieto, incansable, Michael Phillip Jagger abre en exceso la boca para dejar abiertas otras miles, sin dejar de ser sensual y exquisito en sus bailes, cual si tuviera 30 años menos que sus compañeros, en su infinita destreza para ser quien da soporte a un concierto de dos horas, desprovisto de la megaparafernalia de giras pasadas: ahora, el poder de sus conciertos está basado en los ataques desnudos de Watts a los tambores, de Ronnie a la guitarra, la cítara, la slide-guitar, y los toques de fantasía del jefe Richards en la de seis cuerdas.

Esta vez, el rito se inició con Jumping Jack Flash, y uno de los generadores de riffs más memorables estaba ahí quizá por última vez en México, ofreciendo uno de sus muchos llamados al estremecimiento: con mayor parsimonia que antes, con la falta de prisa de quien ya lo vivió todo y se siente en su recámara ante miles, Richards y su rostro de pergamino permanece con el swing intacto, para hacer salir de entre sus dedos ese ritmo que, en sus palabras, ha existido desde siempre: el blues. It’s only rock’ n roll, Tumbling Dice, Out of Control, Paint it Black, Honky Tonk Women, Let’s spend de night together (canción ganadora de la encuesta al público), calentaron una noche que explotaría del todo poco después. Y es que los años no acarician. Si bien es innegable su maestría, los golpes de Charlie ya no son tan fuertes, la precisión y uniformidad en la mano de Keith ya no son las mismas. De pronto parecían tocar en cámara lenta, pero cómo refutarles cosa alguna. Ronnie entraba al quite a llenar de distorsión las notas, mientras la gárgola mayor limitaba a momentos estelares sus ejecuciones, sin dejar de hacer constantemente hacia el público el saludo espiritual sufí que desea paz al prójimo.

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El incansable e inquieto Mick JaggerFoto Fernando Aceves

En perfecto español, Jagger habló al público varias veces: ¡Viva México, cabrones!, ¡Qué chingón estar aquí! Esperemos este concierto sea mejor que el primero, La última y nos vamos... Hizo bromas, lanzó piropos: “La próxima semana dará aquí un concierto Donald Trump, y cantará The Wall”; Qué buen ambiente hay aquí. ¡Ustedes son para nosotros aire fresco!, dijo en alusión a la contingencia que vivió la Ciudad de México.

El momento romántico, dijo el correoso cantante, llegó con Angie. Intimidad y belleza, cuando Richards tocó en acústico You got the silver y Happy: es ahí donde más brilló y se le vio más a gusto. Gastado el papel de tipo duro y peligroso, pasó a ser el abuelo entrañable de sonrisa conmovedora y magia en las manos. A partir de ahí, y mientras Jagger quizá se fue a dar unos toques de oxígeno, el concierto ya sólo fue para arriba: gigantesca Midnight Rambler; bailadora Miss You con el groove del bajista Darryl Jones; sensual Gimme Shelter con la gran vocalista Sasha Allen; grandes teclados con Chuck Leavell (ex Allman Brothers). Altísimo momento demoniaco con Sympathy for the Devil, Jagger envuelto en un gran abrigo rojo de plumas e imágenes chamucas mil en pantallas. Start me up y Brown Sugar cerraron espléndidas antes del encore, finamente acompañados por el Coral mexicano Elementuum para You can’t always get what you want, previo a cerrar apoteósicos con ese himno llamado Satisfaction.

El privilegio de haber bebido de la sangre de estos seres, a ratos disminuidos por el tiempo cual ruinas de una antigua civilización majestuosa, llega a su fin con la sensación, ahora sí, de que no se repetirá. Queda la satisfacción de haber comulgado el cuerpo del rocanrol; tocamos su manto, creímos, lo vimos resucitar, nos regaló un poco de su gloria siniestra... Amén. (Conciertos)

Twitter: patipenaloza