Opinión
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Isocronías

Palomares en lo más del corazón

Y

o sé dónde se encuentra/ dónde está cantando ahora y comiéndose las hormigas/ el pájaro que vuela arriba de las nubes/ el que sabe andar por los sueños./ Estaba acostado patas arriba en el techo/ murmurando que tenía ganas de matar/ y espantando los perros que se le venían del cielo/ y escupiendo los tigres y diciendo:/ Yo sí que voy a pegarle a los perros que se me vengan/ yo sí que no les tengo nadita de miedo./ Y con las enormes alas azules les daba y les enterraba cuchillos/ y me llamaba a mí y me decía:/ Ayúdame, ayúdame./ Entonces terminó y se puso a meterse entre todas las nubes/ allá, muy lejos, cerca de una laguna.

El poema se llama, ya lo dice un verso, Patas arriba en el techo, está dedicado A Adriano González León, del irreverente grupo El Techo de la Ballena, y procede del libro Paisano, publicado a los 29 años por el venezolano Ramón Palomares, quien con Vicente Gerbasi, Juan Sánchez Peláez y Rafael Cadenas (sobreviviente entre los nombrados –Palomares, el más joven, falleció el pasado día 4)– fue parte del notorio resplandor lírico del país bolivariano durante (aunque no sólo) la segunda mitad del siglo XX.

Hay nombres afortunados. El de Ramón Palomares tiene lo suyo de discreto zureo: se deja, no se hace oír. Fue lo que llamó mi atención del ejemplar de Monte Ávila que no sé cómo me llegó en la frontera entre dos décadas: 70-80. Una vez extraviado, nunca olvidé su restallante, oscuro relampagueo, mezcla de mito y de raíz y vuelo desaforado; pero también lengua al alcance de la imaginería popular, aun con sus –no exentos de humor– ribetes cultos o cultistas:

Pajarito que venís tan cansado: “Pajarito que venís tan cansado/ y que te arrecostás en la piedra a beber/ Decíme. ¿No sos Polimnia?/ Toda la tarde estuvo mirándome desde No sé donde/ Toda la tarde/ Y ahora que te veo caigo en cuenta/ Venís a consolarme/ Vos que siempre estuviste para consolar/ Te figurás ahora un pájaro/ Ah pájaro esponjadito/ Mansamente en la piedra y por la yerbita te acercás/ –‘Yo soy Polimnia’/ Y con razón que una luz de resucitados ha caído aquí mismo/ Polimnia riéndote/ Polimnia echándome la bendición/– Corazón purísimo./ Pajarito que llegas del cielo/ Figuración de un alma/ Ya quisiera yo meterte aquí en el pecho/ darte de comer/ Meterte aquí en el pecho/ Y que te quedaras allí lo más del corazón.” (De Adiós Escuque, 1975).