Opinión
Ver día anteriorLunes 7 de marzo de 2016Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La razón de la gente
M

irabeau, ese desenfadado aristócrata francés que se hizo revolucionario, dijo una frase enigmática digna de ser recordada hoy: cuando todo mundo se equivoca, todo mundo tiene razón; sospecho que cuando la pronunció estaba rodeado de los nobles de su clase, perplejos por los nubarrones revolucionarios que se cernían sobre sus cabezas, tratando de encontrar el sentido de lo que sucedía; no eran tan perspicaces como su brillante compañero de clase social. Algunos tal vez entendieron, ya tarde, al pie de la guillotina.

Los hombres que dirigen la política errática en México hoy día –Peña, Salinas, Osorio Chong, Meade, Nuño, Vidergaray–, sus asesores y paniaguados, deberían meditar en ese momento y en esas palabras. Todo mundo, excepto ellos mismos, coinciden en que el país pasa por una crisis que rebasa todo límite, el barco se les hunde; muchos, en todos los sectores sociales, a todo lo ancho y largo del país, tienen uno o muchos motivos de queja.

Los agravios, en lugar de satisfacerse, se acumulan y crecen; la clase gobernante sigue creyendo que todo mundo se equivoca y lo cierto es que todo mundo tiene razón; en Veracruz y en Michoacán, en el sureste y en el norte, la gente reclama y está harta. Los maestros que no se rinden, ahora hasta los que fueron calificados de ser la luz de México reclaman por la falta de técnica en la evaluación de la que salieron airosos; con más razón lo hacen quienes serán despedidos y sus cientos de miles de compañeros indignados; la verdad es que no hay un estado de la República en que no se encuentre resistencia magisterial, abierta o soterrada, pero incansable y convencida de tener la razón.

La marginación y la pobreza aumentan; no es necesario ser un experto economista para llegar a esa conclusión, basta ir a cualquier lado donde la gente se reúna para percibir la pobreza y sentir la angustia de quienes carecen de seguridad para su futuro. La violencia repunta hasta en la Ciudad de México, recién estrenada como entidad federal: el número de ejecuciones se incrementó aquí también y mensajes sobre los cuerpos abatidos, que en la capital veíamos como propios de pueblos lejanos, aparecen una y otra vez, ya hasta colgados en puentes hicieron su presencia para nuestra preocupación y azoro.

Pero no es todo: el sagaz gobernador del Banco de México descubre lo que el pueblo ya sabía porque lo está viviendo, que el desempleo va en aumento y así seguirá; los capitales golondrinos vuelan a otros aleros donde medrar; Petróleos Mexicanos es lanzada a competir con las poderosas empresas privadas con una mano y un pie cercenados y, lo peor, hasta sin cabeza.

En otro campo de interés público las cosas no van mejor. La Comisión Interamericana de Derechos Humanos, en su informe sobre México, reitera que aquí se tortura, se violan procedimientos legales, se usan métodos inaceptables para obtener pruebas y confesiones; las autoridades pretenden matizar, pero quienes han sido víctimas de esos atropellos así lo confirman. Los padres de los 43 estudiantes desaparecidos en Iguala, Guerrero; los familiares de los jóvenes levantados en Tierra Blanca, Veracruz, y muchos, decenas, centenas, quizás miles en todo México, con voz pública o sin ella, organizados o no, lo saben con certeza, porque lo que la Comisión Interamericana corrobora, la gente lo ha sufrido en carne propia.

A los destinatarios hipotéticos de la frase de Mirabeau, por otra parte, ya no les alcanzan las curitas y las cafiaspirinas para curar pulmonías y mutilaciones. La publicidad ya no es suficiente para distraer y engañar; la realidad nos rodea y ya no se puede ocultar. No basta repetir una y otra vez que todo va bien cuando lo que se ve y se vive dice otra cosa; no sirve tampoco profetizar que todo se compondrá en un futuro incierto, que en unos años, pronto, a mediano plazo las obtusas reformas estructurales darán frutos y harán tangibles sus beneficios.

A ellos, a los responsables de las decisiones mal tomadas, les toca rectificar, reconsiderar, tomar algunas medidas racionales, no aislarse, no buscar soluciones fundadas en la amenaza cumplida del despido o en la persecución indiscrimina a cargo de soldados y policías. Vemos jueces a modo y procuradurías, tribunales y hasta embajadas, codo con codo, tratando de tapar el sol con un dedo defendiendo al sistema y a sus más acabados modelos.

Por nuestra parte, a la gente, a los gobernados, nos corresponde en primer lugar no perder la esperanza; mantener la organización y ampliarla, mostrarnos solidarios, capacitarnos y prepararnos. Hay pueblo, hay dirigentes, la liga se ha estirado demasiado y las coyunturas de cambio aparecerán. Si para los gobernantes todos estamos equivocados y ellos en lo cierto, significa que todos, los gobernados, tenemos razón.