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Nosotros ya no somos los mismos

El City manager, consagrado a la limpia en la delegación Miguel Hidalgo

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Arne aus den Ruthen Haag, en imagen de archivoFoto Luis Humberto González
I

maginemos: es miércoles 3 de febrero. Ayer, día de la Candelaria, acorde con la prédica de mi libro de historia sagrada, que conservo desde mis tiempos de presidente de la congregación Mariana, con los Hermanos Lasallistas, efectué la levantada del niño Dios, del nacimiento que instalé en mi casa en diciembre pasado.

De acuerdo con un capítulo bíblico (Lev.12:1-8), ese día, hace años, se efectuó la presentación de Jesús de Nazaret en el templo de Jerusalén y la purificación de la virgen después del parto. En verdad que los hebreos no se miden en eso de la pureza. ¿Cómo se atreven a pretender purificar a quien es la pureza misma, la virgen, madre de Dios? A ella, quien ni siquiera tuvo que rebajarse a una relación carnal (relación que, por otra parte, a quien se le ocurrió fue al padre eterno, o sea al CEO celestial), para concebir al hijo de Dios. A ella, intocada por ser humano, le fue concedida la inmaculada concepción con el simple hálito del 33 por ciento de la divina Trinidad (el Espíritu Santo). Esta tradición nos llegó con la Conquista y nosotros la adaptamos y mejoramos: si el día 2 de febrero levantan y se llevan al niño Dios al templo, ¿qué caso tiene seguir con el árbol? Guardamos esferas, luces, reyes magos, los animalitos que rodean el pesebre y no olvidamos al humilde buen hombre que juega el rol de papá. El pino, mala costumbre, se va a la basura. Y además hacemos propia la ocasión para que quien se sacó el muñequito el 6 de enero pague la multa de la tamaliza. Pues eso precisamente estaba haciendo el miércoles, recargando mi arbolito en la pared de mi casa, cuando de pronto, no sé si emergió del empedrado o cayó de lo alto, pero ante mí apareció un ser extraño con un raro instrumento con el que apuntaba como si pretendiera desintegrarme. Me rodeó, tomó todos mis ángulos, registró la fachada de mi casa y un auto que ni era mío. Mientras, pasó tocando su campana uno de los chicos que anuncian el paso del camión recolector de la basura. Saludé a Sixto, con quien me veo casi a diario, y le dije que ahí le tenía unos jarabes para la tos, que me habían ayudado mucho para la carraspera. Enfrenté al intruso y le exigí una explicación de su invasiva conducta. Le hice ver que ahora sí lo había salvado la campana (en este caso la de la basura), porque si no mi arbolito se lo habría incrustado en la retaguardia. Todavía me alegó que era el City manager (que yo había entendido como un personaje publicitario del City market). Pues entonces, no eres nadie, no existes. Eres una invención de tu acalorada mente, un trastorno sicótico que te provoca alucinaciones y delirios. En ningún organigrama, plantilla, nómina o presupuesto gubernamental existe ese cargo, puesto o responsabilidad. Bueno, ni siquiera en las listas en que muchos sindicatos otorgan posiciones a sus aviadores comisionados aparece tal ocurrencia. Eres un usurpador que mereces ser periscopeado y exhibido en todas las redes sociales. Espérate a Halloween, vístete de manager y comienza a ofrecer trick or treat.

Con todo respeto, pero por elemental economía procesal y, como se acostumbra en los contratos, el personaje a quien voy a referirme, en razón de su eterno e intraducible nombre propio: Arne Sidney aus den Ruthen Haag, de aquí en adelante será designado como el actor. Al respecto, comienzo por decir que los antecedentes de él no son la mejor recomendación. Ciertamente, es un político movido, con iniciativa, pero no suficientemente serio y consistente. Prefiero los protagonistas que los meros espectadores, pero la actitud protagónica tiene ya una carga peyorativa evidente. El actor ha sido siempre proclive a la espectacularidad, a los reflectores y los encabezados. Aunque no se puede desconocer que en un mundo de invidentes y anodinos funcionarios el actor es el tuerto que atrae la atención y provoca simpatías poco racionales.

No he oído que se le acuse, como a la mayoría de los jefes delegacionales (de todos los partidos), de cochupos y transas (sin descontar que quizá ya ando afectado también del oído), pero la ambición desmedida y sin escrúpulos por migajitas, no de ternura sino de poder, es igual de preocupante. Juzgue usted: el actor fue diputado propietario de la Asamblea en 1997. Pues como se quedó picado y en 2006 el PAN, su partido, le negó la candidatura, aceptó un baje en el escalafón y aceptó ser sólo suplente, con el pragmático y rendidor principio de lo perdido, lo que aparezca. En 2000 llegó a ser jefe delegacional, encargo en el que mostró su faceta autoritaria y exhibicionista. Encarnando al sheriff de Maricopa, Arizona, Joe Arpaio, al grito de chipote con sangre sea chico o sea grande, la emprendió contra los ambulantes que habían invadido su territorio sin tener green card. Visitó el Zócalo para un picnic de protesta cacerolera, aunque jamás se le ocurrió asomarse a un espacio tan lejano anímica y culturalmente de él como el Templo Mayor.

Uno tiene que preguntarse: ¿cómo puede ser posible que el ex diputado y ex jefe delegacional se haya atrevido a acciones que él debería saber están al margen de la ley? ¿Es un ignorante, un provocador, un prepotente o un enfermo de reconocimiento y aplauso? Seguramente él sabía que su periscopeada tenía una fecha fatal y pronta, pero ya había calculado los beneficios irrebatibles que conseguiría con su calculado proyecto de integrarse a los cuatro fantásticos, defensores de la humanidad. Si Mancera se descuida, en lugar de esa impronunciable conjunción de cuatro consonantes, el inolvidable DF, a propuesta del City manager, se llamaría ciudad Gótica o Gotham city y el actor se ahorraría cuatro palabras en su firma: en vez de Arne Sydney aus den Ruthen Haag sería simplemente Batman. ¿Y Robin? Pues de entrada manejaría el Periscope y el batimóvil. En la baticueva los periscopes están prohibidos. ¿No ven que violan el derecho a la intimidad?

Mal, muy mal el pronunciamiento de la Confederación Patronal de la República Mexicana, en el que apoya el registro y transmisión de las grabaciones que realiza el actor. ¿Opinarían igual si el periscopio estuviera en sus juntas de consejo, todas dentro de la ley y la ética empresarial que presumen pero que no se objetiva en las adquisiciones, los estudios, análisis, asesorías y obra pública que contratan con el sector público? Mal, muy mal que Ricardo – Sheldon– Anaya convoque a todas las autoridades de origen panista a que imiten el audaz e ilegal comportamiento del actor puntero en la nominación del Óscar cívico. ¿No entendió lo que tan precisa y claramente explicó el joven maestro Silva Herzog?, que la gente repite con sencillez abrumadora: al gobierno, sólo lo expresamente autorizado; al ciudadano, todo lo que no le esté expresamente prohibido. La solución es simple para el actor: renuncie a su cargo de titular de la Dirección General de Administración Delegacional y cumpla su sueño dorado: Charles Bronson, Death wish (1974), ex veterano de Vietnam, ante la ineficacia policiaca, vengador personal, de la muerte de su esposa e hijos. Robert de Niro, Taxi driver (1976), ex veterano de Vietnam, después de pelear por su país en tierras lejanas, ahora lo hace dentro del mismo, no sólo en defensa de una indefensa adolescente, sino en contra de sus ex compañeros que, descubre, son los verdaderos enemigos. Robert Ginty, The exterminator (1980), ex veterano de Vietnam que, ante la indolencia de la autoridad, dedica su vida a vengar la muerte de su amigo, víctima del crimen organizado y se convierte en el vigilante de la ciudad y no simplemente en El chismoso de la ventana (Martínez Solares, con Clavillazo y la inolvidable Marthita Mijares). Michael Caine, Harry Brown (2009). También soldado jubilado a quien unos pandilleros asesinan a su mejor amigo. Como no encuentra a nadie que lo apoye, se consagra a la limpia de delincuentes y ambulantes en la delegación Miguel Hidalgo.

Podría terminar con el mejor ejemplo, abrumador por cierto en este alegato sobre los ciudadanos que se arrogan la responsabilidad de enfrentar a los malos en defensa de la gente: Llámenme Mike, Alejandro Parodi (1978). Pero como de todas las películas que he producido ésta es de mis mayores satisfacciones, la dejaré para mejor oportunidad.

La única consideración que dejo al final es que la loable actitud del actor tiene antecedentes y que una pequeña diferencia es que sus antecesores nunca ejercieron su actividad, ya fuera dentro o fuera de la legalidad, amparados y cubiertos por un cargo público y con el disfrute de una generosa remuneración quincenal. Flash, Batman o Supergirl, que yo sepa, no estaban en la nómina.

Don Ricardo Anaya: ¿Qué tal que en vez de incitar a la violación de la ley convoca a sus diputados a generar iniciativas que incorporen a la normatividad el aprovechamiento de las tecnologías de punta?

Twitter: @ortiztejeda