Opinión
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Umberto Eco (1932-2016)
H

ay autores que durante largo tiempo fueron para generaciones sucesivas, compañía de lectura cotidiana por encarnar, (siempre es un decir) la novedad del momento. En mis tiempos de joven fueron dos: Roland Barthes (1915-1980), quien murió atropellado por una furgoneta justo enfrente de La Sorbona, y Umberto Eco, de personalidad y talante muy distinto, antes que nada semiólogo y profesor en la Universidad de Bolonia, ampliamente conocido como ensayista antes de la aparición de su novela estrella, El nombre de la rosa (1980), llevada al cine por Jean Jacques Annaud, en 1986.

Confieso que recuerdo mucho mejor la película y hasta puedo recrear mentalmente varias escenas, que el libro, aunque leí las novelas que le sucedieron como El péndulo de Foucault y El cementerio de Praga. Estoy esperando que aparezca por estos lares Número cero, en versión original. Ignoro la razón, pero me atrevo a decir que los libros de Eco funcionan muy bien en traducción al inglés y en cambio en traducciones a nuestro idioma tienden a producir la impresión de que envejecieron, o al menos así me ha sucedido durante los últimos días en los que a modo de pésame y de homenaje a su memoria he releído, pasajes de Obra abierta, Apocalípticos e integrados y La estructura ausente. No sé si eso tenga que ver con la índole de la traducción o si lo que sucede es que en cuanto a temporalidad, estos ensayos sobre lingüística y comunicación están plenamente anclados en la Galaxia Guttenberg y debido a que siempre abordan temas relativos a los medios de comunicación, los contenidos son ajenos al quiebre que indudablemente ha tenido lugar a partir de la red. Resulta anacrónico, por reiterado, leer que ninguna obra de arte es de hecho cerrada, sino que el mensaje (la frase) se abre a una serie de connotaciones.

Un ejemplo: mientras escribo esto, ingresa en mi ámbito un adolescente que trae consigo su sonido y escucho la frase: los marcianos llegaron ya y la respondo: llegaron bailando el ricachá. No hay de otra, toda persona que conozca el cha cha cha de los Ovnis, que en versión musical al parecer fue formulado por Adalberto Martínez para la película El imperio de las sombras, conoce la llegada de los marcianos que llegaron en platillos voladores. El nuevo marciano se sorprende de que yo sepa del ricachá. Los profesores conminan a los preparatorianos a tomar conciencia de tales absurdos generados no hace tanto tiempo. La temporalidad es importantísima en el mundo de los signos y más en los medios de comunicación.

Los libros de Eco que he mencionado envejecieron sin que por ello dejen de ser consultados como fuentes de época en torno a determinadas disciplinas y medios como la televisión y, sobre todo, la música. Escuchando una obra de Webern, se reorganizan una serie de relaciones (p. 84 de Obra abierta, editorial Ariel). Lo principal que se entresaca es lo siguiente: ¿Cómo está confeccionado y cómo se transmite el mensaje? Y además: ¿en qué tiempo y en qué circunstancias se transmite?

“En los cuadros ‘informales –dice Eco– parece reconocerse la presencia de una regla, de un sistema de referencias”. (Estructura ausente) y menciona a Mahiew, yo podría proponer a Pollock, pero ambos obedecen si no a un mismo gremio en cuanto a eliminación de la mímesis, si a la idea de abstraccón libre. Un parámetro totalmente distinto me propone una lámina de Gabriel Ramírez que tengo a la vista y parece referida a una forma especial de escritura no legible. Y aunque es cierto que la libertad creadora del artista parece más restringida de lo que se cree, eso ocurre cuando el autor artista se propone realizar una serialización, vienen automáticamente a la memoria obras de Vicente Rojo de la época de México bajo la lluvia, a la vez que observo con atención el modo en que Francisco Castro Leñero ha dispuesto paralelas, diagonales y entrecruzamintos en unas acuarelas que están además fuertemente tonificadas (quiero decir armadas) por el color, siempre mate y por una inquieta geometría, propia de su quehacer de entonces o si se quiere de su estilo temporal.

Acepto la noción de Eco: cada uno de los mencionados tiene parámetros precisos, pero éstos tienen sus causas en el periodo, en el que el artista está construyendo y en efecto hay condicionantes, perfectamente conscientes y también preconscientes, que al igual que una ética están determinando un cierto modo de hacer que admite variantes, pero dentro de determinados parámetros estructurales. No se trata de limitaciones a la libertad, sino de elecciones de estructura que se persiguen. Como sucede con Felguérez en varios medios durante lapsos más o menos largos.

Por su belleza y actualidad volvió a fascinarme sobre todo el ensayo que trata de los espejos, que empieza con dos preguntas. (Los espejos) ¿son fenómenos semióticos?, ¿o son signos las imágenes reflejadas en su superficie? Eco recalca que los espejos no invierten la imagen, como acostumbramos a considerar, sino que registran lo que incide en éllos (…), pues no hay imagen especular ni derecha o izquierda si no hay referente de la imagen, misma que no está dentro del espejo (como Alicia). De aquí la necesidad de congelarla que es lo que hace la placa fotográfica. En el espejo, el objeto está allí, causando la imagen, en la foto el encuadre viene ya dado. La placa fotográfica sí trasmite el signo.

Eco no es un autor ligero, como dijeron incautamente algunos personajes entrevistados, durante el velorio-homenaje en el castillo Sforza. Sólo el cómico Roberto Begnini reparó en la gravedad y la densidad de su prosa.