Opinión
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Raíces de la guerra
C

inco niños mataron a uno de sus compañeros, de seis años, jugando a ser sicarios. Nada les había hecho. Lo sofocaron. Como aún vivía, le lanzaron piedras. El cadáver tenía 22 puñaladas.

¿Cómo llegamos a esto? No hay explicación posible. No puedo, no quiero analizarlo. Resisto la tentación de hacerlo. Sería inmoral.

Pero tampoco puedo callar. Es hora, por ejemplo, de ventilar una de las hipótesis más serias sobre el origen de la ola de violencia que nos abruma.

Producir y traficar drogas no es en sí fuente de violencia; no la provocó por un siglo. De pronto, en 1971, Nixon declara la guerra contra las drogas. Quienes más han padecido sus efectos, en Estados Unidos, rastrearon el contexto en que nació y descubrieron un hecho central: el temor y ansiedad que produjeron en la élite blanca los avances y movilizaciones de negros y latinos. La flamante legislación sobre derechos civiles que consiguieron impedía atacarlos directamente. La droga fue el pretexto para lanzar una guerra contra B&B, Black&Brown, negros y morenos…

No hay aquí teoría de la conspiración. Los presos de la guerra contra la droga son sobre todo B&B y en su mayoría inocentes. Se creó un dispositivo para hacerse cargo de ellos y se le puso nombre: el complejo carcelario industrial. La denominación es heredera de la idea del complejo militar-industrial, el término acuñado por el presidente Eisenhower para denunciar al fin de su gestión influencias injustificadas sobre el gobierno en favor del armamentismo y la política militar e imperialista.

Mayor número de prisioneros requirió más cárceles. Se encomendó al sector privado construirlas y administrarlas. Cada nueva cárcel generó corporaciones que proporcionaran servicios para operarla. Para que todas obtuvieran sus ganancias necesitaban, como cualquier capitalista, aumentar el volumen, conseguir economías de escala. Hacían falta más presos. Se produjeron.

Murió, en ese proceso, el sistema judicial. Los estadunidenses presumían con razón del que tenían; era uno de los mejores del mundo. No era para todos. Tenía vicios. Pero era también fuente de justicia. Ya no. Como obstaculizaba encarcelar rápidamente más presos se le hizo a un lado. Se dice al preso inocente que se le acusará de crímenes con sentencias de varias décadas y hasta pena de muerte. Aunque se pierda, por falta de pruebas, el juicio tardará varios años, que el preso soportará en la cárcel y le costará mucho. Si acepta declararse culpable le darán sólo uno o dos años, con un acuerdo fuera del tribunal. La mayoría acepta. Actualmente, menos de 10 por ciento de los casos llegan a juicio.

Por todo eso Estados Unidos tiene ya la cuarta parte de los presos de todo el mundo, y 5 millones más bajo estricto control: en libertad provisional. La operación genera inmensas ganancias para unas cuantas empresas, que ejercen la influencia indebida que temía Eisenhower. Algunas producen también dentro de las cárceles, donde tienen trabajadores bajo control.

El propósito central de la guerra ha sido intimidar a B&B. Destrozó a una generación entera de líderes negros y morenos y buscó impedir que surgiera una nueva, pues los jóvenes son el principal objetivo de la guerra, que complementa las cárceles con centros de detención para deportar y el muro, con sus fuerzas militares y paramilitares.

La guerra ha fracasado en su propósito: se multiplican movilizaciones y nuevos liderazgos, pero exige lucha y resistencia. Para protegerse de ella y detenerla la gente se está inspirando en sus propios pueblos indios, que mucho saben de guerras como ésta… y en los de acá. Algunos se afiliaron a la Sexta y asistieron a la escuelita. Encontraron en los zapatistas fuente de inspiración. Tienen claro que no pueden hacer en San Francisco o San José lo que se hace en Oventic. Hacen las cosas a su manera, según su tiempo y geografía, pero toman prestadas tecnologías que aprendieron en Chiapas: la escucha, la asamblea, caminar al paso del más lento, mandar obedeciendo…

El momento es atroz. Como anticiparon los zapatistas, la tormenta está desatada y no hay zonas de refugio. Por eso es tan importante visibilizar los espacios en que no sólo se resiste, sino se construye un mundo nuevo… para aprender de ellos, para saber que cuesta mucho trabajo y entereza, pero es posible hacerlo. No es el paraíso. Persisten tensiones y contradicciones. Pero es fuente clara de esperanza.

Nuestros pueblos originarios empezaron a mostrar su fuerza y vitalidad en 1992 y modificaron la agenda nacional a partir de 1994. El inmenso triunfo de los acuerdos de San Andrés, que no se acaba de examinar con rigor a 20 años de distancia, aumentó el temor de los de arriba. No están amenazados con la extinción física, pero sí con el fin de su lugar en la sociedad, de su capacidad de opresión y explotación, de su clase. Por eso respondieron con traición y con guerra. No es solamente contra los pueblos originarios, pero es principalmente contra ellos. Por eso necesitamos prepararnos junto a ellos y con ellos enfrentar lo peor…que aún está por venir.