Opinión
Ver día anteriorViernes 26 de febrero de 2016Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Papa, ajustes y masacres
T

res hechos simbólicos parecen ser un hito en el tiempo político actual. Son tres mensajes: la visita del papa Francisco, los ajustes presupuestales y las masacres cotidianas. El primero fue la visita que resultó un réquiem por nuestra laicidad republicana; el segundo es la evidencia de que los proyectos centrales del presidente Peña están tocados en serio con sus consecuencias y el tercero es la afrentosa revelación de matanzas humanas cotidianas en todo el territorio.

Los tres hechos parece que envían una alerta para encontrar una respuesta a una cuestión central: qué hacer ante el agrietamiento de lo que entendimos por el México deseado.

1. La desaparición del laicismo la certificaron Peña Nieto comulgando durante la misa papal en la Basílica, los besos al anillo de san Pedro por parte de los gobernadores Pavlovich de Sonora y Velasco de Chiapas y la imploración de la procuradora de la República al Papa para que le bendijera una medallita al momento de despedirlo. Así se rindió la plaza de la República, el botín quizá sea el artículo tercero constitucional y ciertas concesiones de medios de comunicación.

2. Los proyectos de infraestructura ensoñados fueron confiados a un financiamiento sin respaldo, colgados del clavo del precio del petróleo y lógicamente cayeron junto con él. Se plantearon bajo una hipótesis de una situación financiera que de pronto desapareció. A ese enorme déficit se le enfrentó con deuda para que las obras maestras de Peña sigan levantándose. Pronto veremos la inviabilidad financiera del trenecito a Toluca, que nunca tuvo tal viabilidad.

3. Las masacres y asesinatos significativos se dan cotidianamente por todos lados: Guerrero, Michoacán, Sinaloa, Coahuila, Tamaulipas, Veracruz y más. Ante ellos el gobierno presume de la disminución de los delitos, habla de un gran progreso en la materia. Los optimistas discursos presidenciales son verdaderamente desconcertantes frente al baño de sangre evidente.

La consecuencia de estos tres eventos, con el agregado de otros muchos creados durante los años anteriores, tiene un grave efecto que el gobierno tampoco quiere advertir y es el hartazgo, la irritación y una creciente conducta violenta.

Ante este conjunto de situaciones, la reacción popular formula su propia deducción amarga sobre el futuro inmediato, razonamientos estimulados por la ausencia de un liderazgo nacional de carácter moral, el propio de los grandes estadistas ante caos nacionales. El sentir popular sobre el futuro inmediato es de seria preocupación, espoleada por el tiempo político que corre y ante el terrible vacío de propuestas imaginativas, sobresalientes, esperanzadoras, de cómo alcanzar un fin de fiesta sexenal sereno.

Está claro que estamos inmersos en un peligroso dilema de definición nacional, de incertidumbre sobre las habilidades supuestas a un gobierno, de dudas sobre el desarrollo y el alto crecimiento de la violencia social. Lo alarmante es que no hay a la vista una idea vigorosa sobre cómo terminar el sexenio. ¿No se ve, no se valora la gravedad de la situación? O no se sabe qué hacer. Sí, sí se sabe qué se quiere: cuidar la imagen de Peña, seguir fincando su obelisco en la historia.

Mientras él se erige vencedor, la población grita, clama por que se atiendan sus miserias y no parece ser oída. Sólo se oyen las mismas redundancias utilitarias de que sigan las celebraciones. Otros días se pagarán los costos.

Es inadmisible seguir viviendo en el ahogo de la corrupción pública y privada; en el abuso del poder, en el desencanto frustrante por la impunidad y dentro de una sociedad en vías de fragmentarse, de desafiarse y enemistarse consigo misma en busca de salidas, legítimas o no, ante un destino amenazante. Los agravios la irritan y pronto podrían desbordarla. Enfáticamente, nada avanzará en un país sojuzgado por la corrupción, la impunidad y la descomposición social. Un cuerpo tantas veces herido, un pueblo tantas veces oprimido, despreciado, violado en su dignidad, dijo el Papa.

Ante esta realidad y a tres años de gobierno de desgastes naturales, es indispensable la restauración temática y orgánica del gobierno. Hay muchos problemas pendientes de gobierno y mecanismos que reordenar y fortalecer. Un ejemplo sería estructurar las múltiples agencias de seguridad, siguiendo su vocación por el mando único. Una red hoy sostenida precariamente sólo por la autoridad personal del propio Peña y su secretario de Gobernación, pero con riesgos permanentes de fractura.

Deben erigirse los pilares del nuevo templo, el que habrá de subsistir lo mucho que queda del siglo. Hay muchos temas que cada especialista privilegiaría, pero este enfoque es primero de gobernabilidad y de un avance por una justicia social eternamente aplazada, simulada, o por lo menos insuficiente. Son condiciones previas que se juzgan indispensables en un proyecto del país deseado.