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El beisbol en su laberinto
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El cubano Yulieski Gourriel (izquierda) durante el partido contra México en la Serie del Caribe, que se llevó a cabo el pasado día seis en República Dominicana. El jugador y su hermano Lourdes, estrellas del equipo nacional de la isla, abandonaron el equipo tras ser contratados por agentes deportivos internacionalesFoto Afp

No tocar duro nuestras verdades levanta muros, pudre capitales. Silvio Rodríguez.

S

e pudiera decir que Cuba es el único país del mundo donde la pelota no es sólo el pasatiempo y deporte nacional, sino también una razón de Estado y parte indispensable del espíritu de nación. Para cubanos y cubanas es el único asunto que no es indiferente. Para bien y para mal, el ánimo de la pelota refleja el del país y viceversa.

Por eso el primer paso es des-secretizar las decisiones relativas a su presente y futuro y acabar de canalizar el caudal de talento y criterios de peso de nuestros 11 millones de habitantes que somos, casi genéticamente 11 millones de mánagers de beisbol.

Las dos puntas del nudo.

Existen dos aspectos que si seguimos sin llamarlos por su nombre y sin buscarle solución serán el lastre eterno que nos ahogue sin que lleguemos nunca a tocar fondo o, peor aún, quedemos varados ahí, inmóviles y viendo cómo se nos va, también con la pelota, un proyecto de país libre e independiente.

Hablemos primero de lo que nos viene de fuera.

De un lado está la guerra sucia, sórdida y constante para desmontar y desmovilizar todo lo que recuerde que en este país se hizo una revolución para ser independientes, para manejarnos sin amos.

Nuestros equipos de pelota (y de casi todos los deportes) viajan a los eventos estresados, con miles de controles, restricciones, acosados tanto económica como políticamente. Los equipos cubanos son los únicos que tienen que aguantar intrusiones de personas que saltan al terreno con pancartas políticas, con consignas contra el gobierno. Muchas veces son personas que no tienen el valor de decirlas en Cuba y mucho menos la honestidad de traducirlas en una propuesta concreta de programa político. Hasta ahora, la tendencia general es alinearse con el programa de reconquista de los patrocinadores externos.

Ningún otro equipo tiene que sufrir el sobrevuelo de salivantes buitres ofreciendo contratos, atacando la autoestima y la moral de los atletas. Es una guerra sicológica que no puede resultar en nada bueno, sobre todo teniendo en cuenta que en nuestro patio las cosas no andan nada bien.

Es una política hipócrita y degenerada en la que las autoridades del deporte profesional se lavan las manos, como el famoso Poncio, y se declaran incapaces de increpar a su gobierno para que permita que los peloteros residentes en la isla puedan jugar legalmente en Estados Unidos, mientras los acogen cuando desertan y emigran de manera ilegal.

Es un gran negocio en el que no se excluyen verdaderos parásitos que viviendo en Cuba como potentados en su calidad de funcionarios se han ido llevándose consigo a peloteros en plena capacidad y además hasta bases de datos de prospectos desde edades tempranas.

Por supuesto que lo más natural es que los atletas aspiren a hacer parte de su carrera en la élite de su deporte, en este caso las grandes ligas. Es necesario dejar de culparlos. Cualquier ser humano en su sano juicio, incluso siendo consciente de que el deber de un hombre está allí donde es más útil, tiene anhelos de superarse, de ponerse metas y de vivir lo mejor posible, de acuerdo con sus capacidades y en el tiempo que tiene para desplegarlas.

Pero es necesario denunciar, hacer público y que los periodistas que cubren los eventos filmen y difundan cómo ocurre, quiénes lo hacen, exponer a quienes están detrás de ese mercado negro. La transparencia pasa por dejar de lado la censura con esos hechos que nos ponen como el avestruz, con la cabeza bajo tierra y el resto del cuerpo al aire.

Parte del apoyo a nuestro deporte nacional, a esa pieza indispensable de todo el complejo entramado que constituye nuestra nacionalidad, radica en dejar de manejar esos asuntos en el reducido y secreto grupo de quienes, a final de cuentas, sin el escrutinio público, terminan manipulando y posponiendo la solución a un problema ya demasiado viejo y conocido. Y hacer esto sin importar que salten nombres que puedan resultar sensibles.

Quienes directa o indirectamente, fuera o dentro de Cuba, contribuyen al desangramiento de nuestros talentos, a que los deportistas deserten y la decepción de un pueblo entero, tienen que ser denunciados, expuestos y, cuando sea posible, puestos a disposición de la justicia.

Quienes representan en las instituciones la dignidad de todo un pueblo tienen la responsabilidad histórica de exigir y buscar un cambio de política que sólo conduce a lacerar en lo más profundo el sentido de pertenencia a un país, a un proyecto de vida de millones de personas.

Hablemos desde dentro.

Por otra parte, continuando la idea del vínculo entre pelota y política en Cuba, tampoco puede ignorarse el padecimiento burocrático que se sufre. Grupos de funcionarios apegados a circulares y directivas, en algunos casos verdaderamente mediocres con probada trayectoria política (que la vida ha demostrado en muchos procesos la temporalidad de tal lealtad política en cuanto cambian un poco las condiciones), desdirigiendo una actividad que afecta a la mayoría del pueblo.

Son cientos de miles los deportistas, entrenadores, trabajadores de los estadios, asistentes, profesores vinculados directamente a la práctica del beisbol y quienes mucho tienen que decir y hacer, pero nunca son consultados, nunca los vemos en la pantalla exponiendo sus criterios. Casi sin excepción tienen que aceptar las estructuras, admitir sin interpelar lo que viene de arriba y cuando expresan sus criterios en alta voz, como el caso de Urquiola y muchos otros, son sencillamente apartados.

Ni qué decir de los criterios y propuestas de millones de aficionados en todo el país que son totalmente ignorados. Esos mismos millones de aficionados que repletan los estadios, que siguen a sus equipos, que vibran con cada triunfo y, de un tiempo a esta parte, sufren las constantes derrotas y el desmantelamiento de un espectáculo que nos sostiene como nación.

Una persona humilde a quien considero realmente sabia suele decir: Si le tienes que tocar la cola al perro, no comiences por la cabeza. Este es un asunto para tratar sus esencias. Ya produce más que aburrimiento ver a gran cantidad de comentaristas deportivos yéndose por las ramas, tratando de traer optimismo en un terreno en el que de lo que se trata es de ser realistas. La pelota está en crisis, y esa crisis es fundamentalmente del alma.

¿Cuántos entrenadores cubanos están brindando sus servicios fuera del país? ¿Por qué? ¿A dónde van los fondos que recaudan con su trabajo y que no perciben? Y aquí hablo de transparencia. Como ahora dicen los jóvenes, no me inflen, por favor. ¿Por qué si el beisbol y toda la estructura en que se desarrolla son un bien público no se hacen públicas las cifras, los presupuestos, cuánto se invierte realmente en mejorar las condiciones de los terrenos, las condiciones de vida de los deportistas? ¿Hasta dónde es sostenible y puede ser próspera una estructura centralizada en la que la mayoría de las personas no participamos ya ni como espectadores? ¿Cuándo los directivos del beisbol van a dar la cara en la prensa y sostener un diálogo público y constructivo con los deportistas y con el pueblo? ¿Cuándo nuestra prensa dejará de repetir (no digo hasta el cansancio, pues algunos parecen incansables) que hay que tener confianza en la dirección? ¿Es que no podemos darnos cuenta que si no somos transparentes no podrá haber confianza?

Nos enorgullecemos de los niveles de instrucción de nuestro pueblo, pero constantemente se le trata como al mayor de los ignorantes. ¿Hasta cuándo se va a subestimar la inteligencia de los cubanos y cubanas? El nuestro es un pueblo trabajador, que ha dejado la piel y la sangre en nuestras tierras y en otras partes del mundo defendiendo las causas más justas. ¿Cómo entonces seguirlo marginando de la información (que se filtra ya como agua en el colador) y de la participación en las decisiones que afectan nuestras vidas?

La mayoría de nuestro pueblo quiere seguir yendo a sus estadios a vibrar con cada jugada, a aupar y vitorear la camiseta que los representa, en nuestras series y en los torneos en el exterior. Pero cada día se nos empuja fuera del juego.

Estamos tocando fondo, como la canción de Silvio que utilizo al principio. Cuando eso sucede, lo único que se puede hacer es afincarse en el firme y subir. Pero para eso tenemos que hacerlo en conjunto, sacarnos la mojigatería funcionarial, constatar ciertas verdades, verdades colectivas, no doctrinales, sacarnos las máscaras y agarrar entre todos y todas el toro por los cuernos.

Hay que dignificar la vida de quienes desde la base y hasta los atletas de alto rendimiento contribuyen a mantener la conciencia nacional. Es necesario buscar fórmulas en las que gobiernos y organismos locales patrocinen la práctica de la pelota. Hace falta que las autoridades del beisbol rindan cuentas públicas, se sometan al debate con deportistas, entrenadores, periodistas y aficionados. De nuevo la pelota es un bien público de todo el pueblo cubano, es patrimonio nacional, nos pertenece a todos y todas.

Quien esté a cargo debe entender que no está en una posición de poder, sino ejerciendo una responsabilidad pública y, por tanto, tiene que responder ante todos y todas. Si no, ¿para qué están ahí? Y más aún: ¿para qué estamos nosotros aquí?

* Investigador del Instituto de Filosofía, La Habana.