20 de febrero de 2016     Número 101

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

Zonas de Reserva Campesina,
opción real de reforma agraria, obstaculizada por terratenientes*

Luz Angélica Dueñas Checa Estudiante del Doctorado en Desarrollo Rural, UAM-Xochimilco


FOTO: imagenagropecuaria.com

Desde inicios del siglo XIX, todos los periodos de cambio, ajustes y avance del sistema capitalista en Colombia, el acceso y el control de la tierra han jugado un papel central tanto para los terratenientes como para los campesinos, indígenas y afros, que durante todo este tiempo han creado y recreado diferentes formas, figuras y medios para acceder a la tierra.

En todo este periodo, los primeros años de la década de 1990 establecen un parteaguas: en 1991 las comunidades indígenas ganaron una importante lucha al lograr el reconocimiento jurídico de los Cabildos Indígenas, los afros lograron con la Ley 70 de 1993 el reconocimiento de las Consejos Comunitarios y los campesinos lograron la inclusión de las Zonas de Reserva Campesina (ZRC) como una figura jurídica que les permitiría más adelante hacer realidad una reforma agraria en la que la producción social campesina del territorio será su principal componente.

Las ZRC surgieron como una opción para que el campesinado, como sujeto histórico político, pudiera delimitar, asignar y aprovechar el territorio de una manera autónoma, comunitaria, solidaria, organizada y participativa, y en el que además de reivindicar su derecho a la tierra pudiera desarrollar su proyecto de vida con base en los saberes ancestrales. Ello, con el reconocimiento jurídico en la Carta Magna.

No obstante, las ZRC, como todo proceso social, se ha desarrollado en medio de fuertes tensiones, pues ha puesto en jaque algunos intereses del capital que no pueden entrar a estos territorios y mucho menos concentrar la tierra como hace tiempo lo venían haciendo.

Estas tensiones han desatado fuertes luchas comunitarias, ya que después de lograr el reconocimiento jurídico de seis ZRC, este proceso fue detenido por el presidente Álvaro Uribe y actualmente se encuentra en debate en las mesas de diálogo en La Habana entre las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército Popular (FARC-EP) y el gobierno de Juan Manuel Santos.


FOTO: Diario de Huila

Así, las luchas, las formas organizativas y comunitarias, los procesos identitarios, la economía campesina y las relaciones sociales que se tejen dentro de estas Zonas se constituyen en un referente importante que es necesario conocer y profundizar críticamente, no sólo para fortalecer el ejercicio alternativo de producción social campesina del territorio que están llevando a cabo las comunidades de las ZRC (tanto en las legalmente constituidas como en las que se encuentran en proceso y las de hecho), sino además para aportar al debate de la construcción de otros mundos posibles.

Las ZRC se han constituido en el escenario propicio para la materialización del derecho a la tierra desde una perspectiva comunitaria, donde priman los procesos organizativos propios de las comunidades que habitan en este territorio y dentro del cual se da cuenta del ejercicio de apropiación, distribución equitativa de tierras y ordenamiento territorial autónomo.

Las Zonas de Reserva Campesina surgen en un contexto histórico determinado por dos fenómenos importantes: el primero corresponde a las formas organizativas campesinas que las antecedieron, entre las que se destacan las Zonas de Autodefensa Campesina (ZAC), las Rochelas y los Baluartes campesinos, y el segundo es el relativo a las movilizaciones campesinas de la Amazonía y los Llanos Orientales. ocurridas entre 1985-1987 y las marchas cocaleras realizadas en 1996.

Las ZAC, las Rochelas y los Baluartes campesinos se remontan a la época de la Colonia a finales del siglo XVIII, donde el proceso de resistencia por parte de los campesinos les permitió defender y conservar sus formas de vida, saberes, identidad y cultura. Las Rochelas se ubicaron en territorios periféricos y dispersos en un espacio lo suficientemente extenso, con el fin de evitar que los españoles impusieran sus leyes y de que los arrochelados pudieran mantener sus propias costumbres trasgrediendo todo orden español.

Las Rochelas se constituyeron entonces en las primeras formas organizativas de subvertir el orden impuesto por el sistema colonial, por medio de la creación de sus propios mecanismos de cohesión social y de alternativas viables de supervivencia al margen de las estructuras de poder.


FOTO: Vanguardia Liberal

Por su parte, los Baluartes campesinos surgieron a inicios del siglo XX en el contexto de las luchas socialistas de esta época, que incluían en sus reivindicaciones el apoyo total a los campesinos colonos que exigían la titulación legal de las tierras que se habían visto obligados a ocupar y a mejorar para sobrevivir con sus familias. Estos Baluartes fueron constituidos en 1925 y 1926 por tres cooperativas o asociaciones campesinas que ocuparon terrenos baldíos del Estado y que más adelante fueron amedrentados, reprimidos y violentados por terratenientes que pretendían adueñarse de este territorio. En respuesta a la fuerte represión y la matanza ocurrida el 7 de septiembre de 1921 en Lomagrande, los Baluartes campesinos decidieron recuperar las tierras usurpadas.

Finalmente, las ZAC surgieron en respuesta a la violencia bipartidista (1949-1964) que obligó a los campesinos a defenderse en diferentes territorios del país, principalmente en Tolima, Huila y Cauca. Dichas Zonas fueron capaces de consolidar un modelo propio de desarrollo rural que les permitió durante algunos años resolver las necesidades que el Estado jamás pudo atender. Sin embargo, ante el peligro que éstas representaron para los intereses del capital, el Estado desarrolló una política anticomunista contra los campesinos, motivada e influenciada por la guerra fría; eso llevó al Estado a denominar a esta forma organizativa como “Repúblicas independientes” y establecer una estrategia de extermino que se concretó en la “Operación Marquetalia” el 27 de mayo de 1964. Ante la represión y violencia absoluta del Estado Colombiano, los campesinos deciden defender su territorio con las armas y su movimiento terminó transformándose en las FARC.

El segundo fenómeno histórico que dio lugar a la formación de las ZRC corresponde a las movilizaciones ocurridas entre 1985 y 1987 y a las marchas cocaleras del año 1996, que obligaron al gobierno a negociar con las comunidades y acceder al pliego de peticiones de los campesinos. Así, en 1985 durante el gobierno de Belisario Betancourth se dieron las primeras discusiones sobre el proceso de ordenamiento territorial para poner fin a los problemas de concentración de la tierra, colonización y expansión de la frontera agrícola. En 1987 se realizó la marcha sobre San José del Guaviare, la cual centró su punto de negociación en la creación de una figura que permitiera a las organizaciones la titulación de la tierra condicionada a la preservación ecológica, con un tope mínimo y máximo de acumulación de tierras, situación que apuntaba a una verdadera reforma agraria en Colombia y que ha sido evadida durante siglos por todos los gobiernos que han ejercido el poder en el país.


FOTO: Vanguardia Liberal

Estas marchas y movilizaciones de miles de campesinos lograron poner en jaque al gobierno de Ernesto Samper y en 1994 se reconoció legalmente la figura de ZRC en la Ley 160 de 1994, Capítulo XIII “Colonización, Zonas de Reserva Campesina y Desarrollo Empresarial”; Ley que ha sido reglamentada por el Decreto 1777 de 1996 y del Acuerdo 24 de 1996 de la Junta Directiva del Instituto Colombiano para la Reforma Agraria (Incora).

Sin embargo, pese a la reglamentación y existencia jurídica de las ZRC, su puesta en práctica ha sido totalmente complicada porque va en contra de los intereses del capital nacional y trasnacional, los cuales han tratado por todos los medios de bloquear esta opción de organización territorial campesina. Esta situación de represión ha dado como resultado que el proceso de constitución legal de las ZRC esté detenido por los organismos estatales y que muchas de las organizaciones campesinas constituyan de hecho las Zonas de Reserva. Por ello, hoy se puede hablar de tres tipos de ZRC: las legalmente constituidas, las que están en proceso y las de hecho.

*Extracto editado del proyecto de tesis de la autora para alcanzar el título de doctora en desarrollo rural, por la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Xocimilico (UAM-X). “Zonas de Reserva Campesina en Colombia: Una experiencia alternativa al desarrollo rural”.

La hidra del capital y
la resistencia de los pequeños

Manuel Antonio Espinosa Sánchez
Estudiante de la Séptima Generación del Doctorado en Desarrollo Rural de la UAM-X

“El abismo no nos detiene,
el agua es más bella despeñándose”
Ricardo Flores Magón
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A la memoria de Guillermo Navi Ramos

Al pequeño grupo de quienes impulsan la fase actual del modo de producción capitalista no le bastan las usuales estrategias de apropiación del plusvalor mediante la explotación laboral y la manipulación de la circulación de mercancías en el mercado. Y por ello ha recurrido a mecanismos de despojo y apropiación de los espacios territoriales más recónditos y, hasta hace algunas décadas, marginales en los que pueblos enteros se han recreado al cobijo de la madre tierra.

Ahí, en esos rincones del planeta, abundantes en minerales, agua y vida, los pueblos desplegaron su territorialidad y aprendieron a construirse un mundo propio con base en el trabajo colectivo que sintetiza los saberes ancestrales –despreciados por el saber técnico-, en lo que hemos llamado aquí configuraciones socioecológicas. De tal forma, la interacción entre esos grupos sociales y la madre tierra dio a luz repertorios socioculturales para la reproducción social que son únicos en su cosmos, corpus y praxis y que reclaman un futuro utópico en el presente.

Ya hemos señalado en otros escritos cuáles son los trabajos que pueden revisarse para comprender esas relaciones sociales y ecológicas y por qué constituyen una alternativa civilizatoria de frente al modo depredador y explotador de la sociedad burguesa y por ello no insistiremos. Sin embargo, sí queremos señalar que las luchas y las resistencias de esos pueblos, que devienen a escala microlocal, son el Heracles dando el golpe final a la hidra capitalista que ha bebido de su propio veneno, como señaló Marx en sus términos.

En cada territorio de nuestra Abya Yala existen miles de casos en los que las resistencias de los pequeños y las subalternizadas, de los explotados y las marginadas, asestan golpes fatales al capitalismo, a sus detractores en los gobiernos-trasnacionales y a sus expresiones sistémico-estructurales. Un magnífico ejemplo es el caso de las luchas de los pueblos de Colombia que se enfrentan al poder gamonal de la burguesía terrateniente conservadora y de los liberales tecnócratas que se han avasallado ante los corporativos trasnacionales. Ambos son cómplices del imperialismo yanqui que los aprovisiona con pertrechos militares para amedrentar a sus opositores. Empero, el poder ha encontrado su parangón en los pueblos de tez morena y oscura.

Con todos los ‘asegunes’ y claroscuros que se puedan apreciar e intuir en los procesos y las movilizaciones políticas –en las urbes y en las chagras-, los pueblos colombianos han sido capaces de abrir múltiples frentes por la defensa de su territorio, por la visibilización de los mecanismos de dominación colonial, por la autonomía en la que quepan muchos mundos y por la defensa y liberación de la madre tierra que da cobijo y alimento, sentido de pertenencia y proyección histórica.

Desde las luchas de las Dignidades (Agropecuaria, Papera, Cafetera, etcétera), de la Cumbre Agraria, de la Organización Nacional Indígena de Colombia (ONIC), y del Coordinador Nacional Agrario (CNA), hasta los enfrentamientos asimétricos con el ESMAD que han tenido que sobrellevar los pueblos nasa en el Cauca, así como los procesos de construcción de territorio que se ven reflejados en los múltiples organismos del Consejo Regional Indígena del Cauca y la Asociación de Cabildos Indígenas del Norte del Cauca, vemos claramente que las resistencias por la autodeterminación y la justicia en los que la madre tierra, al ser liberada, devuelve gallardía a sus hijas e hijos a quienes les ha venido amamantado con sed de paz pero también con hambre de dignidad.

La racionalidad extractivista y de desposesión que el poder intenta forzar en los territorios de los pueblos de Colombia, para escapar momentáneamente a la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, sin saberlo, ha delimitado su propio horizonte de posibilidad porque en los barrios populares del sur de Bogotá y en los poblados rurales del Macizo Colombiano se escucha un solo grito: “queremos poder para el pueblo”.

Mientras, en el Palacio, él tiembla, y reza su mantra “el tal campo no existe”. ¿Escucharon?

 
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