Opinión
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Aprender a morir

Reinterpretaciones

L

a palabra es tan delicada como resbaladiza, al grado de convertirse en un arma que, si no se sabe usar, constituye una amenaza para los que anden cerca y para el propio usuario, que no por tenerla en mano puede garantizar que el tiro no le salga por la culata, dependiendo sobre todo de la intención y dirección de sus disparos. De ahí que a lo largo de la historia el número de profetas, mesías y redentores haya sido superado por la enorme cantidad de exégetas, intérpretes, analistas y traductores dedicados a aclarar y precisar lo que en realidad quiere decir aquello que han dicho y no lo que se entendió.

El papa Francisco, poseedor de una humanidad y una sencillez que hacen recordar las de Juan XXIII si no fuera por su formación jesuítica, desde su llegada al Vaticano se ha dedicado a reinterpretar y hacer más accesible a los sencillos –como nos llama la Biblia a los que no pertenecemos a algún círculo de poder espiritual o terrenal, o sea a la inmensa mayoría– lo que en realidad quieren decir los textos bíblicos, y de ninguna manera lo que se ha entendido y puesto en práctica en los últimos 2 mil años. Ya era hora, sólo que las consecuencias de la primera interpretación a punto están de acabar con el planeta. De la furia de Yahvé en tono de rabino malhumorado, a la versión amabilizada pero tardía de un Dios comprensivo, en apariencia preocupado por la acumulación de tantas torpezas.

Si el Génesis, primer libro del Antiguo Testamento, escrito mil o 2 mil años antes de Cristo, afirma que Dios creó al varón a imagen y semejanza de él, y a la hembra a imagen y semejanza del hombre, puesto que la formó de una costilla de Adán –prueba de que el Creador ignoraba los deliquios del matrimonio–, las cosas se complicaron –para los sencillos, no para las vertientes religiosas que propició el contradictorio libro– cuando señala textualmente varios preceptos divinos.

“Creced y multiplicaos, y henchid la tierra y enseñoreaos de ella, y dominad a los peces… y a las aves… y a todos los animales…”, para ahora aclarar el Pontífice en su encíclica Laudato si que todos tenemos que cuidar la casa común, la saqueada tierra, por ricos y pobres, y que multiplicarse no quiere decir hacerlo como conejos, y que henchid no es sobrepoblar, y que enseñorearse no es apoderarse, y que dominar no es explotar. Vamos, lo opuesto a lo que el mundo y todas sus religiones han seguido al pie de la letra.