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El silencio no es inmóvil
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Arvo Pärt
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Periódico La Jornada
Sábado 6 de febrero de 2016, p. a12

Entre el alud de joyas que esplenden en los estantes de novedades discográficas descansa un monumento: la grabación en devedé de la más reciente producción de Arvo Pärt, esta vez con el creador escénico Bob Wilson: Adam’s Passion, editada por la compañía especializada en las bodas de música y escena: accentus, asentada en Leipzig.

Este hermoso documento dura 90 minutos y fue filmado en paralelo con The Lost Paradise, el primer documental internacional dedicado a un artista que no da entrevistas y en esta ocasión nos vuelve a sorprender porque permitió que una cámara y un reportero lo siguieran durante un año entero, para realizar este hermoso testimonio, tanto en su casa de Talinn, Estonia, como en sus paseos por el bosque y a la orilla del mar y también por viajes que efectuó en Alemania, Italia y Japón.

Ambos materiales fueron realizados para festejar el cumpleaños 80 de Arvo Pärt, que ocurrió el 11 de septiembre pasado.

La filmación del estreno de Adam’s Passion sucedió la noche del 12 de mayo en una vieja fábrica de submarinos rusos: la Noblessner Factory, localizada en Tallinn.

Adam’s Passion está compuesta por cuatro obras de Arvo Pärt en una puesta en escena a cargo de Bob Wilson. Ambos maestros de la luz y del silencio, que no es inmóvil.

Comienza con una partitura que escribió Arvo para la ocasión y está dedicada a Bob Wilson: Sequentia, que funge a manera de introducción para la obra central: Adam’s Lament y ascender a partir de la Tabula rasa y llegar al clímax con el Miserere, todas obras del autor estoniano.

Al fondo arriba del amplísimo inmueble se ubicaron los músicos: la Tallinn Chamber Orchestra, el Estonian Philharmonica Chamber Choir, dirigidos por Tonu Kaljuste. Es decir, los mejores intérpretes de Arvo Pärt, pues ellos fungen como su instrumento a la hora de componer, revisar, estrenar.

Suena el silencio. Se mueve. Casi imperceptible. Jamás se había escuchado de manera tan portentosa la música de Arvo Pärt. Mientras transcurre el filme, las bocinas reproducen la música desnuda. Ocurren las bodas del ojo con el oído. Se ve lo que se escucha. Se escucha lo que se ve. El silencio. Que no es inmóvil.

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Portada del devedé

El estilo Bob Wilson en acción. La luz. Maestro de la luz. Y del silencio. Nubes sobre el piso del escenario, una cruz estilizada a manera de pasarela para un hombre desnudo que al llegar hasta el extremo del proscenio toma una rama del piso y la deposita en su cráneo. El bosque. El paraíso terrenal. Lo que Adán perdió y Arvo pone como la gran tragedia de la humanidad. Una catástrofe cósmica. La pérdida de la inocencia.

Cuando hace su entrada en escena la legendaria bailarina minimalista Lucinda Childs comienza la explosión del silencio.

Entran niños en escena y sucede la única escena fallida: niño y niña apuntan con metralletas de cartón, en un anticlímax fatal, pero que no da al traste con la obra, que recobra su atmósfera de ensueño. Un ambiente de paz interior. Luz interior.

Podría comparar mi música con la luz blanca, que contiene todos los colores, escribe Arvo Pärt. Y así ocurre en escena.

¡Deténte! Sumérgete en el momento, permanece en él y vívelo como si fuera la eternidad, escribe Arvo. Y así ocurre en escena. La noción de tiempo se desvanece.

Siempre me ha cautivado la verdad, que concilia el tiempo suspendido. La verdad es atemporal e inmortal, escribe Arvo. Y así ocurre en escena.

Suena la música tintinábuli que inventó Arvo Pärt. Se mueven los cuerpos de manera imperceptible. Pocas notas, mucha música. Mientras menos notas suenan, hay más música. Un ligero aumento de luz.

Luego de presenciar este montaje escénico-musical, Gidon Kremer, uno de los músicos-instrumentos de Arvo Pärt, lo describió así: es una declaración de quietud, un manifiesto para la concentración en las cosas esenciales.

Bob Wilson declaró: la música de Arvo Pärt es muy difícil de poner en escena y por eso no la pone en escena sino crea un ambiente, un espacio donde el público pueda escuchar mejor y es por eso que la música de Arvo Pärt suena como nunca: portentosa.

Esta música, agrega Bob Wilson, crea un espacio mental que nos habilita para la reflexión.

Es una meditación.

Y todo fluye.

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