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Ni todos juntos podemos más que tú
P

or la vía de una de las tantas redes sociales me llegó un chiste ingenioso –muchos lo habrán leído– fundado en una práctica nuestra escandalosamente antirrepublicana, antidemocrática e inmoral. Aquí lo empleo a manera de epígrafe.

“La ONU acaba de finalizar la encuesta más grande de su historia. La pregunta fue: ‘Por favor, diga honestamente qué opina de la escasez de alimentos en el resto del mundo’. Los resultados no han podido ser más desalentadores (y) la encuesta ha sido un total fracaso. Los europeos no entendieron qué significaba ‘escasez’. Los africanos en general no sabían lo que era ‘alimentos’. Los argentinos no entendieron qué quería decir ‘por favor’. Los gringos preguntaban qué significaba ‘el resto del mundo’. Los cubanos pedían que les explicaran qué significaba ‘qué opina’. Y en el Congreso de México, hasta hoy se debate sobre qué quiere decir ‘honestamente’.”

En su libro Derecho Parlamentario, Francisco Berlín Valenzuela decía, a principio de los 90, que la historia del órgano parlamentario de la primera mitad del siglo XX había sido la de una enorme grisura a causa de las dos guerras mundiales. En América Latina la grisura no sólo se extendió en la segunda mitad de ese siglo, sino que se tornó en penumbra ante las dictaduras sudamericanas. Sin tener una dictadura militar a consecuencia de un golpe, el funcionamiento anómalo de los partidos políticos, la sumisión del Legislativo al Ejecutivo y unas elecciones falseadas hicieron que Mario Vargas Llosa juzgara a México como una dictadura perfecta. Los intelectuales que se identifican con su posición política respaldaron en esa época tal calificativo; ahora que se reproducen potenciadas las condiciones de entonces permanecen sospechosamente callados.

Pero las prácticas parlamentarias, guerra fría o no, fueron lamentables en la segunda mitad del siglo XX si se recuerda el abyecto aplauso de los diputados de todos los partidos al Presidente de la República luego de la matanza del 2 de octubre de 1968. Y no fue sino tras las elecciones de 1997 que el órgano legislativo ganó autonomía frente al Ejecutivo. En su apertura de sesiones, presidida por Ernesto Zedillo, las palabras sentenciosas de Porfirio Muñoz Ledo, dirigidas al entonces presidente, le daban su tonalidad al cambio: cada uno de nosotros vale tanto como tú, pero todos juntos podemos más que tú.

Tal autonomía sólo se mantuvo hasta las elecciones de 2006. El fraude electoral de ese año pareció contagiar a diputados y senadores. El contagio se tornó más virulento con la siguiente elección presidencial. Y la sentencia de Muñoz Ledo quedó desvirtuada en su opuesto: cada uno de nosotros vale menos que tú y ni todos juntos podemos más que tú.

La función parlamentaria entró de lleno al mercado. Conquistar una diputación estatal o federal, o bien una curul en el Senado, significa, sobre cualquiera otra cosa, lucro. Igual que en cualquier negocio privado. Recibir dinero privado o público para realizar una campaña a cambio de favores, o sobornos de ambas fuentes disfrazados de premios a su labor legislativa por votar legislaciones lesivas a uno o más sectores de la sociedad o a la nación misma. Ejemplos de esta conducta son las reformas educativa, laboral y energética. El diputado Ricardo Monreal Ávila, de Movimiento Ciudadano, dejó en evidencia el soborno millonario, a título de subvenciones extraordinarias, del que se beneficiaron, sobre todo, el PRI, el Verde, Nueva Alianza y el PAN, por votar en favor de la reforma energética.

Hay muchos otros ejemplos: tráfico de influencias, los llamados moches para conseguir recursos destinados a algún municipio, discrecionalidad y ocultamiento en el manejo de los fondos internos de los órganos legislativos, complicidad con los gobernadores (Moreira, Bours Castelo, Aguirre Rivero, Medina) en actos violatorios de la ley.

El Congreso de Nuevo León, a pesar de su autonomía respecto al Ejecutivo, cuyo titular ganó el cargo sin sello partidario, nada ha hecho para restaurar la autonomía y la dignidad parlamentarias. Tendría que haber empezado no aprobando las cuentas turbias del gobernador anterior y luego empeñarse en impulsar un ejercicio de gobierno consecuente con las promesas de campaña del gobernador Jaime Rodríguez Calderón y con sus propias promesas cuando sus integrantes eran candidatos al cargo que hoy ostentan.

No sólo eso. La población está lesionada moral y económicamente por todo lo que supuso el gobierno anterior encabezado por Rodrigo Medina, por los atropellos cometidos en la integridad de su patrimonio personal y colectivo, y por los excesos y actos de los mismos diputados. Lo último ha sido incrementar su gasto interno en hasta 200 por ciento, y convertir en uso discrecional y no sujeto a control un cierto bono de gestoría. Al ampliar el abanico de conceptos de gasto, algunos de ellos ya inexplicables, ahora podrán emplear esos recursos en autopromoción, viajes, compras suntuarias, sin tener que transparentarlos.

No son los diputados de Nuevo León los que ponen el mal ejemplo a los del resto del país; simplemente ensanchan el desprestigio de la vida parlamentaria nacional. Contribuirán al ejecutivismo que los somete a sus decisiones y a que no haya distingo entre la corrupción de un poder y de otro. No parece que los ciudadanos podamos esperar enseñanzas republicanas, democráticas, patrióticas de los poderes integrados por la vía del sufragio.

Alguien pudo advertir al pueblo mexicano: Heredarás el viento. No habría errado.