Opinión
Ver día anteriorDomingo 10 de enero de 2016Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Las transiciones duras
D

esde el sur algunos se cuestionan por los límites que puede encarar la derecha que triunfa o conspira, como ha ocurrido en Argentina y en Brasil. No es fácil la tarea como tampoco lo es su obligado complemento: explorar la perspectiva abierta por las victorias electorales de la izquierda a partir de sus recientes derrotas. Todo ello, sobre el telón de fondo de una crisis que no sólo se ha convertido en pesadilla global sino en una suerte de momento histórico largo que ha llevado a más de uno a preguntarse por otros límites: los del sistema capitalista cuya globalización no alcanzó para superar las amenazas del ciclo y más bien contribuyó a que sus recesiones se exacerbaran.

Así, los límites de la derecha o de la izquierda, actuales o por venir, en la región latinoamericana y fuera de ella, tendrán que calibrarse de cara a un sistema mundial que ciertamente se reconvierte, pero lejos está de transformarse, como sí ocurrió entre los años 30 y los 60 del siglo pasado, cuando el capitalismo vivió su edad de oro y pudo enfilar esfuerzos y recursos enormes para enfrentar a su rival pretendidamente histórico, contenerlo en las regiones subdesarrolladas y, a la postre, llevarlo a un colapso cuyas implicaciones históricas todavía no acabamos de entender y menos de inscribir en los escenarios sobre el futuro de la Tierra y sus descuidados pobladores.

Más allá de estas turbulencias que nos remiten, o debieran hacerlo, a imaginar otras transiciones mayores, como la que siguió a la caída del Imperio romano o la más reciente del capitalismo liberal al capitalismo democrático del bienestar que sigue sin resolverse porque, entre otras cosas, las actuales fuerzas dominantes sólo parecen capaces de ofrecer una brutal regresión cultural y civilizatoria, se ha instalado otra gran conmoción que impone, cada vez de modo más preciso y urgente, tratar de pensar al mundo y a la especie de otras, arriesgadas maneras. Se trata de la recomposición del mapa climático y todo lo que lo acompaña, de El Niño agresivo y amenazante al deterioro del conjunto planetario por su calentamiento imparable, a pesar de los notables compromisos logrados en París el año pasado.

Repensar la economía y los reclamos siempre pospuestos del mundo en desarrollo o atrasado es una primera asignatura que habrá de cursarse a título de suficiencia. Pero a partir de los primeros pasos en esta dirección, uno encuentra linderos no siempre bien definidos ni imaginados, mucho menos pensados con rigor y sistema. En el mundo hay un descontento ubicuo que sin duda tiene que ver con la coyuntura recesiva y su secuela de austeridad suicida, pero va más allá y viene de más lejos. Tiene que ver con la redistribución en favor de los ricos y muy ricos que arrancara desde el decenio de los años 70 del siglo XX, pero también con la constatación creciente de que son nuestros propios desvaríos y abusos del entorno los que minan y corroen las bases naturales de nuestra subsistencia y reproducción como especie civilizada y cultivada o educable.

En estas tierras movedizas habrá que inscribir las luchas y guerras por venir por el agua y la tierra habitable o cultivable, pero también por los alimentos y los medios que aseguren su conservación y ampliación. También, habrá que apuntar los formidables requerimientos de educación que un tránsito como el esbozado traerá consigo. No menos doloroso y apremiante será el capítulo de la formación cívica y cooperativa, sin la cual ese futuro difícil se tornará imposible: pasaríamos de una mudanza sostenida a una especie de movilización sin rumbo y a un todos contra todos que sólo encontraría momentáneo refugio en los monasterios del porvenir, como aquellos que salvaron los principios de la civilización clásica que luego devendría renacimiento, ilustración, transformación técnica y productiva.

De y desde ahí tuvo que aprender con dolor y sufrimiento la América Latina de los años de plomo y sangre de las dictaduras de los 70 y80, que pusiera en boga la adelantada aventura militar brasileña hasta llegar a la barbarie de Pinochet y sus Chicago Boys, Martínez de Hoz y Videla, los militares uruguayos y otros caracteres del horror que sólo habría tenido precedente en la Europa esclavizada por los fascismos que llevarían a la locura criminal de Hitler y su banda.

Hoy podemos presumir y suponer que la gente se mueve, descontenta o desconcertada y afina sus miradas en busca de un mundo habitable, con dignidad humana, como nos lo ha propuesto de nuevo la ONU con sus metas de desarrollo sostenible. En este extremo Occidente, la Cepal convocó a hacer de ésta la hora de la igualdad y en Estados Unidos de América, desde el Instituto Roosevelt, Joseph Stiglitz llama a rescribir las reglas de la economía americana (Re writing the rules of the american economy. An agenda for growth and shared prosperity, The Roosevelt Institute. W.W. Norton, New York, 2016), mientras Bernie Sanders conmueve la opinión de cientos de miles que soñaron con él en los 60 o encuentran en su discurso socialista democrático de hoy una fuente de inspiración y aliento esperanzado.

Un denodado activista y pensador ecológico estadunidense Paul Hawken, intituló su libro Blessed Unrest. Para él, estas décadas de persuasión y debate sobre el ambiente y su conservación también han significado el descubrimiento del más grande movimiento en la historia que será capaz de restaurar la gracia, la justicia y la belleza en el mundo. Se trata de una movilización sin aspavientos ni pausas, descentralizada a la vez que creciente y vigorosa, nos cuenta.

Esperemos que esta marcha se torne larga y ancha para incluir racionalmente y con pasión los otros reclamos de que aquí se ha hablado. Sin renunciar a la política de masas y formal, ciudadana e institucional, sólo será a partir de agendas como las aquí sugeridas como los grandes grupos se apropien del proceso de su propia gobernanza para arribar a otras plataformas en las que puedan fundirse precisamente estas y otras demandas que el exceso capitalista volvió exigencias de la especie en su conjunto, porque en ello le va la existencia.

Veremos si en este México sometido al peor de los aldeanismos imaginables, podemos apropiarnos de algunos de estos girones de esperanza. Por desgracia, no será por ahora en Cuernavaca dónde los encontremos.