Opinión
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Sombrías perspectivas migratorias para 2016
P

lantear escenarios para 2016 requiere hacer una evaluación del fenómeno migratorio en 2015. Por un lado, el mundo ha conocido el movimiento de personas que ha sido calificado del mayor desde la Segunda Guerra Mundial, y que debido a la falta de soluciones lógicas, solidarias y comunes por los países europeos –algunos de los cuales levantan muros, alambradas y hasta les oponen a la fuerza militar– se ha convertido en una verdadera crisis migratoria. Esto sucede en el escenario del Mediterráneo, considerado junto con los Balcanes, las rutas más utilizadas, de acuerdo con la Agencia Europea de Fronteras Exteriores (Frontex).

Y si bien desde 2011 la guerra en Siria ha producido la mayor cantidad de personas en busca de refugio, también hay que hablar de los desplazados de Eritrea, que vive una de las dictaduras más sanguinarias, o de aquellas personas que provienen de Afganistán, Irak, Somalia, etcétera, casi todas cruzando en forma indocumentada, huyendo no sólo de la guerra, los bombardeos, sino también de la pobreza, el desempleo, el hambre. Esto quiere decir que se desplazan no por decisión propia, lo que permite conceptualizar a todas estas personas en lo que se ha denominado migraciones forzadas, fenómeno que, lamentablemente, se ha repetido en otras regiones del mundo, más allá de las fronteras europeas.

Por ejemplo, los países del África subsahariana viven prácticamente los mismos problemas: inestabilidad política, guerras, desempleo, hambre, sequías, marginación, horizontes angustiantes que obligan a sus habitantes a buscar nuevos territorios, tanto en África como en Europa. No es extraño que Sudáfrica se haya convertido en polo de atracción, pues se le considera la economía más avanzada de África, y por ello recibe una importante cantidad de migrantes.

De hecho, 71 por ciento proviene del continente africano y el resto de Medio Oriente y Asia. Tristemente, Sudáfrica vivió una ola de violencia antinmigrante en 2015, fenómeno que se dio también en 2008 y de consecuencias muy graves, pues se señala que 60 migrantes perdieron la vida en Johannesburgo (The New York Times, 17/4/15).

El sudeste asiático es otra tumba para cientos de migrantes, la mayoría de Myanmar (Birmania) y Bangladesh. Cerca de 7 mil personas se encontraban a la deriva en el mar y podían morir de hambre y sed, según la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Los rohingya son una etnia minoritaria musulmana que se ubica en Bangladesh y Myanmar, y son una de las minorías musulmanas más perseguidas del mundo (ACNUR), por lo que han visto obligados a huir. Sin embargo, algunos países asiáticos, como Indonesia, Tailandia y Australia, se negaban a aceptar a los migrantes.

En América, los desplazamientos más importantes se producen por inseguridad, violencia, pobreza, desempleo, corrupción y narcotráfico. Los migrantes centroamericanos –que provienen fundamentalmente de Guatemala, El Salvador y Honduras– y cuyo interés primordial es llegar a Estados Unidos, tienen que pasar por México, donde encuentran toda una serie de infortunios, desde secuestros, asesinatos, violaciones, robos, etcétera. Los perpetradores no sólo son las mafias de la droga, sino los propios cuerpos de seguridad del Estado y de las instituciones que deberían protegerlos, como es el caso del Instituto Nacional de Migración, muchos de cuyos funcionarios están coludidos con los cárteles de la droga. El gobierno mexicano es omiso en su responsabilidad de cuidar de todos aquellos que se encuentran en su territorio, más allá de su situación administrativa.

Por supuesto, no se puede dejar de lado que el corredor migratorio número uno del mundo se encuentra en la frontera México-Estados Unidos, en cuyo cruce muchos migrantes, también mexicanos, han encontrado la muerte, y aquellos que alcanzan a pasar la frontera sufren discriminación y racismo en el país destino.

Se puede argumentar que los eventos detrás de todos estos movimientos son diversos; sin embargo, sus causas y consecuencias son prácticamente las mismas. Por eso hablamos de migraciones forzadas, y es difícil pensar en una solución para las poblaciones de este penoso planeta cuando, como decía Maquiavelo, los conflictos se resuelven por la fuerza, lo que es propio de los animales no de los hombres (Raúl del Pozo).

La situación de violencia sistémica que está enfrentando el mundo no augura mejores condiciones, no sólo para los migrantes en 2016, sino para la sociedad humana en su totalidad.

Por tanto, es urgente que la ONU actúe responsable y comprometidamente para hacer valer el propósito central y por el cual vio la luz en 1945, el mantenimiento de la paz, arreglar las controversias por medios pacíficos y abstenerse de recurrir a la amenaza o al uso de la fuerza contra otros estados.