Opinión
Ver día anteriorMiércoles 6 de enero de 2016Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Decadencia y futuro
L

as señales premonitorias de los cambios esperados en el modelo político y económico mexicano se ligan con la decadencia del bipartidismo prianista. Juntos o por separado cuando han sido mayoritarios, han reducido, de manera lenta pero consistente, su legitimidad entre la ciudadanía. El Partido Acción Nacional (PAN), salvo en una ocasión específica y hasta accidental, ha sido el partido más votado (Fox). En el caso de su sucesor (FCH), las trampas masivas ejecutadas impiden su reconocimiento como verídico triunfador. Para el Partido Revolucionario Institucional (PRI), la caída en aceptación y apoyo ha sido no sólo continua, sino acelerada desde finales del ya lejano siglo pasado. La administración actual apenas alcanzó una tercera parte del electorado y hace malabares y alianzas indignas para obtener una tambaleante y costosa mayoría. El largo periodo del acendrado sometimiento de ambos conjuntos al neoliberalismo imperante los ha vaciado de representatividad. Cada vez se hace más evidente a la mirada colectiva que tanto uno como el otro, y en especial cuando forman convenenciera pareja, gobiernan con la mirada fija hacia arriba. La élite empresarial-financiera (de dentro y de fuera), así como la continua búsqueda de negocios y protección entre sus militantes, fosilizan el núcleo de sus preocupaciones y actos.

Revertir la marcada tendencia al deterioro en las simpatías populares es, para ambos conjuntos, un espejismo que termina, indefectiblemente, en frustrante realidad. Una y otra vez las acciones desplegadas por la dupla se alejan de los intereses y deseos colectivos. Decreciente efecto también causan ya tanto el tono como el contenido de sus rolleras narrativas. La continuidad de su prevalencia, de acendrado tinte conservador, se complementa, según predican sus aliados mediáticos, con la pobreza de las alternativas que han surgido en el país a lo largo de la corta historia reciente. Especial acento es desplegado frente a lo que se considera como el reto de una izquierda calificada de poco moderna e inmadura, es decir, populista. Un motejo que, en verdad, a poco conduce para clarificar la naturaleza y las posibilidades de su valía y capacidad de capturar el Poder Ejecutivo federal. Pero el solo hecho de ser una alternativa real, que trate de revertir las condiciones de abusos y privilegios generalizados, pone a temblar al sistema establecido. Los equilibrios de fuerzas que lo apalancan son, en efecto, inestables y temerosos.

Los retos que en diversas ocasiones se han formado en contra de la coalición dominante han sido anulados mediante el uso de un ilegal entramado de violencias electorales. En cuando menos dos ocasiones (1988 y 2006), el sistema completo (político, empresarial, mediático, militar, jurídico y hasta clerical) tuvo que recurrir a fraudes masivos para sobrevivir. Las exiguas conexiones solidarias de los opositores con el llamado factor externo contribuyeron para que el prianismo pudiera, finalmente, prevalecer. Pero lo cierto es que, al torcer la voluntad ciudadana, tanto los dirigentes del PAN como los del PRI han tenido que refugiarse, de manera creciente, en esos componentes sistémicos llamados grupos de presión. Esta misma situación los lleva, por la instalada dependencia respecto de sus vitales aliados, a distanciarse de las necesidades y esperanzas del pueblo.

¿Cómo es que la oposición, con tan reducidos apoyos reales, pudo presentar, en esas dos ocasiones mencionadas, un reto amenazador a la continuidad conservadora? Parte de la respuesta queda esclarecida por el perfil mismo del liderazgo de los dos candidatos que se eligieron para cada ocasión. El primero (CCS), tozudo, de corta palabra, pero con raigambre en ese corto rincón progresista de la posrevolución. El segundo retador (AMLO), con manifiesta voluntad e imaginación para trabajar junto y para los menos favorecidos o los más olvidados. En cada caso, el trabajo de campaña, a ras de piso y con notoria austeridad, fue llevado a cabo sin descanso, con seriedad y oficio probado. Ello permitió el contacto, cuerpo a cuerpo, con amplias capas de votantes, en especial con la base de trabajadores populares. Otra parte sustantiva del proceso la puso la debilidad de sus oponentes, tanto del priísta como del panista. Ellos acarrearon el fracaso de los previos gobiernos de sus partidos. De la parte priísta por la mediocridad y la terrible cuan dispareja austeridad a que fue sometido el país. De la panista, por la pronunciada desilusión respecto de las promesas de cambio sustantivo. Lo cierto es que en esas dos ocasiones se pudo integrar un movimiento catalizador del descontento que, con varios agravantes, llega a estos aciagos días. En este inicio de un año, decisivo para un futuro de justicia y bienestar, es sano y aleccionador recontar esta pequeña historia.