Opinión
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American Curios

Y rosas también

E

l año arranca con los buenos deseos intercambiados, y con un intento de promover el optimismo frente a una ansiedad palpable que se nutre ante las incesantes noticias de amenazas de todo tipo –terroristas, locos armados, fenómenos climatológicos cada vez más severos, una economía que sólo funciona para unos cuantos, epidemia de violencia con armas de fuego, políticos fascistoides, más olas antimigrantes, entre otras– que ensombrecen el amanecer de 2016 en Estados Unidos.

Todo esto será magnificado este año electoral en el cual se renueva la cúpula política del país. En noviembre se votará por un nuevo presidente y estarán en juego las dos cámaras del Congreso.

A la vez, las fuerzas fragmentadas que buscan o se dedican a promover cambios progresistas en diversos ámbitos –reformas penales, reforma migratoria, defensa de derechos y libertades civiles, derechos humanos, contra las guerras e intervenciones, por los derechos reproductivos de las mujeres, por salarios y trabajo dignos en los campos y en las ciudades, por rescatar el planeta de la crisis ambiental, etcétera– se preparan otra vez más para enfrentar desafíos monumentales.

Las batallas se librarán, algunas nobles, otras parte de un juego controlado, y habrá tanto triunfos como derrotas, y esperemos, algunas sorpresas que prometen algo nuevo en varios terrenos, incluyendo el electoral.

Sin embargo, la venta de armas dentro y fuera del país sigue incrementándose, las guerras siguen sin un fin a la vista, y hay retrocesos en el ámbito de libertades civiles ante la imposición de medidas de seguridad antiterroristas. El ambiente tóxico antimigrante alimentado por la batalla electoral genera cada vez más temor, angustia y ansiedad entre comunidades inmigrantes que aún están en espera de que se cumplan las promesas de aquellos políticos que dicen estar de su lado. Se pronostican más avances en la lucha contra las políticas fallidas de prohibición de drogas, sobre todo en torno a la mariguana, que ayudarán a desmantelar algunas partes de la llamada guerra contra las drogas que tanto ha costado en vidas y destrucción dentro y fuera de Estados Unidos, pero mientras se intensifica la epidemia de sobredosis de opioides en este país. No cabe duda de que las luchas de 2016 serán difíciles y que cualquier triunfo concreto será resultado de enormes y loables esfuerzos.

Pero a veces hay algo demasiado gris, un gris repetitivo, al reportar todo esto. A veces se siente como que algo falta, como que no es suficiente sólo soñar con triunfos pragmáticos o lograr algún cambio mientras todo lo demás sigue igual o peor. O sea, exigir lo básico, sea mejor paga, menos contaminación, menos guerra, trato humanitario– obviamente es necesario, ¿pero es suficiente?

A veces algo se olvida o se queda en lugar secundario cuando los estrategas y los activistas definen sus demandas y convocan a las luchas. Es algo que frecuentemente los periodistas dedicados a la nota política tampoco reportamos. La belleza casi nunca está entre las demandas sociales y casi nunca es noticia.

La música, las películas, las obras de teatro, la poesía, los dibujos y pinturas, los murales, la danza es donde casi todos nos encontramos, donde a veces encontramos verdades, nobleza, indignación, historia colectiva, conciencia y la visión necesaria para hacer valer, para refrendar, para dar valentía, para generar solidaridad, para rescatar los sueños, para dar color real a lo frecuentemente gris de las batallas para y por lo necesario. No es decoración, no es algo para entretener a las tropas, es parte integral de las luchas; sin eso, las luchas son sólo para sobrevivir y resistir, no para liberar.

Kendrick Lamar ofreció uno de los mejores discos del año: To Pimp a Butterfly, según los principales críticos (logró 11 nominaciones al Grammy, incluido a mejor álbum del año). Lamar –hijo del famoso barrio rudo de Compton en California, una de las cunas del hip hop– convocó a héroes difuntos (desde Nelson Mandela al pantera negra Huey Newton, desde al rapero Tupac Shakur hasta Michael Jackson) en su disco, y Alright, una de sus canciones, se ha vuelto el himno del nuevo movimiento Black Lives Matter.

Es un grito de furia, memoria y solidaridad, un grito que escuchan millones a través de la música, imagen, versos –por arte. En la música, como en las otras artes (obviamente no en todas, hablamos de arte de conciencia, no de mercados) a veces brotan expresiones de desafío, una invitación a la rebelión, y un llamado a lo noble y lo bello. Infinitamente más gente ha escuchado, bailado, llorado, sonreído, abrazado con estas expresiones que las de cualquier político, agrupación activista, o campaña por más pan. La belleza y su novia la verdad (¿o son lo mismo?) son muy peligrosas.

Brecht decía que el arte no es un espejo para poner frente a la sociedad, sino un martillo con el cual moldearla.

Hace poco más de un siglo, en 1912, trabajadores textileros en Lawrence, Massachusetts –muchos de ellos inmigrantes recientes originarios de más de una docena de etnias diferentes y casi la mitad mujeres– estallaron una huelga histórica encabezada por el gran sindicato anarquista Industrial Workers of the World (IWW). Después de una intensa batalla de tres meses, que incluyó el envío de guardias armados con bayonetas y otros intentos de represión, ganaron los trabajadores. Se dice que una de las consignas fue: pan para todos, pero rosas también, y la acción se conoce como la huelga de pan y rosas.

La frase es de un poema sobre la lucha de las trabajadoras en este país a principios del siglo XX, pero se volvió una consigna más general en las luchas obreras estadunidenses. Más tarde el poema se volvió canción, y una de sus estrofas dice: Venimos marchando, marchando, un sinnúmero de mujeres muertas/Van llorando a través de nuestro canto su antiguo grito por pan/Poco arte y amor y belleza conocieron sus espíritus de trabajo arduo/Sí, luchamos por pan/pero luchamos por rosas también.