Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Director: Iván Restrepo
Editora: Laura Angulo
Número Especial diciembre 2015 No 203

La conferencia en un continente
con problemas de contaminación


Abejarucos europeos

Cada año mueren prematuramente en Londres cerca de 10 mil personas debido a la contaminación. Especialmente por la presencia en el aire de partículas (PM10 y PM2.5) y dióxido de nitrógeno (NO2). Por problemas respiratorios o cardiovasculares, la cifra en Inglaterra podría ascender a 80 mil.

Un informe del prestigioso Kings College revela que las concentraciones de 463 microgramos de dióxido de nitrógeno (NO2) por metro cúbico en la populosa y turística avenida Oxford están 11 veces por encima de los límites recomendados por la Unión Europea.

El NO2 es el más peligroso de los contaminantes y al que se le atribuyen casi 6 mil de las muertes. Luego estarían las partículas en suspensión.

El tráfico de vehículos automotrices y en especial los vehículos dísel son el principal factor contaminante de Londres, que se distingue por tener una flota obsoleta de taxis, autobuses y camiones. Las autoridades citadinas reconocieron hace cuatro años el problema y para resolverlo establecieron una zona de “emisiones ultrabajas” que estará funcionando plenamente en el 2020. Se agrega una flota de taxis de emisiones cero en el 2018 y los primeros autobuses eléctricos de dos pisos que ya están funcionando. La creación de la zona de emisiones “ultrabajas” supondrá que cualquier vehículo altamente contaminante tendrá que pagar 100 libras (140 euros) para poder circular por la ciudad.

Sin embargo, la Unión Europea sostiene que, si no se toman medidas mucho más drásticas para limitar el uso de automóviles y mejorar el transporte público terrestre, la mayoría de las grandes ciudades británicas (Londres, Leeds y Birmigham) estarán por encima de los límites recomendados hasta el 2030. Cabe recordar cómo el Tribunal Supremo dictó en 2010 una ejemplar sentencia obligando al gobierno británico a elaborar planes para reducir la contaminación urbana antes de finales del presente año. Lo que está por verse es si la sentencia se cumple en su totalidad.

El problema de la contaminación atmosférica se extiende por el resto de Europa. Si bien disfruta de mejor calidad del aire que muchas megalópolis asiáticas o latinoamericanas, sus ciudadanos no se libran de respirar contaminación dañina para la salud. La Agencia Europea del Medio Ambiente, EEA, advirtió que cerca del 90 por ciento de la población urbana de la UE está expuesta a concentraciones de contaminantes que la Organización Mundial de la Salud (OMS) considera perjudiciales para la salud. Pese a que hubo un descenso de emisiones las últimas décadas, hay contaminantes, como las partículas y el ozono troposférico, que “siguen provocando problemas respiratorios y enfermedades cardiovasculares y reduciendo la esperanza de vida”. Los estudios de los centros de investigación han demostrado sobradamente que son mucho peores los efectos en la salud de la población europea.

Los límites fijados en la UE para la exposición a contaminantes es mucho más laxa de lo que recomienda la OMS o la Agencia de Protección Ambiental estadounidense. Un ejemplo claro son las partículas PM2, Europa permite una media anual de 25 microgramos por metro cúbico; la OMS dice que solo se protege la salud por debajo de 10 microgramos.

El camino recorrido de Tokio a París
 

El Protocolo de Tokio fue firmado en 1997 por todos los países que forman parte de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático. Desgraciadamente no pasaron de allí y no ha sido lo suficientemente operativo. En teoría, de acuerdo a él, los países desarrollados tendrían que disminuir los gases de efecto invernadero en 5.2 por ciento, tomando como base la producción de los mismos durante el periodo 1990-1995. Para que el protocolo aprobado en Tokio entre en acción, tiene que ser ratificado al menos por 55 países cuyas emisiones de gases sumen el 55 por ciento del total.

La reticencia de los países para comprometerse a reducir las emisiones, radica en los costos económicos que involucra la readaptación tecnológica que se necesita para tal fin. El que más se ha resistido a hacerlo es Estados Unidos, responsable de una cuarta parte de la emisión de gases de invernadero. Este siglo apareció otro gran emisor, China, con su enorme crecimiento industrial y para lo cual no ha medido los costos ambientales que ello ocasiona. Le sigue Rusia con el 17 por ciento y Canadá. Esas cuatro grandes potencias, junto con India, sostienen ahora que están dispuestos a lograr cambios tecnológicos y de usos y costumbres que permitan a sus economías crecer en el futuro a través de una “producción energética limpia”.

Pero no solamente eso: se requiere un enorme esfuerzo para evitar la deforestación y, en paralelo, políticas para inundar de árboles regiones que los necesitan. Cabe recordar que las selvas y los bosques son fundamentales para absorber el CO2.

Christiana Figueres, secretaria ejecutiva del Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, sostiene que es urgente establecer un plan de acción destinado a estabilizar las concentraciones atmosféricas de gases de efecto invernadero (GEI), para evitar “interferencias antropogénicas peligrosas en el sistema climático”.

El objetivo principal de la Conferencia Anual de las Partes (COP) es revisar la implementación de la convención. La primera de esas conferencias tuvo lugar en Berlín en 1995. Desde entonces, entre las reuniones importantes destacan la COP3 (donde se adoptó el Protocolo de Kioto), la COP11, que produjo el Plan de Acción de Montreal, la COP15 en Copenhague, que en realidad fue un fracaso, y la COP17 en Durban, donde se creó el Fondo Verde para el Clima.


Culebra verdiamarilla de España

Los estudios más recientes que asocian la exposición a distintos contaminantes con problemas de salud como la aterosclerosis, enfermedades respiratorias, diabetes, dificultades en la función cognitiva, partos prematuros, entre otros problemas, obligan a “revisar el valor límite de las partículas finas. También, revisar los del dióxido de nitrógeno (NO2). Está probado que la exposición al NO2 se relaciona claramente con la mortalidad, ingresos hospitalarios y síntomas respiratorios en concentraciones iguales o inferiores a las que permiten los límites actuales.

El problema para la Agencia Europea de Medio Ambiente es que por más pruebas científicas que haya sobre la mesa, también debe tener en cuenta aspectos económicos y la opinión de los 28 estados miembros, algo que no es nada fácil. Pero en París y después de la COP21 puede la UE tomar las medidas más radicales para lograr que el aire que respiran sus ciudadanos no sea un peligro para su salud.

¿Una nueva política energética en la Unión Europea?

Entre los 28 países que la integran, la preocupación respecto al medio ambiente se centra en reorientar las prioridades de la política energética; comprobar fehacientemente si Europa puede seguir liderando la batalla contra el cambio climático casi en solitario mientras su abultada factura energética le hace perder competitividad frente a China o Estados Unidos. La disyuntiva es clara: la lucha contra el cambio climático equivale a crecimiento económico, cumplir con las necesidades futuras de energía a la par que se asegura la competitividad de las economías de los países miembros. En pocas palabras, hay que caminar hacia el “crecimiento verde”.

Y uno de sus componentes son las energías renovables, que podrían estimular un boom de las exportaciones de nuevos productos y tecnología europeas a un mercado bajo en carbono de 4 trillones de euros y un crecimiento anual de más del 4 por ciento. El objetivo es que la industria europea compita con el resto del mundo mediante procesos de ahorro de energía a la vez que reduce la dependencia cada vez mayor de Europa de los combustibles fósiles procedentes de regiones “inestables”.

Las infraestructuras energéticas “limpias” necesitan un trillón de euros de inversión en una década. Para lograrlo, la UE puede ayudar a que fluya el dinero del sector privado si se ofrece seguridad a las inversiones a largo plazo dentro de un marco regulatorio que deje satisfechos a todos. Y aunque conseguir tecnologías limpias tiene su costo, el precio de no detener el cambio climático será mucho más negativo. Por eso, la urgencia de establecer y regular el mercado de derechos de emisiones –principal herramienta europea de lucha contra el cambio climático–; actualmente ineficaz porque el precio de los derechos se ha desplomado.

Y en cuanto a la Conferencia de las Partes de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, los ministros del medio ambiente se preguntaban hace un año: “¿cómo podemos pedir a los otros que hagan esfuerzos si no estamos preparados para liderarlos? Por tanto, Europa debe presentar una oferta de reducción de emisiones ambiciosa en París, con miras a lograr el primer auténtico acuerdo global del clima.


Contaminación en las ciudades de Europa

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