Opinión
Ver día anteriorMiércoles 25 de noviembre de 2015Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Macri ganó, Argentina perdió
C

aída la moneda del balotaje, el neoliberal Mauricio Macri cosechó cerca de 13 millones de votos, y el peronista Daniel Scioli poco más de 12 millones. Una diferencia que quizás, con un candidato más idóneo, hubiera inclinado en sentido inverso el fiel de la balanza electoral. Pero los grandes líderes se hacen desde el llano, y en el ejercicio de gobierno. Debilidad de Macri, quien sólo ha conocido las mieles del privilegio y el poder.

Punto de partida ineludible frente a cualquier análisis de los pasados comicios presidenciales: con sus respectivas izquierdas y derechas, arribas y abajos, Macri y Scioli representaron a los dos países que se confrontan desde 1810: el soberano y el dependiente.

El soberano, unido sin titubear en el reconocimiento a la obra social del kirchnerismo, junto con la recuperación del Estado, los juicios por delitos de lesa humanidad, la vocación latinoamericanista y el cultivo de la escurridiza memoria histórica. Y el otro, en un haz de fuerzas disímiles, ganadas por el odio mediáticamente inducido contra la presidenta Cristina Fernández de Kirchner (CFK).

Con todo, el triunfo de Mauricio Macri provino de las clases medias, con apoyo de los grupos económicos concentrados. Clases medias que la oligarquía impulsó y modeló ideológicamente a finales del siglo XIX, para que en nombre de ella representara sus intereses. O sea, fingiendo lo que no era y nunca fue. Ahí radica la impotencia política de las izquierdas argentinas. Provenientes, ellas mismas, de igual lugar social.

¿Qué hacer con las clases medias? Para Marx, sólo había burgueses y proletarios. Pero convengamos que después, el capitalismo se las ingenió para legitimar políticamente a sectores prósperos de la sociedad, concediendo aguadas formas de igualdad y libertad, y haciendo de la fraternidad filantropía, tercera pata del ideal republicano mal entendido.

Es por eso que ni con los históricos 800 mil votos conseguidos por el trotskismo derechista (que en el balotaje llamó a votar en blanco), hubiera podido revertirse el resultado. Como así tampoco el discurso merolico y la incuria política con chapa académica que en el mercado de las izquierdas virtuosas y virtuales venden el fin del ciclo progresista en América Latina.

Damas y caballeros. El único fin de ciclo tuvo lugar cuando los pueblos derrotaron democráticamente al terrorismo de Estado, que en los años de 1970 y 1980 barrió parejo, ahogándolos en sangre. Pero sostener tal cosa en comicios donde los pueblos miden su fuerza real frente a otras que los niegan es propio del onanismo intelectual clasemediero. Y una actitud radicalmente opuesta a la de miles de intelectuales de izquierda, que junto a millones votaron en favor del kirchnerismo, así como lo harán en Venezuela, Bolivia y Ecuador en favor de Maduro, Evo y Correa.

¿Que si las izquierdas pueden perder una elección? Bueno… ¿en qué muros de papel creen tener garantizada su victoria? Los revolucionarios de verdad se crecen, miden y revelan en la derrota. O no. Tribulaciones de la democracia, la política y ¡atención!, la comunicación… Que no pasa por los tiqui-tiqui de los teléfonos inteligentes, sino por el conocimiento del imaginario de una sociedad. Algo que las izquierdas subestiman, y a las derechas permite ganar elecciones.

En Argentina nadie gobierna sin el peronismo. Que en el tramo Néstor-Cristina fue más de lo que era: más democrático y menos autoritario, más pluralista y menos yoico, más flexible y menos dogmático, más conciliador y menos violento, más objetivo y menos utopista, más discreto y menos compulsivo, más político y menos ideologista, más latinoamericanista y menos argentino. Señales de una lluvia generacional que al viejo peronismo gustó poco y nada, y que a muchos líderes sindicales llevó a guarecerse bajo el paraguas de Macri.

¿Quién es Macri? Exhumando un viejo recorte de prensa, el respetadísimo historiador Noberto Galasso cuenta que un buen día de verano, frente al mar, el redactor de la nota divisó a Macri en un balneario exclusivo, leyendo La virtud del egoísmo, de la archirreaccionaria filósofa estadunidense Ayn Rand (1905-82).

Eso representa Macri: el egoísmo de buena parte de la clase media argentina y de sectores populares alienados por su ideología. Por consiguiente, el 10 de diciembre próximo Cristina entregará el bastón de mando al segundo político de las derechas que gana los comicios democráticamente, en 100 accidentados años de sufragio universal, secreto y obligatorio. Y primer gobernante que alcanza la presidencia con dos procesos abiertos por la justicia, a más de 214 denuncias por estafa, asociación ilícita, falsificación de documentos, abandono de personas, lavado de activos, peculado, etcétera.

Con toda seguridad, cuando Macri entre en la Casa Rosada, los cuadros del Che, Allende y otros de la galería de patriotas latinoamericanos irán al bote de basura. Así como el del genocida Jorge Rafael Videla volverá al lugar donde estaba en el Colegio Militar, hasta que en acto público y solemne un presidente soberano, Néstor Kirchner, ordenó al jefe del ejército: proceda a descolgarlo.