21 de noviembre de 2015     Número 98

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

No a los transgénicos de
plantas nativas: Conabio

Lourdes Rudiño

No hay por qué satanizar a los organismos genéticamente modificados o transgénicos, pues han demostrado ser útiles en la medicina o para remediación en casos de derrames tóxicos; asimismo, para el caso de México en específico, en todas aquellas plantas modificadas que no son originarias del país, no habría problema en abrirles la posibilidad de siembra comercial, siempre y cuando haya una buena evaluación de impactos ambientales de la propia planta y de todo lo que su cultivo implica, herbicidas, insecticidas, etcétera.


José Sarukhán Kermez FOTO: Semarnat

José Sarukhán, coordinador general de la Comisión Nacional para el Conocimiento de la Biodiversidad (Conabio), afirmó lo anterior, y aclaró que en todas aquellas plantas donde México es centro de origen, como es el maíz, como producto icónico, “lo menos que necesitamos es que nos traigan cosas de ese tipo [transgénicos], pues [el maíz y todas las demás plantas nativas] son nuestro patrimonio y éste nos ha permitido gozar la diversidad que hoy tenemos”.

Consideró que lejos de buscar maíces transgénicos, lo que debemos hacer en el país es unir el conocimiento de los campesinos mexicanos y el de la ciencia moderna, “y ponerlos juntos para crear un gran proyecto nacional de mantenimiento de la soberanía alimentaria, de la seguridad alimentaria, un proyecto propio, no de una compañía a la que hay que comprarle las semillas”.

Explicó: además de ser México un país de gran diversidad biológica, silvestre, es, junto con el resto de Mesoamérica, uno de los cuatro o cinco centros de origen líderes globales. “Eso quiere decir que hubo una interacción entre la diversidad cultural del país y la diversidad biológica que resultó en la producción de decenas de plantas cultivadas en México, muchas de las cuales son utilizadas en todas partes del mundo. El maíz es icónico, y es el cereal más ampliamente cultivado en el mundo hoy, pero también tenemos jitomates, frijoles, chiles, calabazas, toda una lista enorme, y hay que hacer ver que estas plantas no existen en la naturaleza, son creaciones humanas, y fundamentalmente de las mujeres, que históricamente han observado, seleccionando, sembrando…

“¿Qué quiere decir esto? Tenemos un gran conocimiento que se ha ido trasmitiendo oralmente. Se han producido muchas razas de maíz en México, y en este momento tenemos vivas 59 que se cultivan a pesar de que eso no es un negocio para los campesinos. Toda esta gente lo aprecia porque tiene para ellos un valor especial, nutritivo a veces, por sabores a veces, por ceremonias a veces, y prefieren pagar un monto mayor por estas razas nativas que por el maíz que pueden encontrar en Diconsa. Lo que tenemos aquí es una gran diversidad genética que permite la adaptación a los diversos ambientes, y cuando tenemos un cambio climático que está generando muchas modificaciones en el clima, esto es una mina enorme  de diversidad genética y lo que debemos hacer es conocer y entender esa diversidad genética, para poder utilizarla y desarrollarla. No hay una tecnología que pueda repetir esto, por mucho que los biotecnólogos digan que sí la hay.”

Sarukhán explicó que las razas nativas que hoy tenemos no son las mismas que existían hace cinco mil años, pues se han venido modificando progresivamente. Entonces la idea de tener semillas en bancos de semillas supuestamente para preservarlas y utilizarlas cuando las necesidades alimentarias del planeta lo requieran es algo equivocado. Lo que se tiene en bancos de semillas “es apenas un cuadrito de la película, pero no se tiene la película”. Lo que tenemos en campo “es la película completa, con los procesos de diversidad genética, pero además tenemos a quienes han estado filmando la película, que son los campesinos y que nos están dando un proceso evolutivo enorme que no hemos sabido apreciar.


FOTO: Acción Salvar una Especie

“Todas nuestras plantas cultivadas vienen de plantas silvestres. El maíz se origina del teosintle, los jitomates vinieron de parientes silvestres, los chiles provienen de dos o tres especies silvestres. Todos esos parientes silvestres los tenemos por toda la República. Es una riqueza no de miles de años, sino de millones de años. Están allí listos para poder utilizarlos y ser solución a crisis alimentarias. En el siglo XIX el tizón tardío de la papa propició una crisis brutal alimentaria en Europa y fue en México donde se encontró la especie resistente al tizón. El valor de encontrar eso es gigantesco. Y en Conabio queremos impulsar la preservación de las especies y la continuidad de su diversificación. Y no hay mucho tiempo, pues los jóvenes están emigrando del campo. Tenemos que hacer un esfuerzo muy grande y movernos rápido. Poner a trabajar a genetistas, agrónomos, sociólogos y economistas rurales, antropólogos y campesinos como actores centrales”.

Sarukhán destacó el hecho de que la producción agrícola en México se realiza fundamentalmente a pequeña escala; alrededor de 80 por ciento de los predios son minifundistas, y sólo el 20 por ciento utiliza maquinaria y sistemas sofisticados, agroquímicos y demás. La diversidad y la preservación de las plantas están en el minifundio.

Destacó la labor que realiza la Conabio en proyectos a nivel local y que van a tono con la preservación de especies y plantas y al tiempo con el bienestar económico campesino.

Desde hace unos diez años la Conabio trabaja directamente con comunidades, sobre todo del corredor biológico mesoamericano, que comprende Oaxaca, Chiapas, Tabasco y la Península de Yucatán, impulsando proyectos económicos y colectivos de aprovechamiento de recursos naturales, orientados a garantizar la permanencia de bosques y selvas al tiempo que la gente que vive allí, los campesinos, obtienen ingresos y valorizan sus recursos.

“Es un trabajo absolutamente a nivel local, pues nuestra preocupación es ayudar a las empresas sociales a poder funcionar mejor, a capacitarse, a tener contactos. Hay situaciones donde no podemos hacer nada; por ejemplo, si la gente no tiene capacidad de producción, ciertamente no va a poder producir, pero hay otras donde sí podemos ayudar de forma importante aportando un mayor conocimiento de los recursos.”

Comentó que este trabajo inició con comunidades productoras de una fibra natural, la pita, que es la más resistente conocida hasta ahora, larga y sedosa, con la cual se elaboran cinturones y artesanías, muchos orientados a la charrería. La Conabio impulsó para que los productores obtuvieran el registro de la marca “Pita de la Selva”. “Lo que hicimos fue estudiar la biología de esto, su distribución; les dimos a los productores toda la información para que hicieran el registro de la marca colectiva, para que nada más pudiera llamarse Pita de la Selva”, dado que esta fibra enfrenta la competencia de otras fibras artificiales como el nylon.

De acuerdo con información de la Conabio, el impacto del manejo de la pita, que ocurre bajo manchones de selvas, vegetación secundaria o cafetales, “constituye una opción viable para la conservación de la cobertura vegetal en el trópico húmedo del sureste de México”.

La Conabio también se involucró en el tema del Río Balsas, donde identificó las especies con que las comunidades estaban trabajando y también áreas de distribución; la Conabio les dio elementos técnicos para que pudieran reproducir los copales pero sin agotarlos, “para que tuvieran una materia prima que pudiera permanecer más tiempo”. Un área de acción más fue la de los mezcales de Oaxaca, Guerrero, Michoacán y Durango, para que los productores pudieran tener el registro de denominación de origen, pues su materia prima son siete u ocho especies diferentes de agave silvestre.

“En el corredor biológico mesoamericano trabajamos con las comunidades para ver cómo aprovechar sus selvas y bosques que están entre las áreas naturales protegidas; aprendimos muchísimo y a veces las cosas no salieron como queríamos, porque los proyectos de inicio no fueron muy claros, pero esto ha llevado a que trabajemos en cadenas de valor productivas para seis o siete productos”. Uno de ellos es café orgánico, porque tiene la virtud de que mantiene el bosque o la selva, no usa agroquímicos y es el café de mejor calidad, de altura; otro cultivo es el chicozapote, originario de México, cuyo producto es el chicle natural muy valorado en los mercaos europeos. El chicozapote es un árbol predominante en la selva del Petén, en Chiapas, Tabasco y Campeche.

A los chicleros la Conabio los ha ayudado a dar pasos en la industrialización y marca de su producto, y el chicle se vende con una leyenda que dice que es cosechado por nativos de la zona de las selvas y que ayuda a la sustentabilidad y a la permanencia de las selvas, además de que ayuda a vivir a las comunidades.


Las leyes, una herramienta
social contra transgénicos


FOTO: Víctor Hugo Albertos

René Sánchez Galindo Colectivas AC

En este noviembre se cumplen 28 meses de que diversas organizaciones de científicos, campesinos, consumidores y defensores de derechos humanos optaron por la vía judicial para defender a los maíces nativos de la amenaza de los transgénicos.

Después de mucho trabajo conjunto e interdisciplinario, el 5 de julio de 2013 ciudadanos y organizaciones firmaron la demanda colectiva que diseñamos. Cuando dos meses más tarde el Poder Judicial ordenó suspender la tramitación y el otorgamiento de permisos de siembra o liberación de transgénicos, vigente hasta la fecha, la apuesta ciudadana se convirtió en un movimiento socio-legal.

El tema no es para menos, si consideramos que México es uno de los países con mayor diversidad biológica del mundo; también es heredero de por lo menos cien especies cultivadas cuya domesticación se realizó en estas tierras, y al mismo tiempo es pluricultural, debido a los pueblos originarios del pasado y presente.

Autorizar la siembra de transgénicos en nuestro país significa, en términos de biodiversidad, poner en tres graves riesgos a la nación: (I) eliminar la conservación de nuestro patrimonio biocultural; (II) impedir la práctica de libre intercambio de semillas entre campesinos en todas las comunidades; y (III) acabar con el derecho de las futuras generaciones de utilizar este patrimonio para hacer frente al cambio climático, así como para mantener y ampliar la gran cocina mexicana.


FOTO: Eneas de Troya

A pesar de la importancia del asunto, la decisión de judicializarlo se enfrenta a una cultura anti ley. Existe un rechazo social, casi natural, a los abogados y peor aún a lo jurídico. En México además hay una profunda desconfianza a las actuales instituciones. Nadie cree en el gobierno, menos en que existan formas legales para controlarlo. Es una verdad coloquial que los diputados no trabajan y que los jueces se corrompen.

Una muestra de ello radica en que los movimientos sociales suelen rechazar no sólo a abogados e instituciones, sino a las leyes mismas. Parece que utilizan una vara más severa para medir a jueces y legisladores que al propio Poder Ejecutivo. Incluso hay quienes se dan el lujo de evitar el diálogo con profesionales del derecho.

Pero esa actitud es contraria a los movimientos sociales. Me explico: Todas las leyes tienen por lo menos tres características que protegen a la sociedad de los abusos de cualquier poder: (I) son mandatos escritos que deben cumplirse, representan límites al poder; (II) son obligatorias para todas las personas que cubren el supuesto legal correspondiente, y (III) no pueden ir en contra de la gente, ninguna ley puede autorizar expresamente a robar; en todo caso, si autoriza una injusticia, para cometerla habrá condiciones que deberán cumplirse previamente, y estas condiciones tendrán un objetivo positivo.

Ejemplifiquemos lo anterior con el movimiento sociolegal contra los transgénicos. Para sembrar transgénicos hay distintas disposiciones que deben cumplirse, entre ellas, deben agotarse medidas para reducir riesgos a la salud y al medio ambiente de conformidad con el Convenio de Diversidad Biológica. Estas medidas pueden comprender tanto la evaluación de riesgo “caso por caso”, según la Ley de Bioseguridad, como la tramitación de juicio colectivo de carácter nacional, conforme a la normativa de acciones colectivas. También debe cumplirse con la consulta previa, libre e informada del Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT).


FOTO: Poder Judicial del Distrito Federal

Toda persona que pretenda sembrar transgénicos debe cumplir con esas normas. El hecho de ser una poderosa trasnacional, o la acción de lanzar una gran campaña en medios de comunicación, o la herramienta del cabildeo con poder corruptor, no debería significar un pretexto para incumplir con las reglas expuestas.

Si bien la ley autoriza la siembra de transgénicos, la restringe cuando se trate de regiones que alberguen maíces nativos y sus pares silvestres y establece distintas normas con el objetivo de evitar tal siembra. Y es aquí el punto que buscamos y debemos aprovechar. Para lograrlo, son indispensables tres elementos básicos: ser autocríticos con las razones de la demanda colectiva, dar seguimiento exhaustivo al juicio y, sin olvidar lo anterior, impulsar la movilización social. El triunfo de esta acción colectiva contra el maíz transgénico depende directamente del trabajo constante y de la participación conjunta de litigantes y sociedad civil.

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