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Variantes del anacronismo
E

l factor más impredecible de la actual campaña electoral en Estados Unidos no ha sido Donald Trump. Finalmente, el hombre del peluquín no ha hecho más que reunir en un coctel de misivas racistas el corazón de esa ideología conservadora, cuya exposición pública se consideraba hasta hace poco políticamente falible. En rigor, el discurso de Trump sólo dice lo que la franja del radicalismo conservador no se atrevía a expresar. Si ha perdido rating no es por lo que dice, sino cómo lo dice. Su contendiente republicano, Ben Carson, ya lo ha descubierto: existe hoy un tipo de conservadurismo que se reviste con el lenguaje de lo políticamente correcto.

El verdadero factor impredecible de esta contienda se encuentra en el lado opuesto del espectro político. Es Bernie Sanders, quien ha encontrado una audiencia en más de la tercera parte del electorado del Partido Demócrata. Su primer cargo data de la alcaldía de Burlington en 1981. Allí fue relecto tres veces consecutivas. En 1990 llegó a la Cámara de Representantes, donde se desempeñó durante 16 años. En 2006 ganó una senaduría por el estado de Vermont.

En 2003, cuando la sociedad estadunidense empezó a mostrar los primeros signos de estancamiento, Sanders se enfrentó, en una de las audiencias del Congreso, en una discusión con Alan Greenspan, antiguo secretario del Tesoro y uno de los más destacados artífices de la economía global. Negar un salario mínimo digno a la población, someterla a políticas de austeridad, liberar de impuestos a los más favorecidos y permitir que la producción emigre a otros países –afirmaba Sanders– no tienen nada que ver con la eficiencia de una sociedad: el único sentido de esta política es propiciar una concentración mayor de la riqueza.

Greenspan le respondió: Creo, diputado Sanders, que parte usted de una premisa anticuada. No hay que intimidar a la inversión privada, porque ella produce el empleo. Y lo que importa no es dónde se produce, sino a qué precio se produce, para que la gente pueda adquirir más bienes.

En 2008, cuando estalló la depresión y Greenspan fue llamado al Senado, Sanders le recordó la conversación de 2003, sólo que con una pregunta adicional: ¿Todavía cree usted que tiene razón? A lo cual Greenspan contestó con una respuesta que no sólo sorprendió a Sanders sino, en cierta manera, al mundo entero: Debo confesar que no tuve razón. Durante cuatro décadas he sostenido una visión fallida sobre la estructura del funcionamiento de las sociedades contemporáneas. Se trata de una visión, en su conjunto, completamente errada.

Alguien bien podría haberle preguntado al secretario del Tesoro, si 40 años no eran muchos para descubrir que estaba equivocado. En realidad, el viejo Greenspan no hacía más que declarar el anacronismo de una visión que ya en 2008 había perdido toda funcionalidad.

En 2015 Sanders se lanzó a obtener la candidatura del Partido Demócrata con el mismo programa que había defendido desde los años 90: fin a la desregulación y las políticas de austeridad, elevar considerablemente el salario mínimo a 15 dólares la hora, salud y educación gratuitas a la mayoría de la población, protección radical al ambiente, impuestos a los más favorecidos. Y sobre todo: derogación del Acta Antiterrorista de 2003, decretada por George W. Bush y que cuestiona la mayoría de las garantías individuales.

Para sorpresa del mismo Sanders, es el único candidato que ha logrado articular una disyuntiva frente a Hillary Clinton. Seguramente no logrará la candidatura, pero lo que no deja de impresionar es la recepción que ha tenido su proyecto entre los votantes jóvenes de menos de 25 años, en particular los blancos y los latinos.

Desde el comienzo de su campaña, The Wall Street Journal y la prensa conservadora lo tildaron de anacronismo: Sanders es un proyecto del pasado. Fue exactamente lo que Greensapn le dijo en 2003, antes del colapso de 2008. Pero ni el Wall Street Journal ni más de una socióloga mexicana trasnochada parecen querer escuchar el epitafio que el mismo Greenspan formuló en 2008: la premisa neoliberal simple y sencillamente no funciona, es una visión fallida de las sociedades contemporáneas. O en palabras de Varoufakis; Es pura y simple retórica y sicología de masas. Sanders ha agregado otra lección: no sólo es disfuncional, también es parasitaria.

En las últimas tres décadas las cifras de la sociedad estadunidense se han venido abajo. Ha perdido competitividad y productividad; ya no es simplemente lo que era. La población es más pobre hoy que en los años 80.Y si la administración de Obama logró cierta recuperación, ha sido en los sectores más tradicionales.

En un debate reciente, Sanders respondió: ¿A mí me llaman anacrónico? Lenin palidecería frente a la intervención que hizo la Casa Blanca para rescatar a empresas como la Chrysler en 2009. ¿Por qué no rescatar a los ciudadanos entonces?

La propuesta de Sanders es muy elemental (y visiblemente moderada). La misma que han postulado Krugman, Stiglitz, Varoufakis y tantos otros: hacer reingresar el interés público en la concepción de la sociedad misma.

Ben Loughton sostiene otra teoría sobre la virulencia con que la prensa conservadora ha tratado a Sanders. Lo que la perturba no es su programa concreto, sino el hecho de que lo ha entrecruzado con la definición de una política socialista. Sanders no considera a su programa como una opción de esa índole ni esa radicalidad, pero ha insistido en que es preciso pensar en cómo se vería un socialismo para el siglo XXI.

Tal vez esa sea hoy una de las claves de su éxito, y sin temer a que la novedad sea acusada de anacronismo.