Opinión
Ver día anteriorLunes 2 de noviembre de 2015Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Nosotros ya no somos los mismos

El sistema electoral universitario

O

merta es el último libro de la trilogía de Mario Puzo. También es una heavy metal band española y, asimismo, un juego electrónico de simulación, en el cual un jugador desarrolla el rol de un migrante. El significado de este vocablo, que se remonta al latín, surge y cobra su actual connotación en Sicilia, Italia, y nos transmite una idea bastante diferente: omertá es una ley, un código de honor. Un compromiso de no airear fuera de la famiglia los asuntos que a ésta afecten. La obligación de secrecía es tan fuerte, que aun a la víctima de un delito no cometido por él no le está permitido denunciar al verdadero culpable y a cambio se le reconoce el derecho a la vendetta o justicia por propia mano.

En Colonia, Alemania, en el año 1030, nació el monje Bruno, teólogo fundador de la orden religiosa contemplativa de los cartujos. Don Bruno fue profesor de teología en Reims, donde tuvo la suerte de tener de alumno (y no haberlo reprobado) a una joven promesa que se convertiría en el papa Urbano II. A su debido tiempo, esta santidad lo nombró su asesor. (Igualito que ahora acontece entre maestros y alumnos del ITAM, la indultada Universidad Panamericana y la Escuela Libre de Derecha, del derechísimo rector Poco(?)roba). Pero don Bruno, quien prefirió la vida eremítica y la actitud contemplativa, cabildeó para que el obispo de Grenoble le cediera un lugarcito en la región montañosa de la Cartuja (Chartreuse, para los franceses), donde instalar con sus allegados un monasterio en el que cumplirían sus votos: máxima pobreza, castidad (a saber) y extremo silencio, base indispensable éste para hacer posible la contemplación. En su autodefinición, los cartujos señalan: Nuestra vocación y ocupación principal es dedicarnos al silencio y a la soledad. Seguramente por esa devoción a la secrecía se les pasó decir que son propietarios desde hace más de dos siglos de una importante destilería que produce dos de los licores más preciados a escala mundial: el Chartreus verde (55°) y el amarillo (40°), elaborados con 130 hierbas maceradas en alcohol de uva y miel. La destilería mencionada se halla en Voirán y puede ser visitada aunque no se permite el paso al monasterio, ante el riesgo de que la ingesta inmoderada de este brebaje haya reblandecido la voluntad de los monjes y se les suelte la lengua.

En su más reciente crónica cinematográfica, tan docta y acertada como suelen serlo siempre las suyas, Carlos Bonfil nos hace la reseña del primer largometraje de Giulio Ricciarelli. Considera Bonfil que se trata de un evidente homenaje al fiscal Fritz Bauer, quien con la ayuda de un periodista (Thomas Gnielka) y algunos magistrados logró echar abajo la omertá que reinaba en Alemania después de su derrota y que buscaba desterrar la culpa, minimizar los saldos del horror consentido y neutralizar en lo posible el juicio moral de las nuevas generaciones. La película a la que se refiere el cronista jornalero se exhibe en la Cineteca y se llama La conspiración del silencio.

Seguramente, al llegar a este punto, parte de la multitud estará convencida de que la columneta ha enloquecido y por eso, después de dos meses de obsesivos comentarios sobre la sucesión del rector de la UNAM, la Ley Orgánica y la función definitiva que la Junta de Gobierno (JG) cumple en el proceso decisorio rompa abruptamente la saga y salga con domingo siete. A menos que haya un mal pensado al que se le figure (no sé sobre qué bases) que puede haber una relación entre la omertá, los cartujos y el filme alemán, La conspiración del silencio, con el sistema electoral universitario, que tiene sólo 70 inconmovibles años de vida, en los cuales nadie se ha preocupado por darle, aunque sea, una manita de gato.

Hago propicia la ocasión (suele decirse) para una aclaración: los defensores acérrimos del método vigente para la elección del rector esgrimen, como su mejor argumento, que la votación universal, libre y secreta ocasionó pésimos resultados. Se remontan a 1933 y al fatídico desenlace de 1944, cuando la caída de Brito Fouché dio lugar a la existencia paralela de dos consejos universitarios y dos rectores (Güal Vidal y Aguilar Álvarez): a partir de ahí elaboran un formidable round de sombra. Defienden las bondades del equipo All America, que constituye la JC (como quien dice los miembros de la liga de la justicia). Conjunto de eminencias al que, al menos aquí, jamás se ha descalificado. Al contrario, con orgullo y con envidia manifiesta se ha reconocido y exaltado el hecho de que la UNAM cuente en su nómina con maestros, académicos, investigadores, científicos, creadores y artistas, a la creme de la creme nacional. Se ha objetado, eso sí, que durante años, sólo cada cuatro, surja la idea de actualizar el sistema de renovación de las autoridades y siempre se diga: demasiado tarde, este problema debió plantearse a su debido tiempo. En 70 años, ¿cuántos rectores y miembros de consecutivas juntas y consejos supieron identificar el tiempo debido?

Foto
Cartel del primer largometraje de Giulio RicciarelliFoto tomada de Internet

Pero ahorita, ahorita, sin desconocer los pequeños avances que una súbita entrada en razón (o el llamado de la gracia, no en balde el vocero de la raza es el Espíritu Santo) de los miembros de la nomenclatura permitió el uso de medios de comunicación que en 1945 ni siquiera existían. Ahora estos 15 se enfrentan a una disyuntiva absolutamente definitoria: o nos explican los fundamentos y razones de su voto, o en perfecto ejercicio de sus atribuciones designan a un rector que será indiscutiblemente legal, pero al que por sus ridículos prejuicios, pruritos y tabúes lo van a ungir, arropado con la pesada túnica de la ilegitimidad.

Comento a ustedes una cuestión que puse a consideración de la JG durante la audiencia que me fue concedida. Si visitáramos la hemeroteca o los archivos de los diarios existentes en México en las décadas de los 50 y 60 podríamos fácilmente constatar que los días anteriores al 21 de agosto de 1958 y los previos al 21 de julio de 1968 la ciudad, en ambas fechas, estaba en una aceptable tranquilidad. El 20 de agosto de 1958 se inició el movimiento llamado camionero, que congregó más ciudadanos enardecidos que el 68, y que los militantes del ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas o Andrés Manuel López Obrador. La razón fue que la mínima demanda estudiantil cayó en terreno minado: los contingentes de Vallejo, Othón, Villavicencio, los Chimales y Sánchez Delint potenciaron la modesta revuelta, casi una puntada juvenil, y obligaron al Presidente de la República a recibirnos en Los Pinos y resolver los puntos centrales, estrictamente estudiantiles, de nuestros reclamos.

Tal vez el 21 de julio de 1968 un alumno de la Isaac Ochoterena le reclamó a otro de la Voca 2: ¡Órale, guey, no te metas con mi hermana. La bronca que se generó dio lugar a que los cumplidos granaderos irrumpieran en las instalaciones escolares y ejercieran el legítimo derecho de la represión. Ésta se repitió el 26 de julio y se inició la debacle. La revuelta estudiantil de 1968 tiene causas y raíces que se incubaron durante años y que siguen como asignatura pendiente, pero la llamada causa eficiente, como en muchos casos, fue una chispita que, estúpida o intencionadamente, nadie supo apagar a tiempo.

Hoy, día primero, que al cuarto para las ocho aún no termino la columneta (perdón, doña Soco), esperando que la JG informara sobre el resultado de las entrevistas con los candidatos: qué les preguntaron y qué contestó cada uno, me atrevo a formular las siguientes observaciones: 1. Aunque su decisión sea la idónea, nos presentarán a un rector legalmente electo pero no legítimamente avalado. 2. La Ley Orgánica los mandata a decidir con prudencia, o sea, sopesar los riesgos que implican ciertas decisiones. A modificar la conducta para no producir perjuicios evitables. A menos que la diferencia entre los cinco finalistas sea abismal, ¿por qué debe ser rector el candidato ligeramente mejor evaluado (condición subjetiva), si los daños colaterales de su nombramiento (condiciones objetivas) rebasan con creces los beneficios? 3. Como la esposa del César: el rector no sólo debe ser autonomista, sino parecerlo. 4. La raza está conforme con que el espíritu sea su vocero, no la JG. 5. La secrecía, el sigilo, es un agravio a todos los universitarios, incluidos los candidatos y el rector electo. “ Alieni iuris, capitis deminutio”. Así somos considerados por los 15 magníficos los 400 mil universitarios. ¡Qué osados! En esa medida la responsabilidad inmensa sólo se prorrateará entre ellos, y qué ingenuos: pese a los juramentos, en 48 horas todos sabremos cómo se comportó cada uno. Off the record, por supuesto. 6. Como discutía con Monsi: lo peor de invocar al diablo es que éste siempre está en disponibilidad.

Twitter: @ortiztejeda