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Jornada artística en el Museo Nacional de Culturas Populares por el Día de Muertos

Rinden tributo a la huesuda con un imaginario popular

La ofrenda principal está dedicada al dibujante Gabriel Vargas, creador de la legendaria historieta La familia Burrón, en su centenario natal

El programa incluye la exhibición de altares provenientes de varios lugares del país

Reproducen en cartonería el mítico Callejón del Cuajo

 
Periódico La Jornada
Jueves 29 de octubre de 2015, p. 3

La relación de la sociedad mexicana con la muerte no es de burla ni de irreverencia, sino de homenaje a los antepasados y de familiaridad con lo que se asume como resultado natural de la vida.

Sobre ese aspecto ahonda la tradicional jornada cultural que el Museo Nacional de Culturas Populares realiza con motivo del Día de Muertos desde el pasado 21 de octubre, la cual concluirá el 6 de noviembre.

Es un variado programa que incluye el montaje y la exhibición de ofrendas y altares provenientes de varios confines del territorio nacional, así como una expoventa y actos de música, teatro y danza. Estas actividades tendrán lugar entre el viernes 30 de octubre y el lunes 2 de noviembre.

Este 2015 ese espacio ubicado en Hidalgo 289, Coyoacán, dedica su ofrenda principal al dibujante Gabriel Vargas (1915-2010), creador de la legendaria historieta La familia Burrón, inscrita en la muestra con la cual se le rinde homenaje a propósito del centenario de su natalicio.

Lugares icónicos

Además del altar-ofrenda con una enorme fotografía del autor hidalguense, rodeado –como dicta la costumbre– por aromáticas y coloridas viandas, bebidas y papel picado, en uno de los patios del museo se muestra un elocuente ejemplo del ingenio con el que el pueblo mexicano conmemora de manera artística a la calaca.

Se trata de la reproducción en cartonería del mítico Callejón del Cuajo y los entrañables personajes de la familia Burrón, con cuyas aventuras y ocurrencias don Gabriel Vargas deleitó a varias generaciones.

Lugares icónicos como la peluquería El Rizo de Oro, la pulquería El Maguey y el hotel El Catre se erigen en la escenografía donde pueden verse los esqueletos de Don Regino y Doña Borola, así como su prole: Macuca, El Tejocote y Foforito, y hasta el mismísimo Wilson, el perro mascota.

También, gracias al talento y la inventiva del colectivo Los Olvidados, responsable de la elaboración de esta obra-ofrenda, aparecen don Susano Cantarranas libando un espumoso cantarito de tlachicotón, así como el cacique de La Coyotera, Briagoberto Memelas, montando un cuaco-pollo, híbrido de su invención, surgido de la cruza de un caballo y esa ave.

La milloneta Cristeta Tacuche y su secretaria Boba Licona, el ratero Ruperto Tacuche, el poetastro Avelino Pilongano y doña Gamucita, su abnegada madre, quien lava ajeno para mantener al flojonazo de su hijo; Floro Tinoco, Sinfónico Fonseca, la exótica encueratriz La Divina Chuy... completan ese simpático imaginario en honor de la huesuda.

A la par, también es posible apreciar una serie de altares tradicionales de Día de Muertos provenientes de otros puntos de la República, que dan cuenta de las singularidades de cada región en lo que respecta a esa tradición. Esos lugares son Angahuán, Michoacán; Celaya, Guanajuato; Tavehua, Oaxaca; la Huasteca veracruzana; la Chontalpa (Tabasco); Huaquechula, Puebla, y Tláhuac, Distrito Federal.

Estas ofrendas, producto del sincretismo de los mundos indígena y europeo, pueden ser consideradas escenografías donde los muertos llegan a comer, beber y compartir con sus deudos. Son un ritual que convoca a la memoria.

Como toda tradición, tienen elementos imprescindibles, como el agua, que simboliza la vida y la pureza del alma; la sal, para la purificación, y las velas y veladoras cuya flama significa la fe y la esperanza, y su luz sirve para guiar a las almas.

El copal y el incienso son fragancias de reverencia y se emplean para limpiar el lugar de los malos espíritus; las flores representan la festividad, por sus colores y fragancias; el petate tiene diversos usos, como cama, mesa o mortaja; el pan es uno de los componentes más preciados del altar, pues la Iglesia católica lo presenta como el cuerpo de Cristo; y el retrato del difunto evoca el alma que habrá de visitarnos.

El mole, la barbacoa, los frijoles, los tamales o los platillos predilectos del difunto no pueden faltar, así como el licor o la bebida que más le gustaba. Tampoco las calaveras de azúcar, una cruz grande de ceniza y adornos de papel picado.

Génesis en Europa

La festividad del Día de Muertos, como la practican las comunidades indígenas del país, constituye una riqueza cultural de los mexicanos y en 2003 fue declarada obra maestra del patrimonio oral e intangible de la humanidad por la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco).

La creencia generalizada es que el origen de esa fiesta es prehispánico. Sin embargo, la historiadora mexicana Elsa Malvido –quien falleció en 2011– documentó que surgió en Europa.

De acuerdo con la especialista, quien trabajó durante más de cuatro décadas en el Instituto Nacional de Antropología e Historia, esta festividad proviene de la Europa medieval, de la Francia del siglo X, en particular de los jesuitas.

Incluso, sostenía que el altar de muertos y la creencia de que los parientes visitan el hogar y traen juguetes para los niños provienen de una antigua tradición romana.

Este tipo de altar, de acuerdo con sus indagaciones, se acostumbra también en Argentina, Chile, Perú, e incluso en Sicilia donde, además, se tiene la creencia de que los parientes visitan el hogar y traen juguetes para los niños.