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Suffragette, película histórica con plena vigencia actual
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Las actrices Ramola Garai, Helena Bonham-Carter, Anne-Marie Duff y Carey Mulligan, ayer durante el estreno de la cinta en LondresFoto Reuters
¿E

n verdad las mujeres merecen el voto? No es esta una pregunta que Suffragette, la nueva película de la guionista Abi Morgan y la directora Sarah Gavron, se proponga contestar. Sin embargo, esa pregunta –y todas las razones por las que no se debería dar esa libertad a las mujeres– se enhebran a lo largo del filme, situado entre 1908 y 1913, que se estrenó ayer en el Festival de Cine de Londres.

Las mujeres son demasiado histéricas, emocionales en exceso, se distraen con facilidad en trivialidades. No se puede confiar en que ejerzan sus derechos democráticos con la racionalidad apropiada. Y en todo caso, ¿no están adecuadamente representadas por sus padres, sus maridos? ¿Quién dice que ellas actuarán con sus mejores intereses en mente? Y no olvidemos el poder blando que las mujeres ejercen al influir en sus poderosos hombres. ¿No les basta con eso?

Bueno, no. Selina Cooper, obrera y sufragista, escribió en aquel tiempo en el Wigan Observer: Las mujeres no quieren que su poder político les permita presumir que están en términos de igualdad con los hombres. Quieren usarlo para el mismo propósito que los hombres: para lograr mejores condiciones. Toda mujer en Inglaterra desea tener libertad política para hacer más llevadera la carga del trabajador y lograr reformas necesarias. No la queremos como un simple juguete.

En el fondo, Suffragette se trata de una mujer que encuentra su voz. Una mujer de la clase trabajadora. De hecho, una de las cosas más reconfortantes de esta película no es sólo que esté dominada por vidas de mujeres, algo tan insólito en una industria fílmica en la que las mujeres tienen sólo 28 por ciento de los papeles con parlamento, sino también que es una historia que se enfoca en las mujeres de la clase trabajadora.

La historia de las sufragistas nos ha sido contada como una historia de mujeres de clases media y alta, vestidas de blanco. Las imágenes de esas mujeres han sido impactantes. Pero el blanco era una opción sólo al alcance de mujeres que tenían más de un vestido, y sirvientes que lo mantuvieran limpio para ellas. Las mujeres trabajadoras no tenían ni los medios ni el tiempo para poseer un vestido blanco, aun si eso significaba no aparecer en las cámaras. También era menos probable que tuviesen estudios y, por tanto, que llevaran diarios de sus acciones. Igual les faltaba tiempo: muchas eran las que llevaban el pan a la casa, además de ser las encargadas de la limpieza y del cuidado de los niños en el hogar.

Cuando Morgan comenzó a escribir el guion, en un principio se enfocó en Alice, una sufragista de clase alta interpretada por Romola Garai. Pero, dice, se sentía muy limitado. Entonces Sarah y yo comenzamos a encontrar pequeñas notas de periódico que se referían a mujeres de la clase trabajadora. Se pusieron a pensar en la relación directa entre la pobreza y la desigualdad de las mujeres. Y entonces Maud (interpretada por Carey Mulligan), que en principio tenía un papel pequeño, una lavandera que visitaba la casa de Alice, intercambió con ésta el lugar preponderante.

Al seguir la historia de Maud, el argumento contextualiza la lucha por el voto femenino dentro de la lucha por los derechos de la mujer. Es muy sutil, nada que le arrojen a uno a la cara. Está allí, simplemente: la lucha de Maud por tenerlo todo –empleo, cuidados maternos, trabajo en casa– antes de que se volviera parte de la clase media; su jefe, abusador sexual en el proceso de mudar de interés hacia carne más joven; su marido, Sonny, interpretado por Ben Whishaw, no un monstruo, sólo un marido típico de fines de siglo, a quien ella entrega su salario y que tiene el poder de quitarle a su hijo y dejarla sin hogar.

La impotencia de las mujeres frente a sus maridos es un tema que cruza las fronteras de clase. Luego del primer arresto de Maud, la forman contra la pared en una estación de policía con sus camaradas sufragistas de clase trabajadora. La cámara panea hacia un mostrador donde un hombre escribe un cheque al policía que lo atiende. Junto a ese hombre está Alice. Ella suplica a su marido que firme un cheque para liberar a todas las mujeres. Cuando él se niega, ella le reclama que el dinero es de ella. Él, sin responder, se limita a sacarla a jalones del lugar. El mensaje es claro: Alice no pasará la noche bajo custodia policiaca, pero tampoco es libre.

Sin embargo, se libra de la cárcel, y aun si se hubiera quedado, la probabilidad sería que recibiera mejor trato que las mujeres alineadas contra la pared. La disparidad, aunque negada por las autoridades de la prisión, fue puesta de relieve por lady Constance Lytton, a quien varias veces sacaron de la prisión sin obligarla a comer (las sufragistas se ponían en huelga de hambre para protestar por ser encarceladas como criminales y no como presas políticas) en atención a su padecimiento cardiaco. Como creía que ese trato obedecía a su clase social, así que acudió a una protesta de las sufragistas en su disfraz de Jane Warton, mujer sin título de nobleza. Entonces fue arrestada, obligada a comer hasta que vomitó, y luego abofeteada por el médico de la prisión. La alimentación forzada continuó varios días, hasta que se reveló su verdadera identidad, y entonces pareció resurgir la preocupación por su estado de salud, y una vez más fue liberada. Murió no mucho después.

Lytton no fue la única mujer que murió por la causa. La película concluye con imágenes de archivo del funeral de Emily Wilding Davison, la sufragista que se arrojó frente al caballo del rey en el derbi de Epsom en 1913. Las opiniones se dividen en cuanto a si Wilding Davison pretendía suicidarse, y Suffragette deja el tema abierto a la interpretación. Sean cuales fueren sus intenciones, lo que está claro es que fue un acto de desesperación. Aunque algunos parlamentarios apoyaban el movimiento, dice Morgan, en general los medios y Westminster suprimieron sus voces. La creciente militancia de las mujeres es una marca de su cada vez mayor desesperación por ser escuchadas. Con la muerte de Wilding Davison, esa meta se logró.

Pero si bien las mujeres ganaron el voto con el tiempo, mucho en la película aún resulta dolorosamente familiar. Aún se abusa sexualmente de las mujeres, aún se les califica de histéricas, se les margina de posiciones de poder y se les ridiculiza por preocuparse. Al decidirse a contar la historia de Maud, de sus luchas, expresa Morgan, en cierto sentido fue muy siglo XXI. Sin duda lo es.

*Caroline Criado-Pérez es una activista y periodista británica nacida en Brasil.

© The Independent Traducción: Jorge Anaya