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El banquero y los petroleros
E

n Londres, el gobernador del Banco de Inglaterra –un banco central que supera en tradición, aunque no en recursos, a la Reserva Federal– decidió hacer algo insólito: hablar con claridad y hacerlo en público. No se puede acusar a su homólogo mexicano de haberlo hecho alguna vez, al menos no en público. Además, aludió a un tema que, formalmente, escapa a las atribuciones del banco central, aun cuando se considere que éstas no se limitan, en forma unívoca y exclusiva, al control de la inflación. Habló de cambio climático y de combustibles fósiles, los que por las emisiones de bióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero que produce su combustión son los que más contribuyen al calentamiento global. Y soltó una bomba. En esencia, advirtió a las corporaciones carboníferas y petroleras y a los gobiernos de los países petroleros –que controlan alrededor de 80 por ciento de los hidrocarburos en el subsuelo– que buena parte de las reservas de carbón, petróleo y gas podrían quedarse varadas, tornarse inutilizables si la comunidad internacional adopta medidas estrictas de reducción de emisiones para evitar las calamidades que traería consigo un cambio climático descontrolado. Recomendó a las empresas de seguros y reaseguros del mundo respaldarse –adquirir coberturas, la expresión de moda en México– y constituir reservas financieras para protegerse ante tal contingencia.

Aficionado, como algunos de sus colegas, a las expresiones dramáticas, que definan los encabezados de los medios, Mark Carney –quien habló en un acto organizado por la aseguradora Lloyds, el 30 de septiembre– tituló su charla Evitar la tragedia en el horizonte: cambio climático y estabilidad financiera. La exposición, más prevista para leerse que para ser oída a los postres de un banquete, tuvo un corte casi académico, con numerosas notas de pie de página, y si se observa el video se advierte que fue emitida en tono ex catedra, común en los oficios de banquero central y de sumo pontífice.

Estas circunstancias quizá aumentaron el efecto de la bomba: “Considérese –dijo Carney al iniciar el último tercio de su discurso– que el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático estima un ‘presupuesto de carbono’ [en otras palabras, un tope de emisiones] para evitar el aumento de la temperatura global por encima de 2º C sobre los niveles preindustriales, que equivale a entre la quinta y la tercera parte de las reservas probadas mundiales de carbón, petróleo y gas natural. Si esta estimación es correcta, una vasta mayoría de tales reservas quedaría ‘varada’, constituida por petróleo, gas y carbón literalmente inutilizables sin costosas tecnologías de captura de carbono.” Carney, el banquero central, dijo a los ejecutivos de las corporaciones carboníferas y petroleras y a los gobiernos de los productores de esos combustibles que entre dos tercios y cuatro quintos de sus reservas permanecerán in situ, en el subsuelo, pues serán inutilizables como combustibles si la comunidad internacional decide adoptar medidas estrictas para evitar los eventos catastróficos que se derivarían de un aumento global de temperatura media por encima de 2 grados centígrados.

La puerta que dejan abierta las tecnologías de captura de carbono –que en buena medida aún no están por completo desarrolladas– sólo puede ser cruzada, afirma Carney en una de las notas de pie de página de su discurso, a costos sumamente elevados: el IPCC estima que se requieren inversiones adicionales de entre 190 y 900 mil millones de dólares sólo en el sector de energía para alcanzar el objetivo de dos grados. Se maneja la cifra de 3 a 5 billones de dólares, para 2030, como inversión acumulada adicional para aumentar la eficiencia energética, desarrollar las energías renovables, los biocombustibles y la nuclear, así como los sistemas de captura y almacenaje de carbono. En otras palabras, montos que equivaldrían desde algo más del PIB de Francia hasta algo menos del PIB de Japón. (No ayuda mucho, dicho sea entre paréntesis, que las estimaciones del IPCC señalen rangos tan abiertos, de varios órdenes de magnitud, que afectan la credibilidad del ejercicio prospectivo y alimentan su descalificación por parte de los lobbies de las corporaciones y sus aliados políticos.)

La tesis expuesta por Carney, en el sentido de que la mayor parte de las reservas mundiales de petróleo, gas y carbón puede tornarse inutilizable ante el imperativo climático, se basa en el concepto de presupuesto de carbono, noción que parte del cálculo de la diferencia entre el volumen de CO2 ya emitido a la atmósfera y el que todavía podría emitirse antes de que la temperatura media rebase el límite de 2º C, como explicó el propio Financial Times al examinar el discurso. Carbon Tracker, una consultora británica, ha calculado que esa diferencia, de ahora a 2050, sería de 565 gigatoneladas (565 multiplicado por 109, es decir por mil millones) y estima que el uso de las actuales reservas mundiales de combustibles fósiles daría lugar a emisiones por 2 mil 795 gigatoneladas de CO2, casi cinco veces el monto admisible.

Las reacciones ante lo dicho por Carney no se hicieron esperar y abundaron. Algunas corporaciones petroleras señalaron que la creciente demanda de energía –proveniente en los próximos decenios sobre todo del mundo en desarrollo, donde se ubica la mayor parte de esas reservas– no puede quedar insatisfecha. Insinuaron que los propios países en desarrollo se asegurarían de disponer de energía suficiente para alimentar su crecimiento y diversificación. Basta este hecho, se dijo, para desechar la idea de que reservas ya localizadas vayan a quedar varadas, sin utilizar.

Se objetó también, con particular énfasis, que Carney no haya distinguido entre la intensidad contaminante de los diversos combustibles fósiles, mucho mayor para el carbón que para el gas natural. Sobre todo en Estados Unidos, las corporaciones petroleras esperan que una transición hacia el gas –en especial el obtenido en formaciones de lutitas: el shale gas– sea suficiente, pues considera fantasioso el riesgo de cambio climático en los términos planteados por el IPCC. Espera que la llamada revolución shale evite o permita aplazar la verdadera transición energética, hacia las energías renovables y otras bajas en carbono. Éste es, por cierto, uno de los supuestos de la reforma energética en México.

Es posible que la bomba de Carney anime el debate previo a la COP21, hacia fines de año en París, y consiga que la noción de definir y respetar un carbon budget figure de manera prominente en los debates.