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American Curios

Intervención divina

H

ace años conocí a un estadunidense; era un hombre del mundo, con una curiosidad inteligente, con manos que habían trabajado en crear cosas, vestido como cualquier otro. En la plática entre varios fuimos conociendo poco a poco que ahora se dedicaba a proyectos para alimentar a los que no tenían suficiente para comer en el país más rico del mundo, los sin techo en las calles de Chicago, y para defender la dignidad de familias marginadas. Por fin alguien se atrevió a preguntarle si esto era un proyecto personal o de una organización, o sea, para quien trabajaba. Respondió: soy un pequeño burócrata de la primera empresa trasnacional del mundo. Mientras todos intentaban adivinar cuál, por fin aclaró: La Iglesia católica. Era un cura rebelde clandestino.

La Iglesia católica en Estados Unidos es la denominación religiosa más grande (y por decenas de millones) de este país fundado, y casi siempre gobernado, por protestantes. Hoy día, buena parte de la cúpula política estadunidense se dice católica, incluido el vicepresidente Joe Biden, el hasta ahora presidente de la cámara baja, John Boehner, casi un tercio de los representantes y seis de los nueve jueces de la Suprema Corte, entre otros.

También hay múltiples corrientes –muchas en eterno conflicto– en las bases católicas, desde fascistas de larga trayectoria hasta todo tipo de progresistas que han jugado papeles críticos en las luchas sociales de este país.

En este contexto, dentro y fuera de la Iglesia estadunidense, una de las grandes sorpresas de la visita del papa Francisco fue su decisión de mencionar a Dorothy Day en un grupo de cuatro representantes del pueblo estadunidense, entre ellos Lincoln y Martin Luther King.

Day (1897-1980), neoyorquina fundadora del Movimiento del Trabajador Católico, fue una de las figuras más radicales de la Iglesia estadunidense que abogó por los derechos de los trabajadores y los marginados y en contra de las guerras de este país, empleando la acción directa no violenta y el apoyo cotidiano a los más jodidos. Considerada comunista por su feroz crítica al sistema que generaba masas marginadas y la explotación, antecedió y fue parte de una corriente que es tal vez la más sintonizada con la teología de la liberación en Estados Unidos.

Periodista y activista social, fue hasta el fin de su vida editora del periódico Católica Worker, que fundó. Anteriormente Day trabajó en varios medios socialistas, incluido The Masses (donde trabajó John Reed y publicó sus reportajes sobre Pancho Villa). De joven se nutrió de corrientes anarcosindicalistas, pero siempre afirmó su convicción en el pacifismo. También fue una combatiente pro derechos de la mujer, en particular para ganar el derecho al voto. Nunca ocultó que de joven se practicó un aborto (algo que incomoda aún a sus admiradores católicos). Se enamoró de un líder comunista y fue íntima amiga del dramaturgo Eugen O’Neill y de la gran dirigente comunista Elizabeth Gurley Flynn. Poco más tarde, se interesó intensamente en el catolicismo y en 1927 se bautizó en la Iglesia católica. Pero su compromiso con la justicia social la llevó a crear un nuevo movimiento con el inmigrante francés Peter Maurin, dentro de la Iglesia, dedicado a los trabajadores y los pobres, inaugurado el primero de mayo de 1933, junto con el primer número de su periódico, el cual llegó a tener un tiraje de 150 mil ejemplares en su mejor época.

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En imagen de 1960 Dorothy Day, periodista y activista fundadora del Movimiento del Trabajador CatólicoFoto Ap

Hubo diferendos y hasta enfrentamientos con los comunistas, sobre todo por el tema de la religión organizada, pero el periódico y su movimiento prosperarían y continúan hasta hoy día. Entre sus fieles estaban los famosos curas Berrigan, tan prominentes en las protestas –y acciones directas no violentas– contra la guerra en Vietnam y después contra las armas nucleares. El movimiento se opone absolutamente a todo tipo de guerra.

Pero Day tampoco fue ortodoxa en aplicar sus principios de manera mecánica a todo. Elogió el triunfo de movimientos de liberación, como el de la revolución encabezada por Fidel Castro en Cuba, y afirmó: mucho mejor rebelarse violentamente que hacer nada por los pobres desamparados, y viajó a la isla en 1962 para hacer reportajes (a pesar de que Castro fue excomulgado).

También apoyó el movimiento de los jornaleros de Cesar Chávez, viajó a varios países y condenó políticas estadunidenses de guerra en el mundo, trabajo que no interrumpió hasta su muerte. A lo largo de su vida asustó a las cúpulas políticas y religiosas e inspiró a pacifistas radicales por todo el país, mientras continuaba el trabajo cotidiano de la red de comunidades del Trabajador católico.

El Papa la elogió en su histórico discurso ante la cúpula política de Estados Unidos congregada en el Congreso la semana pasada al declarar que su activismo social, su pasión por la justicia y su causa a favor de los oprimidos fueron inspirados por el evangelio, su fe, y el ejemplo de los santos. Poco después, las búsquedas en Google sobre ella registraron una alza dramática, ya que Day no es ampliamente conocida por su pueblo e indudablemente la gran mayoría de los políticos que escucharon al Papa no tenían idea de ella, y si lo tenían, era alarmante (con ciertas excepciones notables).

Que el ejecutivo en jefe de la primera empresa trasnacional rinda honores y ponga de ejemplo a una rebelde dentro de sus filas –y que sea mujer– seguramente sorprendió al burócrata y cura clandestino en las calles de Chicago.

Al calificarla entre los representantes de este pueblo, obligó a que se refresque la memoria colectiva. Y tal vez eso será entre lo más importante que dejará el efecto Francisco en este país después de esta gira: cambiar los referentes del debate público, imponer un vocabulario moral en lo político y elevar la idea de que no se puede hablar de salvación espiritual sin liberación en la vida material. Al elevar la figura de Day, revela que ese mensaje no es nuevo, sino parte vital de la historia estadunidense.

Es una intervención divina bienvenida.