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No sólo de pan...

De salvaguardas patrimoniales

E

l Tercer Congreso Internacional sobre experiencias en la Salvaguarda del Patrimonio Cultural Inmaterial que acaba hoy domingo 6 de septiembre en Cuernavaca, ha sido más un ejercicio crítico propositivo, que un simple catálogo etnográfico. En este ejercicio han estado involucrados jóvenes de ambos sexos y personas mayores, pensionadas o en actividad, cuyos intereses van alrededor de la cultura en general y particularmente la que nos da identidad como mexicanos, en un afán por comprender el vínculo que existe entre las declaratorias de la Unesco y los criterios para hacer tales pronunciamientos, preguntándose por las tablas de valores con que se califican los rasgos culturales y, sobre todo, cuestionando la eficacia de las medidas con que se salvaguarda o se pretenden salvaguardar los elementos culturales juzgados en peligro, que, no hay que olvidarlo, son requisito necesario para que la Organización de Naciones Unidas para la Ciencia y la Cultura (Unesco, por sus siglas en ingles) tome en cuenta una propuesta gubernamental para incluirla en la Lista Representativa.

Los que nos dedicamos al tema intentamos responder a estas inquietudes, pues de las siete manifestaciones mexicanas incluidas en dicha Lista, al menos en tres, sus creadores y recreadores están inconformes, por decir lo menos, con las políticas públicas de salvaguarda. En esta inconformidad tiene mucho que ver si sólo dos o tres miembros de la comunidad dieron su consentimiento libre e informado y se pasó por alto al grueso de los integrantes para llevar el expediente de uno de sus bienes culturales ante la Unesco, o bien lo que les enoja es la manera en que se están implementando medidas de rescate y protección que ellos no pidieron. A esto se añade el vago descontento acumulado en años de antropología etnográfica que con demasiada frecuencia se ha servido de las comunidades para obtener grados académicos y publicaciones, sin devolverles el fruto que sacaron de ellas, y ambos desazones cubren el viejo resentimiento de las promesas incumplidas y abusos cometidos, sobre sus tierras y su trabajo, por políticos de distintos niveles que sólo las visitan durante los periodos electorales para abandonarlas en la expectación los años siguientes. Es lógico entonces que hoy día, las comunidades indígenas de nuestro país ya no estén compuestas de seres mansos y generosos, sino por personas, familias, grupos y pueblos enteros, desconfiados y demandantes. Con razón.

Demandantes de no se sabe qué, dicen las autoridades, pero basta tener una mirada clara, incluso sin sensibilidad particular, para responderse: del tipo de justicia que los deje ser sin por ello marginarlos de las ventajas de los servicios y educación que la modernidad ofrece; que se los deje vivir en su territorio ancestral, cultivar a su manera, en trabajo colectivo y en pluricultivos los productos con que cocinan su comida y con los que mantienen a raya enfermedades exógenas; que los dejen recogerse a las horas y en los días en que ellos comulgan con el cosmos y aprenden sus secretos, y que en otros días los dejen extrovertirse con la música, danzas y ofrendas culinarias de fiesta, que respeten las solemnes ceremonias con que agradan a la Naturaleza, para que los dioses (o Él) les devuelvan los rituales en forma de vida para todos y para nuevas generaciones; que les dejen nombrar su universo en sus propias palabras, para que las plantas y los animales que no tienen nombre en español existan y ofrezcan todas sus virtudes; que los dejen salir de sus comunidades sin temor, a intercambiar los excedentes de su producción así como las novedades de la realidad o de la imaginación; que fuera de sus comunidades no los ofendan ni humillen ni engañen… que los consideren seres humanos iguales pero felizmente distintos. Porque sin ellos no habría diversidad cultural.

Y es que si algo quedó claro en este congreso, ha sido el concepto de Patrimonio Cultural Inmaterial (PCI) como un conjunto indisociable de rasgos que pueden enumerarse como se hizo en el párrafo anterior, pero que ninguno existiría sin los otros y que, por lo tanto, al tratar de declarar PCI uno sólo de ellos, no sólo se está desvirtuando la realidad sino que se la desvirtúa con propósitos evidentes de convertir el rasgo en cuestión, aislado de su contexto, en una mercancía. Al tiempo que sus creadores y detentores se convierten en confeccionadores de productos en serie (artesanías, danzas, música, cocina), en una palabra, obreros para la industria turística.

En el contexto del congreso y de las reflexiones críticas sobre las políticas públicas para la salvaguarda patrimonial de los mexicanos, fue ineludible que saliera a colación la inscripción de las Cocineras tradicionales, paradigma de Michoacán en la Lista Representativa de la Unesco de 2010, con la pregunta, ya no de una o dos sino de docenas de voces ¿Por qué fue aprobado por la Unesco este expediente con medidas de salvaguarda que consisten en sacar a las cocineras de su comunidad, enseñarles higiene, técnicas de cocina, mercadotecnia y administración, y para exhibirlas en un stand de feria de chefs, restaurantes y sus proveedores, año con año? ¿En vez de salvaguardar las cocinas, rasgo fundamental de nuestra identidad nacional, a través del rescate de la milpa prehispánica de su depredador, el Tratado de Libre Comercio, salvando comunidades enteras del hambre y la migración?