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Bajo la Lupa

Kissinger reconoce que EU desea balcanizar a Rusia

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Kissinger, representante de la escuela del realismo en las relaciones internacionales de EU, corriente ahora en declive; aquí, durante una visita a México, en 2000Foto Carlos Cisneros
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acob Hellbrunn, editor de la influyente revista The National Interest, comenta que la llamada escuela del realismo en relaciones internacionales –enarbolada por Hans Morgenthau, George F. Kennan, Dean Acheson y Henry Kissinger– ha declinado significativamente en Estados Unidos, donde prevalece la ahistoricidad (http://goo.gl/mqwjVJ).

Hoy los fracasados neoconservadores straussianos –grupo israelí-estadunidense adicto al partido fundamentalista sionista Likud– tienen dominada la política exterior de Estados Unidos, pese a sus dos estrepitosas debacles en Afganistán e Irak, que catalizaron su decadencia.

La entrevista muy a modo que Jacob Hellbrunn concertó con el polémico Henry Kissinger –vilipendiado por los neoconservadores straussianos como paloma (¡supersic!)– exhuma las fracturas de la desfalleciente geoestrategia de Estados Unidos, que aún no se sabe ajustar a la nueva realidad tripolar del siglo XXI con Rusia y China con el fin de edificar un nuevo orden global (http://goo.gl/mukBcD).

Los académicos en relaciones internacionales son muy dados a reducir la hipercomplejidad del mundo en tres escuelas de pensamiento: realismo, idealismo y neorrealismo, a lo cual se rebela Henry Kissinger, quien asevera que ni Kennan ni Acheson compartieron tal simplificación.

Según Kissinger, los realistas creen en el poder como elemento determinante de la política frente a los idealistas, quienes creen que los valores de la sociedad son decisivos.

El menos socorrido neorrealismo conceptualiza reconstruir el puente roto entre realismo e idealismo.

Sin negociar su indeleble pasado genocida en Indochina ni su derrocamiento de Salvador Allende en Chile ni su apoyo indefectible a Israel, existen muchos puntos notables dignos de ser escrudiñados en la entrevista de Henry Kissinger.

La parte trascendental se centra en Rusia, la máxima superpotencia nuclear euroasiática, y la manera en que la política exterior de Estados Unidos ha manejado pésimamente esa realidad.

Kissinger se defiende de ser apaciguador nuclear, en referencia a la URSS, de lo que es criticado por los aventureros cuan ahistóricos neoconservadores straussianos de doble lealtad simultánea: a EU y a Israel, ignoro a quién antes del otro.

A mi juicio, quedará en el tintero quién fue más eficaz en provocar el colapso de la URSS, entre dos de los máximos geoestrategas de Estados Unidos: Kissinger, con su détente (distensión), que jugó un importante rol frente a la URSS, o el polaco-canadiense-estadunidense Zbigniew Brzezinski, quien tendió la trampa del montaje hollywoodense de Osama Bin Laden/Al Qaeda (hoy renovado por los yihadistas de ISIS/Daesh) que empantanó a la URSS en Afganistán.

El editor Jacob Hellbrunn comenta que en Europa defienden que la détente fue esencial para ablandar (sic) a Europa oriental y a la URSS, a lo que replica el viejo lobo de mar a sus 92 años, que, debido a dimensiones diplomáticas y sicológicas (¡supersic!), la URSS estaba ya en la vía de la derrota mucho antes de la retórica sobre el imperio del mal de Reagan, hoy retomada por los neoconservadores straussianos.

Kissinger reconoce que lo fundamental de la confrontación entre Estados Unidos y la URSS consistía en evitar un conflicto nuclear, lo cual debe constituir, a mi juicio, la piedra de toque de la política exterior de cualquier superpotencia.

Se desprende de las vivencias de Henry Kissinger que lo único que hizo Reagan fue haber acelerado el cronograma de la disolución de la URSS, cuyo efecto fue en extremo impresionante.

Para que hubiera existido un Reagan –actor de cine de tercera– se necesitó un ingenuo infatuado como Gorbachov, que digirió todos los engaños de Estados Unidos.

Juzgo que Henry Kissinger obtendrá muchos créditos por su apertura a China, pero ignoro si ello aminore el estigma de su colaboración en el genocidio global.

El alemán-israelí-estadunidense Henry Kissinger correlaciona la reducción del rol soviético en el Medio Oriente con el salvamento (¡supersic!) de Israel en la guerra de 1973 gracias el abasto militar de Estados Unidos.

Acepta que la gloria de Nixon radicó en haber roto la colusión de China con la URSS, la potencia dominante nuclear en Eurasia con la connivencia (sic) de Estados Unidos.

Resulta que la seducción por Nixon de la China comunista de Mao condujo a resquebrajar la hegemonía nuclear de la URSS en Eurasia.

Henry Kissinger admite que hoy el gran desafío de Estados Unidos consiste en entender el mundo sinocéntrico –en especial, su historia y cultura– y/o la integración de China al orden de Westfalia de 1648. Aquí no es válida tal dicotomía ya que China tampoco entiende ni comparte el esquema de Westfalia, porque se trata de otra metavivencia en el túnel del tiempo.

Henry Kissinger es escéptico de la reciente asociación estratégica entre la nueva Rusia y China y aduce que la ruptura de la URSS y China fue un asunto estratégico, mientras el sinocentrismo es cultural.

Kissinger no asimila la multipolaridad del BRICS y juzga en forma temeraria que las dos civilizaciones rusa y china son incompatibles, en lo cual se equivoca rotundamente ya que fue Estados Unidos el que empujó a Rusia a los brazos de China: el máximo error geoestratégico de toda su historia. Se trata de una supervivencia biológica ante el asedio de Estados Unidos y no de incompatibilidades civilizatorias de los acosados.

A Henry Kissinger le preocupa la disrupción al orden internacional del contencioso de Ucrania, pero admite el carácter especial de Ucrania en la mente rusa. ¡Ya es bastante!

Tiende un lazo de reconciliación al presidente ruso, Vlady Putin, en contrapunto a la rusofobia de Zbigniew Brzezinski.

En forma sarcástica, dice no entender cómo Putin gasta 60 mil millones de euros en convertir un centro veraniego en una ciudad de Juegos Olímpicos de Invierno con el fin de iniciar una crisis militar la semana después a la ceremonia que colocó a Rusia como parte de la civilización occidental.

A su juicio, el primer error fue la conducta inadvertida de la Unión Europea (UE), pero se le olvida gran parte de culpa cuando la amazona israelí-estadunidense Vicky Nuland mandó a freír espárragos a la UE (Fuck Europe!, dijo) con el fin de monopolizar la desestabilización del binomio Ucrania/Rusia.

La narrativa sesgada de Kissinger sobre el golpe estadunidense en Kiev no es tan relevante como su admisión del error de pretender desvincular a Ucrania de la órbita rusa, recordando que Stalingrado se encuentra a 200 millas de Alemania que parece desbrujulada y nunca ha conducido un orden internacional desde su génesis en 1871.

Considera que si se trata a Rusia en forma seria como a una gran potencia (¡supersic!), entonces sus preocupaciones deberán ser reconciliadas con las de Estados Unidos, entre lo que destaca la virtual cooperación en una Ucrania militarmente no alineada (¡supersic!).

El problema de Estados Unidos, que ha librado cinco guerras desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, es que “todas son iniciadas con gran entusiasmo, en las que los halcones (léase: los neoconservadores straussianos) no han prevalecido al final”.

Su frase más trascendental es: resquebrajar a Rusia se ha vuelto un objetivo, cuando unidades islámicas están luchando en nombre de Ucrania, lo que hace perder el sentido de proporción.

Con los pusilánimes Gorbachov y Yeltsin fue mas fácil balcanizar a la URSS que con Vlady Putin a Rusia.

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