Opinión
Ver día anteriorMartes 25 de agosto de 2015Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Arturo Rivera: libro especial
A

través de mi ex alumno, el investigador y curador Arturo López Rodríguez, obtuve el libro que registra la exposición de Arturo Rivera en el Marco. Fue publicado en 2013, impresión en offset Santiago, encasetado en estuche setalux, pasta dura, una producción de alto nivel.

Al examinarlo, agradeciendo la cariñosa dedicatoria manuscrita del pintor, me percaté de que estoy en el libro no a través de mi efigie, sino de un autorretrato simbólico, que es una pistola cuyo cañón se prolonga en un dedo señalador con uña pintada, a modo de garra. Ya antes conocía un dibujo que puede ser versión de esta pintura, salvo que en la pieza está pintado mi nombre con el título de la obra.

Contiene también la representación de unas teclas de máquina de escribir con letras que pudieran corresponder a iniciales. Con todo y la agresividad implícita en la cuestión, cuya causa desconozco, me dio gusto estar presente en ese libro, recordando el éxito que tuvo su exposición Bodas del cielo y del infierno, título de William Blake que él eligió para aquella muestra que se verificó en el Museo de Arte Moderno, donde ya antes había exhibido en tiempos de Fernando Gamboa.

Algunas de las obras reproducidas en el libro que comento son muy conocidas, sobre todo las que integraron una serie que se tituló Historia del ojo –que puede, o no, tener que ver con Georges Bataille–. Las personas que hemos seguido la trayectoria de Arturo Rivera recordamos éstas y otras obras, como las que realizó a petición de Fernando Ortiz Monasterio, o bien la que pertenece a la propia colección del Marco, una Última cena que mereció un importante premio sólo concedido en tres ocasiones consecutivas. También es conocido el retrato del cineasta Jorge Prior representado de cuerpo entero, torso desnudo y acompañado de tres personajes que blanden cuchillos porque van a ejecutarlo; el que se encuentra en primer plano corresponde a un enanito maduro de nombre Javier Estrada, quien fue actor; llegó a trabajar con Wim Wenders y era inteligentísimo (RIP).

Los textos corresponden a un panegírico del galerista y promotor regiomontano Guillermo Sepúlveda, quien destaca que en 2005 el pintor fue galardonado en la Bienal de Pekín, junto con los alemanes Gerhard Richter y Anselm Keefer y con el escultor británico Tony Cragg. El título de su texto enuncia que Arturo se ha aferrado a la pintura como destino y salvación, cosa que me parece retórica y redundante, porque por más que una persona haya sufrido –como tantas otras– menoscabos existenciales severos, sólo un porcentaje mínimo llega a hacerse de los medios técnicos, intelectuales, manuales, culturales e imaginativos para salvarse (eso si es que hay salvación posible) a través de la pintura. En su quehacer Arturo es coherente hasta el exceso y eso está ilustrado en la lámina que observamos en la primera de forros: un autorretrato en el que él se encuentra en primer plano, de medio cuerpo, impecablemente vestido, con las manos visibles, tras él están sus posibles personajes deformes, engendros realistas.

Con todo y sus predilecciones por los horrores a los que alude la conocida especialista en pintura figurativa Avelina Lésper en su ensayo: Si la belleza puede ser engaño, el horror es verdadero, lo verdadero es la cuidadísima ejecución de Arturo. Lo es en varias de las reproducciones que aquí vemos y en los gestos que despliegan algunos de los personajes: hay varios autorretratos, su presencia es no sólo verosímil, sino digna, incluso en la insinuación de la herida que aparece en el que ostenta la portada a pesar de la inclemencia con la que nos hace contacto de ojo, mientras sostiene con ambas manos un cordel blanco, delgado, que indicaría la posibilidad de que uno mismo, otra persona o el propio Arturo podría ser ahorcada con ese elemento, cosa que recuerda que a los asilados en los hospitales siquiátricos se les priva de las agujetas de sus zapatos. Allí, como en la mayoría de los autorretratos que se ilustraron, él es digno, hosco, mas perfectamente reconocible. En cambio no resulta reconocible en Autorretrato con el puño rojo (2011), en el que se representa con gesto de furia extrema. Tomando en cuenta que su proceder pictórico se inicia a través de una serie de fotografías, lo que puede deducirse es que maneja a fondo la teatralidad y eso no es extraño, pues se trata de un pintor letrado, muy viajado e infuido por personajes tan especiales, como Max Zimmermann, no porque forme parte de su biografía, como se asevera en uno de los textos, sino porque este famoso litógrafo y grabador de fértil imaginario y técnica perfecta, nacido en 1811, está muy presente en la Nueva Pinacoteca de Munich, ciudad donde Arturo llegó a trabajar de asistente de otro personaje interesante que poseía un gabinete, si no de horrores sí de objetos propios de los ya extintos gabinetes de curiosidades.

Es satisfactorio ir reconociendo personajes en el libro, como los ya mencionados o como Antonia Guerrero Galván, Jutta Ruz, el fotógrafo Pablo Ortiz Monasterio, padre del distinguido cirujano ya fallecido, quien también está representado incluyendo una lámina dedicada sólo a su instrumental médico.