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La fotógrafa Paulina Lavista encabezó la mesa redonda en honor de su esposo en el PBA

Farabeuf, de Salvador Elizondo, sigue siendo una conmoción literaria
 
Periódico La Jornada
Lunes 17 de agosto de 2015, p. 8

Era un chile picante, expresó la fotógrafa Paulina Lavista al acordarse de la amplitud de conocimientos que poseía su esposo, el escritor Salvador Elizondo (1932-2006), cuyo libro más celebrado, ahora cincuentenario, Farabeuf o la crónica de un instante, fue el tema central de una mesa redonda ayer, en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes (PBA).

“Lo vi consumir y devorar libros. Su capacidad de lectura es quizá lo que lo llevó a escribir Farabeuf tan joven, a los 29 años. Tengo libros suyos de James Joyce marcados a los 17 años, porque siempre que compraba un libro le ponía la fecha y lo subrayaba. Farabeuf es todo lo que sabía y era un hombre que sabía de todo: de telas, comida, vinos, chamacas –le fascinaban las mujeres–, moda, bueno, de todo”, acotó.

Lavista habló de la génesis del libro motivo de la exposición Farabeuf: 50 años de un instante, montada en la Sala Justino Fernández del PBA, que también contará con una edición a cargo de El Colegio Nacional, la cual recopila el texto, así como un nuevo documental que hablará precisamente de cómo se hizo. Agregó que el archivo estuvo en peligro de destrucción hacia un año, pero lo salvé.

Obra trepidante

Anamari Gomís, escritora y testigo de boda de la pareja, respondió así a la petición de Lavista de escribir algo sobre su primera lectura de lo que todo el mundo coincidió en que no es novela: “No ha envejecido. A 50 años de haberse editado, Farabeuf provoca una trepidación en los nuevos lectores y en cualquiera que vuelve a leerlo. Sigue siendo una obra de ruptura y, sin lugar a dudas, es una conmoción literaria”.

Elizondo, continuó, apostó por una fenomenología personal de la creación literaria y con ella se imaginaba al mundo como escritura. Es decir, el mundo para él existía en función de las palabras escritas.

José de la Colina, escritor y amigo de Elizondo, contó con orgullo la anécdota de cómo fui pretexto para que Salvador creara el libro.

Ambos solían asistir al cine club del Instituto Francés de América Latina y en una ocasión De la Colina acababa de comprar Las lágrimas de Eros (1961), ensayo de George Bataille, pero no lo había abierto. Elizondo, al hojearlo, quedó fascinado con una fotografía allí reproducida de un prisionero ejecutado en China a principios del siglo XX con la técnica de tortura Leng T’che, traducida como la muerte lenta o de los mil cortes.

En seguida, De la Colina leyó un texto incluido en su libro Personerío (2005) acerca de Elizondo y su escritura. Después de llamar a su colega uno de los raros de la literatura mexicana, se refirió a su quehacer como “escritura de la escritura, y a la vez una estética y una metafísica de la mirada con las cuales el escritor, comenzando por fascinarse el mismo, busca fascinar al lector. Fascinación, eso es lo que predomina como motivo en Farabeuf”.

Javier García-Galiano, narrador y alumno del homenajeado, habló de la relación de Elizondo con el I Ching y su papel en el libro. Dijo no creer que el autor se propusiera escribir un libro derivado del I Ching, sino que éste fue incorporándose al entramado. Agregó que entre las muchas interpretaciones que Elizondo –quien sabía chino– creía que se podía hacer del I Ching está la de un tratado de caligrafía y, la que más le gustaba, un tratado del juego.