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Jurados populares, clave de un sistema judicial que funcione

Para ser capaces de tomar decisiones tenemos que ser libres

Obsesionado de la historia de Europa, el ex funcionario aborda el advenimiento de la justicia, tema que trabajó con José Saramago, quien siente y se da cuenta de que el estado de derecho sólo puede ser defendido con más garantías de derechos y libertades

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Un instante durante la charla con el ex funcionario lusitanoFoto Yazmín Ortega
 
Periódico La Jornada
Domingo 16 de agosto de 2015, p. 13

José Antonio Pinto Ribeiro hojea como un tesoro un ejemplar de El imperio perdido, de José María Pérez Gay. Apenas un día antes lo recibió de manos de Lilia Rosbach, viuda del escritor: “No lo conocía, pero…”, expresa el ex ministro de Cultura de Portugal, quien en la larga entrevista citará una y otra vez pasajes de la obra de Pérez Gay.

Retoma, de entrada, una cita de Hermann Broch: En el Paraíso la justicia crea el poder; en el Purgatorio el poder crea la injusticia, y en el Infierno la injusticia crea el poder. En la vida cotidiana sobre la Tierra, sin embargo, el poder crea la justicia. Aunque exista siempre la amenaza del demonio, existe también la esperanza del Paraíso. Pero el milagro no llega si no trabajamos por su advenimiento.

Trabajar para ese milagro, con todo, es lo que conecta a Pinto Ribeiro con José Saramago, de quien estuvo muy cerca durante su desempeño como ministro de Cultura de Portugal (2007-2009). Una relación que continúa a través de la fundación que lleva el nombre del Nobel y que encabeza Pilar del Río.

Abogado, experto en derecho comercial, directivo de bancos, Pinto Ribeiro es un obsesionado de la historia de Europa y de los derechos humanos.

Siendo joven, fue uno de los fundadores del primer organismo de derechos humanos en Portugal.

Con esas credenciales interpreta las breves palabras que, a manera de reto, pronunció Saramago tras recibir el Premio Nobel: Permitámonos pensar que ningún derecho podrá subsistir sin la simetría de los deberes que les corresponden. Y no es de esperar que los gobiernos hagan en los próximos 50 años lo que no hicieron en éstos (se refería a las cinco décadas de la Declaración Universal de los Derechos Humanos). Tomemos entonces nosotros, ciudadanos comunes, la palabra, con la misma vehemencia con que reivindicamos los derechos, reivindiquemos también el deber de nuestros deberes.

Para Pinto Ribeiro, Saramago siente y se da cuenta de que el estado de derecho sólo puede ser defendido con más garantías de derechos y libertades, que la ciudadanía sólo puede defenderse con más ciudadanía, con una ciudadanía global y responsable.

Pinto visitó México hace unas semanas para participar en un acto patrocinado por la UNAM y la Fundación Saramago, justo con la idea de dar forma a la propuesta del autor de El evangelio según Jesucristo.

El tema en que Pinto Ribeiro concentra sus esfuerzos es que la Carta de deberes propuesta por Saramago ha de incluir que todos los ciudadanos estén obligados a exigir el derecho de todos y de cada uno a la libertad, asegurando que nadie puede ser detenido sin condena previa de un tribunal imparcial, compuesto por un jurado de 12 conciudadanos votantes, escudriñados, que decidan por unanimidad. Que esta garantía de no ser detenido, de no ser privado de libertad, sólo tenga como excepción la prisión preventiva en casos de flagrante delito y únicamente después de una acusación firme y definitiva dictada por un tribunal, siempre por el tiempo mínimo para iniciar un juicio justo e imparcial.

Pinto Ribeiro rechaza la idea de un sistema judicial “a la americana”: Estados Unidos, dice, es un país donde 96 por ciento de los condenados no llegan a juicio, porque todo se resuelve vía acuerdo entre el acusador y el defensor.

Sostiene que no podrá hablarse de estado de derecho en tanto no haya defensores públicos bien pagados y competentes. Luego, es preciso seguir “milimétricamente los procedimientos, que son los que legitiman el fin.

Debemos tener procedimientos perfectos, tanto como los que utilizamos al subirnos a un avión: hacemos miles de vuelos y el número de aeronaves que caen es muy reducido. En cambio, los errores judiciales son muchísimos.

La clave de un sistema judicial que funcione está, afirma el abogado lusitano, en los jurados populares: “Los jueces pueden ser comprados. Pero la población no puede ser toda comprada. Si son jurados y condenan a alguien, no van a reunirse nunca más, y para nadie va a ser útil perseguir a estos ciudadanos que han sido jurados, porque nunca van a volver a serlo en ningún otro proceso. Es como perseguir a los electores por haber votado ‘mal’”.

Dicho de otro modo, el sistema de jurados es a la justicia lo que el voto universal a la ­democracia.

Convencido, con Saramago, de que vivimos una situación en que los estados nacionales no consiguen garantizar a sus ciudadanos un ambiente de estado de derecho, ni siquiera las garantías mínimas, nos enfrentamos al hecho de que la gente seguirá buscando mejores condiciones. Entonces es que la gente vota con los pies y se va de un país donde no hay ningún destino [con 11.7 millones de connacionales en EU, los mexicanos algo entendemos de este punto].

Evidentemente, a 67 años de su firma, la Declaración Universal de los Derechos Humanos está lejos de ser cumplida.

Nadie se ocupa de esto, nadie garantiza efectivamente que estos derechos humanos mínimos sean respetados.

Por ello –afirma– la propuesta de Saramago es sobre todo una forma de afirmar los derechos a través del establecimiento de los deberes.

Porque ahora a millones ni siquiera se les garantiza la vida. Y cuando se van, y logran llegar a otro país, no tienen ningún derecho: no votan, no tienen libertad, la policía puede ­expulsarlos.

El abogado plantea que cuando los estados nacionales no pueden siquiera garantizar a sus ciudadanos condiciones mínimas que les permitan tener una noción de comunidad, de pertenencia a esta sociedad, la gente se dedica a sobrevivir en la ilegalidad. Lo que es peor, se inicia una especie de guerra civil. Y cuando los estados no tienen siquiera los instrumentos para combatir el mal, ellos mismos son infiltrados por la contraparte y se convierten en cómplices. Si no hay estado de derecho no hay democracia de verdad, no hay estado democrático, sencillamente porque no hay condiciones para que seas dueño de tu propio futuro.

A pesar de que coincide en general con las críticas de los premio Nobel Krueger y Stiglitz a la solución alemana a la crisis griega, Pinto Ribeiro lleva el tema más allá: “¿Cómo consigues hacer procesos democráticos en situaciones en que tomar una buena decisión no está la inteligencia posible de las personas? ¿Cómo consigues organizar un proceso democrático cuando se debe elegir para mañana y en medio del puente? Para ser capaces de tomar decisiones tenemos que ser libres. Y la gente en Grecia no es libre, porque no tiene condiciones mínimas para pensar.

“Si no tienes para comer, si el estado social termina, si no hay recursos para que tus hijos vayan a la escuela, si tu horizonte es que vas a tener que juntarte con los que vienen de África y terminar en Francia o Alemania… No es un problema sólo de decir no, es un problema de condiciones de lucidez.”

Refiere en este punto a Jorge Semprún, ex ministro de Cultura de España, quien estuvo confinado en el campo de concentración de Buchenwald y una mañana vio llegar unas almas en pena que acompañaban la huida de los alemanes. Semprún les preguntó por qué habían huido si los rusos ya estaban cerca, y los hombres respondieron: Con los alemanes ya sabemos, con los rusos nunca se sabe.

A pesar de su larga historia de insumisión, dice Pinto, en esta historia a los griegos terminó imponiéndoseles una sentencia romana: Primum vivere deinde philosophari (Primero vivir, luego filosofar).