15 de agosto de 2015     Número 95

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

Francia

Hay que valorar mejor las ventajas
de la agricultura familiar

Pierre Gasselin, Benoît Dedieu y Hervé Guyomard

La agricultura francesa actual es la heredera de un pensamiento y una política que buscaron valorizar y modernizar la organización familiar de producción agrícola. Sus evoluciones ocurrieron para profesionalizar las formas sociales y técnicas sin que esto conllevara el abandono del carácter familiar de la actividad.

Los modelos de organización familiar y emprendimiento estructuran el debate cuando se trata de políticas de tierras, de la regulación de los mercados, de los esquemas técnicos productivistas, de la política de las estructuras o incluso de la organización de la profesión.

El crecimiento de las estructuras de producción, la especialización de las explotaciones y la intensificación del uso del suelo se han acompañado de esfuerzos por promover “la lógica de empresa” (Ley de Orientación Agrícola de 2005) al nivel de la explotación, de la actividad y de los oficios. Sin embargo, el carácter familiar no ha desaparecido: está en la ambivalencia del rol de la tierra como herramienta de trabajo y patrimonial, en el lugar del trabajo familiar en el proceso productivo y en las especificidades de una actividad agrícola que es también un proyecto de vida y de residencia. Es por esta tensión entre mutación y permanencia del carácter familiar de la agricultura francesa que discutimos su historia, sus formas contemporáneas y sus retos y ventajas.

Modernización de la agricultura francesa con un modelo basado en el carácter familiar de la explotación. Después de la Segunda Guerra Mundial, la preocupación se centró en el abastecimiento de alimentos a la población. El Estado, la investigación y las organizaciones de productores se estructuraron y desarrollaron un proyecto de aumento de la productividad del trabajo y de la tierra, reto importante teniendo en cuenta que la población agrícola disminuye para beneficio de otros sectores de la economía. La modernización agrícola de la segunda mitad del siglo XX fue un gran movimiento que tocó todas las dimensiones de este sector: económicas, políticas, organizativas, medioambientales, técnicas y sociales. Los principales vectores fueron el tejido asociativo, sindical y cooperativista políticamente poderoso y socialmente estructurante; las políticas públicas voluntaristas que regulan los mercados y crean o consolidan la investigación; la enseñanza agrícola y veterinaria; los operadores de desarrollo agrícola, y los regímenes de seguros sociales y agrícolas.


FOTO: MONUSCO Photos

La modernización de la agricultura francesa evidenció la marginación en varias zonas del territorio de un modelo de explotación agrícola fundado en la policultivo-ganadería y donde primaban los principios de autonomía (en energía y en insumos), el trabajo casi exclusivamente familiar y esencialmente manual, el autoconsumo familiar y la venta únicamente de los excedentes.

A partir de los años 50’s, el enfoque se centró en la disminución, especialización y concentración de las explotaciones agrícolas; en la mecanización y en el uso de insumos químicos (abonos y pesticidas), y en la cogestión del sector por parte de los poderes públicos y la profesión agrícola.

Heredado de una alianza entre el gobierno y los agricultores familiares modernistas, el modelo promovido es el de una explotación especializada a tamaño humano, esto es dos unidades de trabajo humano (dos trabajadores a tiempo completo), donde el trabajo se mantiene principalmente familiar y destinando a que la familia viva exclusivamente de los ingresos de la agricultura.

La explotación familiar fue por lo tanto el elemento central del desarrollo agrícola francés de la segunda mitad del siglo XX. Este movimiento proyectó la agricultura a una relación estrecha con el mercado y la técnica, donde adquirió competencias especializadas, utilizó y a veces concibió herramientas elaboradas, primero a nivel de las técnicas de producción, pero progresivamente también en el campo de la gestión económica, comercial, e incluso, recientemente, financiera. Al mismo tiempo, la Comunidad Europea se consolidó a partir de 1962 alrededor de una Política Agrícola Común (PAC) fuerte que protege a los agricultores europeos en el marco de un mercado europeo común y bajo el principio de la preferencia comunitaria (derechos de aduana para la importación y subvenciones a la exportación a países terceros). Esta política fue reformada en varias ocasiones, remplazando altos precios garantizados por ayudas directas entregadas por hectárea cada vez más desconectadas de los niveles de producción (ayudas desvinculadas).

Tal política vivirá un nuevo ajuste en 2015 al integrar un mayor esfuerzo en la protección de los recursos naturales y el medioambiente. La lógica, sin embargo, se mantiene: es la de una actividad agrícola regulada por los poderes públicos y cogestionada por la profesión agrícola.

A partir de la década de 1960, una serie de leyes nacionales sobre las explotaciones agrícolas y las organizaciones de productores promueven un modelo de granja donde quien trabaja la tierra decide las orientaciones estratégicas, es dueño de las inversiones, toma los riesgos y asume la gestión de su explotación. Algunas ramas escapan a este modelo, por ejemplo la cría integrada de aves de corral y de cerdos –que son además las ramas que menos se benefician de los apoyos públicos de la PAC-. Si no es aún propietario de sus tierras, el agricultor se beneficia de un régimen de tierras altamente regulado que le asegura una cierta estabilidad y permite que los precios de las tierras agrícolas sean, en Francia, menos elevados que los de otras agriculturas del oeste de Europa. Aunque el mercado de las tierras agrícolas conserva una cierta variabilidad (en volumen y precio) los regímenes de acceso y de propiedad aseguran al agricultor que pueda proyectarse en el futuro.

Esta fuerte conexión entre trabajo, tierra y capital es fundadora de una forma social y técnica todavía denominada “familiar” que tiende hoy por hoy a evolucionar hacia formas empresariales, sin que esto deje de lado del todo el carácter familiar. Aunque en declive, la explotación familiar francesa no ha dejado de adaptarse y mantenerse.

Los campesinos, cuya desaparición fue anunciada muy pronto por Mendras (1967), se han transformado en agricultores, en productores, en explotadores y más recientemente en emprendedores. Tales dinámicas están lejos de ser uniformes y en los hechos, como en los discursos sindicalistas, algunos continúan reivindicando un proyecto “campesino”. Los investigadores han multiplicado los esfuerzos por categorizar la diversidad de agricultores y de explotaciones desde diferentes prismas teóricos. Pero más allá de las tipologías, el sindicalismo agrícola francés se agrupa bajo el estandarte de la agricultura familiar aunque define horizontes políticos contrastantes, especialmente en la oposición entre el sindicato mayoritario (la Federación Nacional de Sindicatos de Explotadores Agrícolas, FNSEA), promotor de una empresa agrícola tecnificada multifuncional y competitiva, y la Confederación Campesina (Confédération Paysanne), que milita por una agricultura “campesina” entendida bajo los principios de la autonomía, la transmisibilidad y el desarrollo local.

La perspectiva multiforme de la explotación familiar. El contexto y los intereses de la agricultura han evolucionado de manera importante en las décadas recientes. El número de explotaciones ha disminuido: pasó de 2.3 millones en 1955 a alrededor de 490 mil en 2010, y ocupan sólo a 966 mil personas, o sea tres por ciento de la población activa francesa. Por otra parte, la superficie agrícola útil (SAU) media por explotación ha aumentado (14 hectáreas en 1955 a 56 en 2010). La productividad aparente del trabajo (SAU por unidad de mano de obra) ha crecido tres por ciento cada año desde 1979 y es así que en el sector agrícola las ganancias de productividad del trabajo son las más elevadas.

Más allá de los promedios, estas tendencias esconden dos modelos diferentes de explotación que polarizan la demografía agrícola francesa: alrededor de un tercio de las pequeñas granjas disponen de un promedio de 40 hectáreas y alrededor de dos tercios de grandes exploraciones (grandes para la escala francesa) disponen de 120 hectáreas en promedio (equivalente en trigo), y son pocas las situaciones intermedias. Así, 19 por ciento de las explotaciones consolidan 58 por ciento de la SAU. La consecuencia de esta dualidad de estructuras es la demanda creciente de mano de obra asalariada y la externalización de una parte de las tareas desde los años 80’s: al tiempo que cae la mano de obra familiar, crece el tamaño de las explotaciones, su concentración y su especialización. Los cónyuges trabajan cada vez más fuera de la explotación (75 por ciento de los cónyuges de menos de 30 años). Simultáneamente, el número de asalariados aumenta.


FOTO: MONUSCO Photos

El número de pequeñas estructuras (<40 European Size Unit, ESU) disminuye de manera importante (bajó en 37 por ciento entre 2000 y 2007) mientras que las grandes (>40 ESU) solo descendieron en nueve por ciento, principalmente debido a jubilaciones. Las diferencias entre estas evoluciones contribuyen a debilitar el carácter familiar de la agricultura. Efectivamente, las pequeñas estructuras se caracterizan a menudo por la importancia de la familia en su funcionamiento, ya sea en la toma de decisiones, en la superposición del patrimonio familiar con el capital de producción o incluso en la organización del trabajo. La ayuda mutua en la familia tiende a disminuir: entre 1988 y 2010 el número de ayudantes miembros de la familia pasó de 262 mil a 70 mil. Asimismo, la población agrícola francesa tiende a envejecer (en 2010, el 42 por ciento de los productores tenían más de 55 años) y a feminizarse (en 2010, un tercio de los jefes de explotación eran mujeres), mientras que la pluriactividad de los hogares crece (pasó de 27 por ciento en 1979 a 35.4 por ciento en 2000). Más de un productor de cada cinco es pluriactivo a título individual.

La población agrícola conserva algunas especificidades, especialmente en términos del uso del tiempo y su relación con el tiempo y el territorio, aunque la tendencia sea asemejarse al resto de la población. Efectivamente, los agricultores trabajan bastante más que otros grupos profesionales (54 horas semanales contra los obreros que trabajan 36.5 horas), a menudo el fin de semana y soportando fuertes variaciones según la temporada. Sus hábitos culturales son menores y sus vacaciones menos frecuentes y más cortas. El nivel de vida medio de los agricultores, particularmente difícil de medir, aumenta pero se mantiene inferior al promedio de la población francesa, mientras que la tasa de pobreza de los agricultores es muy superior a la media (24 por ciento contra 13 por ciento en 2006). La cohabitación de varias generaciones en los hogares permite explicar su mayor tamaño respecto a la media nacional. Y se mantiene una tasa importante de “endogamia agrícola”, ya que datos publicados en 2008 señalan que 55 por ciento de los agricultores tienen un o una cónyuge del mismo medio.

Entre las transformaciones de las normas conducidas por la sociedad a que son sometidos los agricultores (bienestar animal, protección del medio ambiente, seguridad alimentaria, etcétera) aparecen nuevas exigencias de conciliación de la vida profesional y familiar, de tiempo libre y de ocio. Por ejemplo, los productores de leche manifiestan su deseo de dedicar tiempo para el ocio y la familia, principalmente durante el fin de semana y en periodos de vacaciones. De esto resultan fuertes tensiones entre la identidad agrícola y los estilos de vida urbanos hacia los que tienden. Sin embargo, el arraigo de la identidad profesional agrícola se mantiene fuerte: los agricultores están entre los que citan más a menudo su profesión para definirse. Son muchas las especificidades que permiten ver la estrecha conexión entre familia y trabajo, entre vida personal y vida profesional. Pero la tendencia es a la homogeneización con los otros grupos profesionales: la política de masificación escolar iniciada en los años 60’s contribuyó a dar nuevos horizontes profesionales y sociales a los hijos de los agricultores.

Una de las transformaciones más recientes en la organización del trabajo en la agricultura es el auge de las empresas de servicios y, en una menor medida, de las cooperativas “integrales” en las que los socios llevan a cabo la totalidad de los trabajos agrícolas, del trabajo de la tierra a la cosecha, con herramientas compartidas y a veces contratando personal asalariado para la cooperativa. Del mismo modo, aparecen explotaciones donde las diferentes tareas cada vez más son subcontratadas. Al delegar toda o parte de su actividad a empresas de servicios, los agricultores o sus descendientes mantienen el estatus de agricultor y fundamentalmente el dominio sobre el patrimonio familiar. Se liberan del acto productivo en el sentido estricto, pero contribuyen a una mayor disociación entre el patrimonio y el instrumento de producción. Esto permite prolongar las carreras profesionales de los agricultores, favorecer el crecimiento del tamaño de las explotaciones y una fuerte racionalización de la organización del trabajo.

Sin ser dueñas o inquilinas de las tierras, algunas empresas de servicios controlan así el uso agrícola de importantes superficies (más de mil hectáreas). Estas situaciones contribuyen a mantener la actividad agrícola y la transmisión familiar de las explotaciones, pero transforma la relación entre la familia y el acto productivo, por la disminución de la participación del trabajo familiar, por la evolución de la gobernanza de la explotación y por la diferenciación entre capital de explotación y patrimonio familiar. Implica “una escisión de las modalidades de cese de la actividad; el capital territorial, el capital productivo y el trabajo provisto en la explotación tienden a estar disociados y a requerir de actores diferentes” (Anzalone & Purseigle, 2014).

Detrás de estas mutaciones globales, asistimos a una diversificación entre el trabajo familiar y el trabajo en la explotación agrícola. Entre las diferentes figuras observadas, reconocemos al agricultor solo, a su cónyuge ejerciendo otra actividad e interviniendo raramente en la granja, y la tendencia a delegar tareas al exterior recurriendo a servicios de remplazo para poder disfrutar de fines de semana y de vacaciones. Otras configuraciones existen al mismo tiempo, como socios familiares que buscan autonomía en la realización de tareas, explotaciones con personal asalariado o incluso parejas de agricultores que gestionan grandes trabajos ayudándose.

Las ventajas de las formas de agricultura familiar en un país del Norte. Si las formas familiares de producción agrícola fueron promovidas y protegidas en Francia es porque presentan varias ventajas a escala individual, regional y nacional. Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, la agricultura familiar constituyó una reserva de mano de obra barata para la industria que tenía necesidad de brazos. El prodigioso aumento de la productividad en la agricultura permitió liberar una fuerza de trabajo abundante, lo que dio origen a importantes movimientos de éxodo rural, del campo a la ciudad. A partir de 1975, se desarrolló una nueva relación entre agricultura y territorios rurales, debida en particular a la reinversión en el campo por los citadinos en búsqueda de una nueva calidad de vida. Las agriculturas familiares residuales contribuyeron a mantener las especificidades culturales de los territorios rurales, especificidades consideradas como patrimonios preservados.

La capacidad de la agricultura familiar para mantener o crear actividad y un tejido socio-económico local, en particular en los territorios más rurales o en situaciones insulares (de tasas de desempleo altas), es probablemente una de sus ventajas más fundamentales respecto de otras formas sociales de agricultura. En comparación con algunos países del Sur, la agricultura familiar francesa no absorbe a los jóvenes que llegan al mercado laboral y apenas mantiene a los jóvenes rurales.

Pese a políticas de instalación voluntarias a escalas nacional y regional, el número de instalaciones no compensa el número de actividades que cesan; Francia pierde diez mil jefes de explotación agrícola cada año. Además, casi un tercio de las instalaciones agrícolas se llevan a cabo fuera del marco familiar. Que una familia de agricultores se instale en una comunidad rural es el sueño de muchos alcaldes; las ventajas de esta instalación son numerosas: creación de una nueva actividad económica, conservación del espacio y de los paisajes abiertos, preservación de servicios públicos en el medio rural, refuerzo de los lazos sociales y protección de una identidad territorial (por medio de los productos agrícolas, los paisajes, los tipos de actividades, etcétera). De hecho, numerosas administraciones territoriales desarrollan estrategias de acogida y de incentivos a favor de la trasmisión de las explotaciones o de la instalación de nuevas granjas familiares (como son poner a disposición tierras agrícolas o para construcción, ventajas fiscales, subvenciones directas, etcétera). Esta capacidad de la agricultura, en particular de la agricultura familiar, de cumplir con diferentes roles se resume en el concepto de multifuncionalidad, que es la base de una re-legitimización de las políticas públicas agrícolas. La agricultura se entiende entonces no sólo por su misión de producción de bienes comerciales con fines alimentarios y no alimentarios, sino también por ser generadora de riqueza inmaterial (paisajes, biodiversidad, salud, patrimonio, etcétera) y bienes no mercantiles (soberanía alimentaria, calidad del medioambiente y más).

Aunque no escape a prácticas que perjudican el medioambiente, la agricultura familiar articula una lógica patrimonial sobre el tiempo que valoriza y garantiza esta multifuncionalidad. Varios estudios realizados sobre unidades agrícolas francesas demuestran una estrecha asociación a largo plazo entre explotaciones de tipo familiar y las modalidades de reproducción de los recursos locales, la transferencia, la capacidad de hacer frente a los riesgos, etcétera. Aparecen entonces otras estrategias de largo plazo más allá del crecimiento de las explotaciones, como la especialización o el uso de las nuevas tecnologías, en particular para la diversificación y valorización en los mercados de nicho.

Otra ventaja de la agricultura familiar es su gran resiliencia a los riesgos de toda naturaleza, económicos, climáticos, sanitarios, etcétera. Esta capacidad para hacer frente a los riesgos se debe en gran medida a que la remuneración del trabajo familiar es modulable (a diferencia de formas patronales o del costo del trabajo asalariado que es fijo). Por lo tanto, el carácter adaptable del trabajo es la primera fuente de flexibilidad en la medida en que los productores familiares toleren una menor remuneración y/o un incremento de su carga de trabajo cuando se requiere. Las formas familiares de agricultura, dada su inserción en los territorios y su sociabilidad a nivel local, pueden movilizar esfuerzos solidarios tanto de localidades cercanas como organizaciones, permitiendo de este modo tener una fuerte capacidad de adaptación (gestión de cargas de trabajo temporales y ocasionales, aprendizajes, préstamos de materiales, agrupación de competencias, asociación en redes comerciales, etcétera). La multiplicidad de los actores gestores de la actividad agrícola es también garante de una multiplicidad de los focos de innovación: a diferencia de una organización concentrada en la producción agrícola donde los trabajadores asalariados no son responsables de la empresa, el jefe de explotación familiar tiene la figura de emprendedor en su creatividad y toma de iniciativas. Por medio de la innovación, la agricultura familiar gana también en capacidad para gestionar el riesgo y adaptarse a sus diferentes manifestaciones.

Conclusión. Resumiendo, las formas familiares de agricultura observadas en Francia desarrollan una lógica de “buen padre de familia”, al implicar elementos relacionados con la vulnerabilidad (endeudamiento moderado y solidez frente a riesgos), la transmisión (preservar el futuro) y la transferencia (capital moderado, educación y aprendizaje); relacionados con el tiempo (acento sobre el medio y largo plazos en vez del corto plazo) y con el espacio (desarrollo de lazos sociales y de relaciones de proximidad). La tendencia actual enseña que las relaciones familia-explotación cambian, se diversifican (entre explotaciones, pero también a lo largo del ciclo de la explotación). Pensar en agricultura familiar, su futuro y sus necesidades, supone superar la categoría para ir a la expresión de realidades, sobre todo en las interacciones familia-explotación que se expresan en la transmisión (el linaje), en la pareja (los sistemas de actividades, la generación de nuevos ingresos para los hogares con base en la diversificación, tanto dentro como fuera de la explotación) y en el trabajo (formas de organización muy diversificadas).

La agricultura familiar francesa se enfrenta hoy a una crisis de renovación. Sólo un agricultor de cada cinco tiene menos de 40 años. Entre 1997 y 2010 el número de instalaciones nuevas disminuyó en 38 por ciento. Además, los dos tercios de las explotaciones implicadas en cuestiones de sucesión no tienen un sucesor conocido. Sin embargo, las instalaciones en agricultura tienen una tasa de supervivencia bastante superior a la de otros sectores económicos. Parece por lo tanto necesario valorizar esta categoría dándole toda la atención y el apoyo que merece, tanto de parte de los ciudadanos y de los consumidores como de la investigación, la investigación-desarrollo, del desarrollo y de las políticas públicas (agrícolas, medioambientales, etcétera).

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