15 de agosto de 2015     Número 95

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

El manejo de agua y suelo por
las unidades de producción
campesina en zonas áridas

Samuel Peña Garza Profesor-investigador de la Universidad Autónoma Agraria Antonio Narro. Socio fundador del Instituto de Promoción para el Desarrollo Rural (Iproder, AC)


FOTO: Manuel Antonio Espinosa Sánchez

Una reforma en el campo mexicano es urgente. Así lo exige la inapelable realidad de la pobreza en localidades rurales dispersas, y territorios aislados situados en zonas de montaña, de selva o en el desierto.

Realidad que insiste en llamarnos a reconocer en el terruño (en un cambio paradigmático que reoriente los enfoques y las estrategias del modelo de desarrollo rural vigente en el país) las ínter determinaciones de los mapas geográficos y los “mapas” sociales que pueden aportar al diseño del proyecto nacional de desarrollo rural las consideraciones inherentes a la comprensión de los espacios conocidos y de la acción local.

Un referente inicial de la reforma es la armonización entre lo planteado por la Ley de Desarrollo Rural Sustentable (LDRS) y la estructura programática expresada en el Programa Especial Concurrente para el Desarrollo Rural (PEC). Esto permitiría objetivar en el desarrollo rural del país la diversidad regional, multiplicidad que puede referenciarse tanto de forma geográfica, en la heterogénea fisiografía cincelada por la tectónica, como de manera histórica, en la diversidad social construida por las relaciones de poder que se recrean localmente en el ámbito rural. Relaciones de poder que han configurado otra característica del campo mexicano: la desigualdad.

Así, diversidad y desigualdad median el desarrollo rural. La primera insuficientemente considerada para potenciar la sustentabilidad del desarrollo donde predomina lo heterogéneo sobre lo homogéneo; la segunda, profundizándose entre regiones y en el interior de las mismas, entre comunidades rurales y unidades de producción familiar.

Pequeñas unidades de producción familiar confinadas en localidades con menos de dos mil 500 habitantes, localidades rurales donde el aislamiento y la dispersión hacen más profunda la pobreza de la cual huyen los miembros jóvenes de las familias propiciando el desequilibrio de los sistemas tradicionales de producción campesina y con ello la degradación de recursos naturales.

En efecto, el comportamiento de un fenómeno de carácter social como la emigración puede ser causa y respuesta: causa de pérdida de biodiversidad genética, al dejar de reproducir materiales de siembra manipulados localmente por generaciones en un proceso continuo de diferenciación y mejora, y respuesta a las condiciones de falta de servicios y pobreza imperantes en sus localidades rurales. Ciertamente, la degradación de recursos naturales y la pobreza son el corolario del modelo de desarrollo rural en México y la emigración de los jóvenes de sus comunidades es el indicador más dramático.

Por las razones expuestas se requiere una reforma estructural que cambie el rostro del campo mexicano. Reforma que busque en el conocimiento del terruño y la acción local los elementos que reorienten los enfoques y las estrategias del desarrollo rural en los espacios conocidos por los actores rurales.

Que también, y en congruencia con la importancia que los capítulos XIV y XVII de la LDRS le dan al fomento y a la elaboración de políticas sectoriales y regionales, impulse la construcción de sistemas de información y conocimiento con los actores rurales locales. Sistemas que entre otros propósitos tengan la finalidad de incrementar la rentabilidad y competitividad de los productos agrícolas que cultivan las unidades de producción campesina (UPC) y son señalados como básicos y estratégicos en el artículo 179 de la LDRS, priorizando aquellos que se desgravaron totalmente de aranceles a partir de enero de 2008 y que tienen un peso definitivo en la composición de la canasta básica alimentaria de los mexicanos.

La reforma del campo mexicano debe considerar que lograr el propósito de incrementar la rentabilidad y competitividad de la producción agropecuaria, y avanzar en el objetivo de mayor jerarquía, que es el desarrollo rural sustentable del país, exige referenciar tipología de productores y geografía de atención; ello, si apreciamos que la diversidad fisiográfica, cincelada por la tectónica y la desigualdad social construida por las relaciones de poder que se recrean localmente en el ámbito de lo rural, ha dado lugar a diversos sistemas de producción agrícola y a desiguales tipos de productores. Además de diferentes epistemologías o sistemas de conocimiento.

Así, la racionalidad del planteamiento convoca a construir regionalmente, y con la participación de los actores rurales locales, una tipología de unidades de producción rural (UPR), una caracterización de sistemas de producción y un mapa de actores. Lo anterior facultaría el diseño de política pública agroalimentaria diferenciada por regiones del país. Esto es, el desarrollo rural sustentable de México construido desde las regiones y objetivado en la UPR.

En las regiones áridas, el tema del desarrollo rural pasa necesariamente por el manejo de agua y suelo por las UPC en estos ambientes. La escasa disponibilidad de agua para consumo humano, agrícola y pecuario no sólo moldea sistemas de producción agrícolas, crea además una cultura que borda en la carencia y el ahorro de este recurso natural.

Debe sumarse a la condición normal de bajas precipitaciones, que los agricultores enfrentan riesgos cada vez mayores como los cambios en la estacionalidad de la precipitación y el aumento del número de fenómenos meteorológicos extremos como las tormentas y las heladas tardías.

Pero a pesar de las limitaciones climáticas, las superficies agrícolas más importantes están en estas regiones, donde se localizan extensas áreas temporaleras de maíz, frijol y cultivos forrajeros.

En una apreciación general de la problemática de la agricultura en zonas áridas, en particular en aquella de temporal, mencionamos lo siguiente:

• La emigración del campo a la ciudad está afectando la disponibilidad de mano de obra, necesaria para que las disminuidas familias campesinas mantengan la misma producción de alimentos que las familias de nuestros padres y abuelos.

• Inclinarse por la ganadería extensiva de carne, primero de cabras y después de reses, es una tendencia de siempre y se justifica por la vegetación de los agostaderos, pero además encamina la agricultura hacia los cultivos forrajeros.

• Existen dos problemas principales para obtener cosecha en la agricultura de temporal en del sureste de Coahuila: 1.-

La buena preparación y a tiempo del suelo para lograr una adecuada captación y distribución de los escurrimientos del agua de lluvia, y por lo tanto suficiente contenido de humedad para la siembra, y 2.- Cómo hacer para sembrar con rapidez y aprovechar la besana.

En resumen, la economía de los campesinos de tierras con topografía irregular, y con pendientes que permiten la mecanización de la agricultura de temporal, pero que están restringidas en este uso por lo irregular de la escasa precipitación pluvia, está marcada por una estrategia de ajustes, tanto para hacer frente a la emigración de miembros jóvenes de la familia, como para enfrentar al extremoso clima de las zonas semiáridas.

Así, la agricultura y la ganadería están fuertemente determinadas por la incertidumbre del temporal y las heladas tardías o tempranas. Entonces la seguridad de tener alimentos en la mesa es dudosa y la respuesta de las familias es el empleo en actividades asalariadas, con lo cual abandonan prácticas agrícolas que antes se hacían y aseguraban mejores cosechas.


La agrobiodiversidad: un
patrimonio campesino e indígena

Adelita San Vicente Tello Semillas de Vida  [email protected]


FOTO: Manuel Antonio Espinosa Sánchez

El costo de conservar la diversidad de cultivos es relativamente bajo frente a los grandes beneficios que se obtienen. Después de todo hablamos de los cimientos de la alimentación.
Global Crop Diversity Trust

Entreverados los recursos genéticos con el conocimiento construido a su alrededor, se conforma la agrobiodiversidad, un concepto complejo e integral que implica el germoplasma, la información, el conocimiento, los agroecosistemas, los sistemas de manejo y las culturas asociadas a ella.

La agrobiodiversidad existente en México es el resultado de milenios de interacción profunda con los pueblos indígenas que habitan el territorio mexicano En su obra El patrimonio biocultural de los pueblos indígenas de México, Eckart Boege establece que “Los indígenas mesoamericanos y de Aridoamérica interactuaron e interactúan con los ecosistemas naturales de manera tal que los territorios indígenas han sido y son verdaderos laboratorios culturales de larga duración para la domesticación, mantenimiento, diversificación de especies e intercambio con las variedades silvestres”.

Esta riqueza ha creado una gran codicia sobre nuestro país y particularmente sobre los territorios indígenas, de los que se ha buscado despojar a sus habitantes. Se piensa que la biodiversidad puede extraerse y mantenerse alejada de las personas que la han creado y que son quienes la reproducen y conservan día a día. La biodiversidad no puede existir independiente de los sistemas cultural, social y económico de las comunidades campesinas y de pueblos originarios que los crean y recrean.

En la actualidad, frente a las cambiantes condiciones climáticas y el límite productivo de la tecnología industrial, se ha reconocido que esta diversidad genética representa el “cofre del tesoro” por sus rasgos potencialmente valiosos capaces de adaptarse a la nueva situación. Los llamados recursos fitogenéticos se han convertido en el oro verde en este siglo XXI, no sólo por sus amplias posibilidades de adaptación, sino también por ser la base donde se desarrollan las nuevas tecnologías. El auge de la “revolución verde” en México fue motivado por la riqueza genética que se observaba en el país, en especial de maíz.

La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) en el Segundo informe sobre el estado de los recursos fitogenéticos para la alimentación y la agricultura en el mundo, señaló que La diversidad genética de los granos, legumbres, vegetales y frutas que cultivamos y comemos –a los que se refieren como recursos fitogenéticos para la alimentación y la agricultura (RFAA)– son los cimientos para la producción de alimentos, y la base biológica para la seguridad alimentaria, los medios de vida y el desarrollo económico”.

También se reconoce que son los pequeños productores quienes mantienen una mayor biodiversidad en sus cultivos. En la Cumbre de Túnez celebrada en el verano de 2009, se llegó a la conclusión de que “los pobres tienen en sus manos el futuro alimentario”.

Aunque se ha logrado el reconocimiento del papel que juegan los campesinos en el mantenimiento de la agrobiodiversidad, y por tanto de de los recursos fitogenéticos, llama la atención la necesidad de convencer a los “pobres” de mantener las variedades. Se piensa en “compensarlos con una parte de los beneficios”, cuando en realidad los recursos fitogenéticos son de ellos y ellos se han encargado de preservarlos a lo largo de los siglos.

Nos enfrentamos a la invisibilidad de quienes a lo largo de siglos han reproducido, conservado y estudiado esta biodiversidad. Aunque se habla de la necesidad de colaboración y asociaciones entre las instituciones involucradas en la ordenación de los RFAA, pocas menciones observamos en un plano de igualdad de los campesino y del papel fundamental que juegan en la conservación de estos recursos fitogenéticos.

La tendencia pareciera establecer compensaciones a los productores para llevar los recursos fitogéneticos a colecciones en bancos de germoplasma. Como el Depósito Mundial de Semillas de Svalbard, que se estableció en 2008 en Noruega. Bautizado como Doomsday Vault (Bóveda del Fin del Mundo), que ofrece la principal colección de seguridad global en diversidad de cultivos, este espacio cuenta con más de 400 mil muestras recolectadas de todo el mundo, y es manejado por el gobierno de Noruega y el Global Crop Diversity Trust, una conglomerado de organizaciones no gubernamentales y empresas.

Es fundamental empezar a perfilar una estrategia que establezca el valor económico, ambiental y ético que tienen los recursos fitogenéticos para la humanidad. Partir de que nos encontramos ante un recurso mundial finito, que está siendo permanentemente erosionado o perdido para la posteridad, por prácticas inadecuadas e insostenibles.

En el centro de esta estrategia debe considerarse lo que bien ha señalado Boege “Esta extraordinaria riqueza no se encuentra en otros territorios indígenas del orbe. Sin pueblos indígenas y campesinos esta experiencia civilizadora se perdería para México y la humanidad”.

Siendo México uno de los centros de origen de las especies que nos alimentan y a un año de que se realice en México la Reunión de las partes firmantes del Convenio de Diversidad Biológica es urgente que se reconozca la proeza de las y los campesinos e indígenas de este país que lograron domesticar el 15.8 por ciento de las plantas que hoy se consumen. La Reunión que se realizará será una gran oportunidad para lograr el reconocimiento de los pueblos indígenas. Una propuesta es reconocer la propiedad intelectual colectiva sobre los recursos biológicos. En los meses que faltan para que se realice la Reunión habremos de conformar una agenda enfocada a la valoración económica, la compensación y el uso por parte de quienes han creado y recreado la agrobiodiversidad.


La salud de México depende
en gran medida del campesino

Alejandro Calvillo Unna* y Fiorella Espinosa de Cándido** *Director general de El Poder del Consumidor, AC **Investigadora en Salud Alimentaria de El Poder del Consumidor, AC  direcció[email protected], twitter @elpoderdelc


FOTO: Manuel Antonio Espinosa Sánchez

La salud de niños, adolescentes y adultos mexicanos está siendo gravemente amenazada por el inaudito aumento de sobrepeso y obesidad ocurrido en las décadas recientes. La obesidad constituye un factor de riesgo directo para desarrollar diabetes y enfermedades cardiovasculares, las principales causas de muerte en el país. Actualmente, siete de cada diez adultos y uno de cada tres niños y adolescentes tienen este riesgo potencial y al año mueren más de 232 mil personas por dichas enfermedades, según datos del Instituto Nacional de Geografía y Estadística (Inegi) de 2013.

La salud alimentaria, concepto que va más allá de la nutrición, se encuentra fuertemente asociada al sistema alimentario, es decir a la manera en que se producen, distribuyen, comercializan y consumen los alimentos. Hoy en día, las políticas alimentarias privilegian a la agroindustria, es decir la producción de “alto rendimiento” y en grandes extensiones. Sin embargo este modelo, conocido como monocultivo, destruye la biodiversidad.

Como ya se ha divulgado, la biodiversidad se está perdiendo a un ritmo alarmante, y ello pone en peligro a los ecosistemas, la agricultura y la alimentación del hombre. De acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), al inicio de las actividades agrícolas, el hombre cultivó hasta siete mil especies de plantas y hoy tan sólo 30 cultivos proporcionan aproximadamente 90 por ciento de las necesidades energéticas de la población mundial.

Estos monocultivos forman parte de los ingredientes principales que utiliza la industria de bebidas y alimentos: harinas refinadas, jarabe de maíz de alta fructosa y aceites vegetales hidrogenados. Actualmente la dieta mexicana incluye alimentos altos en calorías pero bajos en nutrimentos indispensables, que son cada vez más accesibles y asequibles. En cambio, el consumo de verduras, frutas, cereales integrales no refinados y leguminosas es bajo, debido a diversos motivos entre los cuales está su baja disponibilidad.

Un estudio realizado por el Instituto Nacional de Salud Pública y encargado por el Consejo Nacional de Evaluación de la Política Social (Coneval), documentó que en zonas rurales hay desabasto de frutas y verduras, ya que no se expenden de forma regular y en ocasiones ya no se producen para el autoconsumo, y el problema se acentúa en zonas indígenas. Este proceso se agudiza con una desvalorización de los alimentos tradicionales y una valorización de la comida chatarra.

Hemos tenido la experiencia de ver cómo estudiantes de una secundaria en zona de alta marginación, que presentaban claras manifestaciones de desnutrición y que gastaban diez pesos diarios en comida chatarra dentro del plantel, salieron de esta condición al retirar estos productos y elaborar un almuerzo escolar con alimentos frescos, principalmente de la región. En el almuerzo se incorporaron los quelites, que habían desaparecido de su dieta, y lograron un gran aporte de hierro, junto a otros minerales y vitaminas.

¿Por qué el apoyo a los campesinos es parte de la solución ? Por un lado, los pequeños productores preservan la biodiversidad y con apoyo técnico y financiero pueden administrar los recursos naturales de manera adecuada y sobre todo sostenible. Ellos producen alrededor de 40 por ciento de los alimentos que vienen de nuestra tierra y más de 80 por ciento de la diversidad de estos productos.

Nuestra tradición alimentaria, nuestra cocina, depende de los pequeños productores, de una gran diversidad de productos del campo que la han llevado a ser reconocida como Patrimonio de la Humanidad. La diversidad en la dieta permite obtener todos los nutrimentos que necesitamos. Los alimentos que produce el campesino no solamente son más diversos –la milpa por ejemplo permite sembrar hasta 60 alimentos diferentes- sino que también son de mejor calidad nutrimental y sabor. El maíz azul contiene antocianinas, un compuesto bioactivo con un alto potencial antioxidante que protege del daño de los radicales libres, disminuyendo el riesgo de desarrollar enfermedades del corazón, cáncer e incluso diabetes. Si no se apoya al campo, esta variedad podría desaparecer. Hay que tener muy presente que es gracias al trabajo del campesino que permanecen las diversas variedades de maíz, frijol, quelites, calabaza, chiles y nopales, entre muchos otros cultivos.

Hay que considerar además que los propios campesinos y sus familias son los más vulnerables a presentar mala nutrición, los niños por desnutrición y las mujeres por obesidad. Apoyarlos desde una visión de fomento productivo, de revalorización de la dieta tradicional, fortaleciendo mecanismos de comercialización y acompañando esta política con apoyo técnico, podría ser la diferencia entre un México bien o mal nutrido.

Es urgente que el Estado construya una política alimentaria ligada a la salud, enfocada en la recuperación de los “alimentos verdaderos” y de la producción basada en la biodiversidad, por medio del rescate de los mercados locales y regionales y no de la proliferación de tiendas de conveniencia, todo ello basado en el fortalecimiento de los campesinos como sujetos productivos.

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