Opinión
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Lecciones griegas
E

s curioso, pero al borde, en medio y en las posdatas de la tragedia humana que los griegos reditaron para la humanidad cuya conciencia y sensibilidad, civilización la llamamos con optimismo, fundaron no faltaron las jeremiadas de los corifeos de la eurocracia que se las arregló por un buen tiempo para esconder la mano y forjar con singular petulancia el mayor déficit que aqueja al continente: el de los pueblos que no se ven ni sienten representados y que, carentes de una constitución propiamente dicha, han navegado al pairo y al amparo de decisiones inconsultas de prueba y error adoptadas por cúpulas atribuladas, pero no por ello menos arrogantes.

La primera lección que nos legan los griegos de hoy es que aprender no es el primer atributo de la especie. Que la necedad puede aposentarse en las alcobas del entendimiento hasta vaciarlo de contenido y brújula, sin que las agencias inventadas para producir y procesar conocimiento de las comunidades y sus reflejos y pulsiones primordiales puedan ver más allá de sus narices una vez que la bruma se apodera de la escena.

Así le ha ocurrido esta vez al errático Fondo Monetario Internacional, cuyos acertados diagnósticos y tentativas propuestas para empezar a salir del laberinto helénico pasaron a mejor vida sepultados por el machismo financiero teutón y sus adláteres en Fráncfort y Bruselas. De poco sirvieron las llamadas a la prudencia del presidente Barack Obama e igual cosa ocurrió con los inteligentes alegatos y llamados a la sensatez hechos por tres destacados premios Nobel: Amartyia Sen, Joseph Stiglitz y Paul Krugman. En vez de asumir lo inevitable para de ahí partir a una nueva convención por la Europa del futuro, que no podría sino ser federal y fiscalmente unificada, a más de financieramente integrada, como la soñaron Jacques Delors y luego Giscard Déstaing con su proyecto de constitución europea de 2005, la dirigencia europea apeló a las supercherías del riesgo moral, que tanto gustan por estos tristes lares, y renovó sus ultimata a los griegos que sólo se atrevieron a decir no, porque decir no significaría sino la aceptación resignada de su muerte anunciada.

Dice el destacado economista de Princeton Dani Rodrik que el no fue un triunfo de la soberanía; Stiglitz, por su parte, nos enseña que el referendo fue en torno al significado de la democracia y los usos y abusos del poder. Nadie celebra lo ocurrido, porque para todo el mundo está clara la perspectiva de sufrimiento y desazón que no han dejado de encarar los pobladores de la Grecia europeísta.

No se vive el triunfo de la razón ilustrada y es por ello que los razonamientos simplistas de los imitadores mexicas del rational choice suenan tan ridículos y provincianos. De cualquier forma, derive o no el mundo a partir del próximo domingo en una nueva ronda de austericidio y especulación, a nosotros no nos caería mal recordar nuestros propios dramas y dilemas arrostrados en los ochenta.

Los mismos que llamaban al ajuste draconiano justificado como expiación por nuestros excesos, convocan hoy a la condena de los griegos por la corrupción de sus élites y las complicidades de la eurocracia con las marrullerías contables de Goldman Sachs. Lo cierto es que aquella austeridad tan obligada como autoimpuesta por los grupos dirigentes y dominantes, no derivó en un adecuado resultado en el financiamiento del desarrollo que pasó de ser esquivo a extraviarse del horizonte mexicano. Hasta la fecha en que se cumple una nada gloriosa treintena de que se inició el cambio estructural globalizador.

Fue entonces que se gestaron el empobrecimiento y la nueva pobreza mexicana. Y ahí nos instalamos para ver al mundo pasar. Veamos qué pasa el domingo y si las ganas de fraul Merkel de superar a lady Thatcher se aferran a la irrealidad. Como quiera que vaya a ser, welcome to hard times... de los que no hemos salido...