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Saborear todo hasta la raíz
Periódico La Jornada
Domingo 12 de julio de 2015, p. a16

Todo parte del castillo. Penetrar en el sitio donde K fue contratado para trabajar de agrimensor, ¿sería el camino infinito? ¿Qué podría haberme tentado a venir a este páramo a no ser el deseo de quedarme?, inquiere.

El protagonista de esta historia enfrenta innúmeras vicisitudes en un entorno donde todo es absurdo y la vida se ve enturbiada por la niebla, la oscuridad o al menos la penumbra.

Las conductas veleidosas de los personajes creados por el escritor checo Franz Kafka (1883-1924), la invocación a la severidad de los reglamentos, las dificultades casi insuperables, la imposibilidad de hacerse oír, la compasión y las confusiones, así como la obstinación, inducen al lector a la perplejidad.

Caminar a tientas, la curiosidad y el interés enmarcan las relaciones entre los individuos de esa comunidad, donde la inextricable grandeza de la administración se erige cual Leviatán.

Y aunque hay asuntos no del todo comprensibles, la llegada de un agrimensor no era algo baladí.

Ha sido aceptado como agrimensor, como usted dice, pero, por desgracia, no necesitamos a ningún agrimensor. No hay ningún trabajo para usted.

La ridícula confusión

Franz Kafka describe en su novela El castillo (1926), en edición de Sexto Piso ilustrada por el argentino Luis Scafati, las estratificaciones de la esperanza o la desesperación abonadas por la alegría debida a la desgracia ajena, la falsa amistad, la pobreza de espíritu y la dependencia de los demás, pues cualquier cambio banal puede perturbar seriamente las cosas más importantes.

El universo kafkiano incluye varias y disímbolas coordenadas. Ahí campean la futilidad, la mezquindad y el infortunio entreverados con una serie de jerarquías que hacen patente la impotencia del individuo frente a la organización administrativa y sus cancerberos que todo lo enredan, no comprenden, pero sí condenan.

El respeto a la administración es aquí innato, se os sigue insuflando durante toda vuestra vida de las maneras más distintas y desde todas partes, y vosotros mismos ayudáis en ello en lo que podéis.

Foto

Murmurar, callar, tergiversar palabras, escabullirse o sucumbir a la ilusión marcan el destino humano.

K habla de la ridícula confusión que, bajo determinadas circunstancias, puede decidir la existencia de un hombre.

Atormentar, afligir, castigar, sospechar, entre otros actos perpetrados por la cadena de mandos de toda laya, detonan el miedo irreflexivo en las personas. A la osadía le sigue la cobardía.

Los personajes de esta historia deben lidiar contra impedimentos, decepciones y dudas. También son frecuentes los malentendidos y la insatisfacción.

Pero las resistencias del mundo son grandes, se tornan más grandes cuanto más grandes son los objetivos, escribe el autor praguense.

La infidelidad, como la injusticia, deja ver su rostro. Además, los viejos recuerdos, la felicidad de la niñez y la sonrisa infantil tienen cabida en la convivencia diaria.

Tengo la sensación de haber venido al pueblo, pero no lleno de esperanza, como estaba en realidad cuando llegué, sino con la conciencia de que sólo me esperan decepciones y de que tendré que saborearlas todas hasta la raíz.

De la edificación, a la que el protagonista no pudo entrar, a pesar de ingentes esfuerzos, Franz Kafka narra:

El castillo, cuyos perfiles comenzaban a difuminarse, permanecía, como siempre, en calma, jamás había percibido K en él un signo de vida, quizá era imposible reconocer algo desde esa distancia y, sin embargo, los ojos reclamaban algo y no querían tolerar esa quietud.

La búsqueda del ser humano por tener asideros y evitar ser avasallado encuentra un referente en esta perturbadora novela y, más aún, en el universo literario del genial Franz Kafka.

Título: El castillo
Autor: Franz Kafka
Ilustraciones: Luis Scafati
Traducción: José Rafael
Hernández Arias
Editorial: Sexto Piso
Páginas: 345
Texto: Ángel Bernal