Opinión
Ver día anteriorDomingo 5 de julio de 2015Ver día siguienteEdiciones anteriores
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¿La Fiesta en Paz?

Una tauromaquia africana

Gigantesca palizada como ruedo

Toreadores castos y sin engaños

C

omo por el momento Montaigne, por decir, comparado con algunos famosos ha pasado a ser un portero de condominio, mejor ocuparnos, por ejemplo, de una tauromaquia africana tan desconocida e insólita como vigente, mal que les pese a antis y animalistas, que pretenden reducir la milenaria relación del hombre con la deidad táurica a la predecible cuanto rechazada exhibición del bullfight show actual.

Una entrañable amiga cosmopolita y trotamundos, radicada hace años en Sudáfrica, en reciente viaje a México me comentaba: “Si los llamados antitaurinos conocieran las diversas manifestaciones culturales de la relación hombre-toro, no digamos a través de la historia, sino simplemente en el dizque globalizado presente, se irían de espaldas con la cantidad de versiones taurómacas que tendrían que ‘combatir’ en diferentes países del mundo, y no por influencia ibérica”.

“En la pequeña Suazilandia –continuaba–, con sólo 17 mil 400 kilómetros cuadrados de superficie y menos de millón y medio de habitantes, ubicada entre Sudáfrica y Mozambique y sin salida al mar, poblada por los suazis, un orgulloso pueblo de la etnia bantú, acosado por holandeses e ingleses desde el siglo XIX e independizado en 1968, conserva un sistema monárquico con diferentes partidos políticos –más o menos como en México, pues– y fuertes tradiciones que fortalecen su identidad y sentido de pertenencia.

“Cada año, entre diciembre y enero, por aquellas latitudes en pleno desalmado verano, se lleva a cabo la ceremonia más importante, denominada Incwala, con ritos, danzas, cantos y fiestas en las que los pobladores visten ropas tradicionales, no sólo en honor de su majestad Mswati III para la renovación de sus poderes y fortalecimiento de la nación, sino para propiciar las buenas cosechas, agradecer a Dios los dones otorgados durante el año que termina y elevar una plegaria por el que principia, así como una prueba de valentía y resistencia para los jóvenes sin esposa ni hijos.

“La fecha en que da principio esta celebración es cuidadosamente decidida por los astrólogos del país en función de la posición de la luna y el sol. Los sacerdotes del agua, llamados Bemanti, se dirigen entonces al océano Índico y al río Komati, lugares que simbolizan el origen de sus ancestros. En vasijas especiales recogen el líquido, que mezclado con hierbas y polvos prodigiosos será utilizado en impensables ritos que acrecentarán las misteriosas facultades del monarca, ya que no se trata de capacidad política o intelectual sino de habilidades ocultas y poderes mágicos.

“Un ruedo monumental formado con ramas de un árbol sagrado llamado Lusekwane, es erigido para que en él millares de torosos desnudos y sudorosos dancen en éxtasis durante casi el mes de la importante ceremonia. Entre los rituales más fuertes y coloridos está precisamente la recolección de miles de ramas de hasta dos metros a cargo de los jovencitos castos de que hablaba, quienes vistiendo faldas polícromas y colas de vaca colgando de su cintura, entonan cánticos.

“Pero no todo es cantar y cortar. Los jovencitos se las ven duras ya que han debido recorrer 50 kilómetros de ida y otros tantos de vuelta para encontrar el singular árbol y hay de ellos si se les secan las dichosas ramas, bastante espinosas, pues ello significa que mintieron y por consiguiente serán severamente castigados. En caso contrario, su premio será la agotadora construcción de una gigantesca palizada que hace las veces de redondel. Dentro, mujeres semidesnudas y centenares de guerreros ataviados con pieles de leopardo, enormes escudos hechos con cuero de vaca, lanzas y fastuosos penachos multicolores danzan frenéticamente ante el rey.

“Concluida la odisea de caminata prolongada, corte de ramas espinadas y ardua construcción de la palizada, en lugar de un merecido y casi obligado descanso pues tardarán en pensar en sexo, a los castos jóvenes les espera ahora un descomunal y enfurecido toro, digamos un Partido de Resina pero más zancudo y con un poco de menos cara, que tras haber sido tocado por el rey con un adminículo sagrado, una especie de divisa excitadora, correrá y se defenderá enloquecido a lo largo y ancho del ‘ruedo’, hasta ser atrapado y muerto por los jóvenes, algunos de los cuales son seriamente lastimados, sin más ayuda o instrumento que sus propias manos. Al final, centenares de cuerpos yacerán desfallecidos alrededor de los restos de aquel toro, en milenaria ritualidad ajena al pensamiento único que quisieran imponer al orbe los seudocivilizados.

¿Salvajismo, ignorancia, sumisión? ¡Qué va! Más bien otra intensa expresión de fe, de confianza en sí mismos, que rebasa el hipocritón animalismo de moda en la cultura urbana. La dramática belleza y emotividad de esta ceremonia suazi radica en una profunda autenticidad que logra conservar ritos y tradiciones propias, en vez de imitar costumbres y valores extranjeros sin sentido para los habitantes –concluía la trotamundos.