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Herencia porfirista
H

ace unos días se cumplió un siglo del fallecimiento de Porfirio Díaz, personaje polémico de claros y oscuros; la historia ha resaltado más los últimos. Sin embargo, es innegable que a la ciudad de México le dio un nuevo rostro, con importantes obras urbanas. Entre otras, comenzó el drenaje profundo, mandó edificar mercados y varias de las construcciones más imponentes, que se han vuelto emblemáticas al paso del tiempo.

Gran parte de ellas se realizaron para conmemorar el centenario de la Independencia. Don Porfirio pensaba aprovechar la efeméride para mostrar al mundo que México era un país moderno y progresista, en el que valía la pena invertir. Esta bonanza tenía que reflejarse en grandes obras arquitectónicas.

Tres lustros antes comenzó la planeación. Decidió que lo primero era tener una avenida amplia en el centro de la ciudad, la cual conservaba su traza virreinal.

Mandó derribar el bello Teatro Nacional, obra de Lorenzo de la Hidalga, que remataba la avenida 5 de Mayo en la esquina con Bolívar. El propósito fue ampliar y extender la avenida hasta San Juan de Letrán y que desembocara en un gran teatro nuevo: el actual Palacio de Bellas Artes.

Se convocaron concursos internacionales y en la mayoría de los casos fue el dedazo porfirista el que decidió a los ganadores. Dos arquitectos italianos fueron de los más favorecidos: Silvio Contri, que diseñó el Palacio de Comunicaciones, hoy Museo Nacional de Arte, y Adamo Boari, autor de los palacios de Correos y de Bellas Artes.

Desde 1897 se emitió la convocatoria internacional para la construcción de un nuevo recinto que albergaría el Palacio Legislativo federal. Le fue otorgado al francés Emile Bernard, quien propuso un enorme edificio en estilo renacentista francés, muy parecido al capitolio de Washington.

A lo largo de seis años se hicieron estudios para la construcción, que culminaron con el levantamiento de la estructura metálica, pero comenzó la Revolución y... ahí quedó. En 1928 el domo central se convirtió en el Monumento a la Revolución.

Admirador de Benito Juárez, Díaz incluyó en la obras del centenario un mausoleo que lo honrara. Decidió colocarlo en el lugar donde se encontraba el Kiosco Morisco, que hoy se ubica en la alameda de Santa María la Ribera. El concurso lo ganó el arquitecto Guillermo de Heredia. La ejecución arquitectónica y la escultórica la realizaron en Italia, Zoccagno y Lazzaroni.

Quizá la obra más icónica es la Columna de la Independencia en el Paseo de la Reforma, a la que los capitalinos llamamos afectuosamente El Ángel, por la victoria alada que la corona.

Desde tiempos de Santa Anna existía la idea de hacer una columna que conmemorara la Independencia. En 1842 le encargó al arquitecto Lorenzo de la Hidalga el proyecto que se ubicaría en el centro de la Plaza de la Constitución. Lo único que se edificó fue el zócalo o basamento, mismo que permaneció largo tiempo; ésto llevó a la población a designarla con el nombre de Zócalo y desde entonces así se le conoce. En 1864 el emperador Maximiliano retomó la idea y ordenó la construcción, aprovechando unos mármoles que se habían usado en un arco conmemorativo para la emperatriz Carlota. Se puso la primera piedra y ahí quedó, pues al poco tiempo fue derrocado.

Treinta y ocho años más tarde, Porfirio Díaz invitó a un concurso internacional, ganado por el proyecto de los arquitectos estadunidenses Cluss y Shultz. La obra se le encargó al arquitecto Antonio Rivas Mercado, quien introdujo algunas modificaciones al proyecto triunfador. La construcción padeció múltiples problemas, incluso la primera obra a medio construir, se desplomó. Se decidió dejar a Rivas Mercado la parte artística y contratar un grupo de ingenieros especialistas.

Con estos breves recuerdos vamos a comer a un restaurante italiano, que está a unos paso del Ángel: La Lanterna, situado en Paseo de la Reforma esquina Toledo. La atienden sus dueños, uno de ellos, Mario, el cheff, cocina delicioso. Su tajarín piamontés ¡mmm!