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Las llaves de Vicente Rojo
L

a de ser una cosa generacional tal vez, pero la exposición de Vicente Rojo en el Museo Universitario de Arte Contemporáneo (Muac), desde su primer salón, y sobre todo en éste, desencadenó flashbacks luminosos (¿será redundancia?) de mi vida entera de lector de lo que vale la pena. El estilo y la poética visual de Vicente Rojo determinan la fina estampa de decenas y decenas de libros que muchos leímos con gran impacto y mayor aprendizaje en las rutas de la literatura y el pensamiento. Se antojan incontables las ediciones que él diseñó, formó y dio portada icónica durante los pasados 50 años: Cien años de soledad, Nadja, Como es, Aura, Conjunciones y disyunciones, La ley de Herodes, Morirás lejos, Farabeuf, El tambor de hojalata, Los hijos de Sánchez, Los indios de México, La oveja negra y demás fábulas, Los recuerdos del porvenir. Mismo si revistas o suplementos literarios; echó la mano en México en la cultura, Plural y La cultura en México; en Artes de México y la Revista de la Universidad; en catálogos y folletos dignos de colección para las galerías más avanzadas; en afiches; en el diario que el lector tiene enfrente (la exposición incluye la maqueta original de La Jornada).

Sobria, apenas explícita, se respira un aura política en su creación de portadista para Joaquín Mortiz (tanto Aub) y por supuesto Era, magnífica creación colectiva de la que fue eslabón definitivo. Cuánto de la más fresca visualidad de la izquierda pos 68 se derivó de Rojo. La sobriedad es el sello de su estilo. Se asocia en forma a los poetas: Octavio Paz, Luis Cardoza y Aragón, José Emilio Pacheco, Ramón Xirau, Agustí Bartra, José Lezama Lima. Si bien Rojo llega ser figurativo en el collage, habita el reino de la geometría, y si se me permite, de la simetría. Cercano siempre a la poesía, llegó a tocarla como creador durante aquella experiencia radical de los años 60-70, la poesía concreta, de influencias brasileña y alemana. Ella nos remite a Gunther Gerszo, otro admirable artista de la geometría pura de quien coincidentemente en estos días se exhibe obra suya con largueza (en el Museo Banamex).

Hubo una vez en la Zona Rosa, Niza y Reforma, un poema de Gunther Gerszo que inquietaba al transeunte, daba risa y era parte del clima prendido de esos años, cuando por la Zonaja se mostraban cineastas, teatreros, pintores, críticos, novelistas, republicanos, musas, herejes y wannabes con desinhibida pedantería. En el escenario de La Mafia (cuyo libro homónimo llevó portada de Rojo) el poema sinfín Pocos cocodrilos locos (drilos pocos cocos locos... y así) se propuso en relieve sobre una fachada blanca que daba la vuelta. Aquel, uno de los pocos murales poéticos de la ciudad de entonces (hoy es diferente, las paredes hablan y estallan como locas) fue devorado por la decadencia y la remodelación. Gerszo en lo suyo (escultura pública en dimensión arquitectónica), al igual que Rojo siguió caminos de la forma próximos a la poesía y en consecuencia afines al lenguaje.

El grueso de la muestra Escrito/Pintado en el apantallante recinto universitario, de dimensiones aptas para la instalación, el multimedia y la performance, consiste en cierta cantidad de cuadros en serie que no abandonan la letra sino la multiplican y exploran. Recuérdese que en su plástica fue clave la incesante variación sobre la letra T. Pero incluso sus bosques, volcanes y lluvias se suceden como las sílabas de una conversación, nudos en cadena capaces de respirar.

Sin detenernos en qué se entiende por buen gusto, si algo destella en el trabajo de Rojo es un buen gusto rayano en lo primigenio, al son de las más antiguas manifestaciones plásticas del humano histórico y prehistórico. Nunca fue insensible a la arqueología mesoamericana, ni a Tamayo, ni a Duchamp.

Ajeno al aliento arquitectónico de Gerszo, Rojo ha explorado el espacio a través de la escultura, el libro-objeto y los volúmenes tridimensionales en hojas de papel volando. Aún ahí es fiel a la letra. Alguna de las letras de su alfabeto inmarcesible, no necesariamente el romano, pues debe tener llena la cabeza de signos que sólo él conoce.

Homónimo sobrino del general y héroe republicano español Vicente Rojo, nuestro artista ha librado y ganado todas y cada una de las batallas que le demandaron el contenido y la forma, pues con él tenemos a un artista que lee y piensa, fabricante de exactas maravillas. Sólo un artista de su claridad y consistencia pudo emprender de por vida la vía paralela del diseño gráfico al servicio de la letra impresa, y salir ganando.

Intérprete de la palabra (habrá quien diga que hombre de pocas palabras), Rojo está en su obra de cuerpo entero, lo cual incluye las publicaciones a que nos guió en el transcurso del tiempo. Rico en llaves, abrió las puertas. Dio a los libros y los lectores la oportunidad dorada de encontrarse mutuamente. Lo mejor es que hizo escuela y puso la viga bastante alta. Afortunado el ojo del lector futuro.