Sociedad y Justicia
Ver día anteriorJueves 25 de junio de 2015Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
En Culiacán, la muerte se tornó fácil y barata

El narco es una forma de vida que todo inunda: académicos; sólo en mayo, 120 asesinatos

Foto
Uno de los cuatro autos quemados en comunidades cercanas a Tamazula, Durango, durante un operativo de la Secretaría de Marína el pasado 15 de junioFoto Javier Valdez
Corresponsal
Periódico La Jornada
Jueves 25 de junio de 2015, p. 40

Culiacán, Sin.

La muerte cerquita, vecina, a la vuelta de la esquina, agavillada y nuestra, que aunque quisiéramos lejana, es cotidiana y hasta familiar. Así se expresa el crimen organizado en Culiacán, considerada una de las ciudades más violentas del país, cuna del narcotráfico y santuario de algunos de lo capos más importantes.

Esa violencia, que el gobierno estatal pretende ubicar como resultado de las pugnas del narcomenudeo –al menos en la capital sinaloense–, sumó cerca de 120 asesinatos durante mayo pasado, cifra mayor a cualquier mes de 2014 y lo que va de 2015.

Y son estos hechos y otros que están a la mano los que hacen que estudiosos del tema aseguren que el narcotráfico no es un fenómeno policiaco, un asunto de ellos, los que están metidos en el negocio, sino una forma de vida que todo salpica y en ocasiones inunda.

Entre los 120 crímenes a balazos del mes pasado, hubo un multihomicidio que llamó la atención de los sinaloenses, tan acostumbrados a la violencia a punta de bala y ejecuciones: cinco personas, cuatro de ellas menores, fueron abatidas cuando circulaban por la calzada Heroico Colegio Militar, en el sur de la ciudad.

Entre las víctimas iba un niño de 13 años, alumno de una primaria ubicada a tres cuadras del lugar. Los hoy occisos viajaban en una camioneta cuando fueron baleados desde otro vehículo. En el lugar, policías ministeriales encontraron 56 casquillos calibre 7.62, los que se utilizan para el fusil AK-47.

El adolescente fue despedido con un homenaje en su escuela, entre llantos y abrazos, los de menor grado comentaban que habían matado al niño grande. Las autoridades estatales intentaron minimizar el hecho, a pesar de que ese mismo día fueron ocho las personas ultimadas de forma similar en la entidad.

“Traemos algunos problemitas por la lucha contra el narcomenudeo; si ustedes ven el porcentaje de rivalidad delincuencial que se da en las ejecuciones andamos arriba de 80, 85 por ciento; estamos implementado nuestros operativos de siempre, nuestros policías no descansan, cuando no andan en una parte andan en otra, con una fecha u otra, pero de que vamos a recuperar esto que se nos elevó en mayo, lo vamos a recuperar”, dijo el gobernador Mario López Valdez durante una gira de trabajo por Mazatlán.

En 2010, agregó, salían por la noche y eran el doble los asesinatos. Sin duda, los problemas que están surgiendo son entre ellos. Dijo que no habrá operativos especiales, ya que los esfuerzos de las diferentes corporaciones federales y locales están rindiendo frutos, y llamó a la ciudadanía a no alarmarse.

La banalidad

Tomás Guevara, sicólogo y catedrático de la Facultad de Sicología de la Universidad Autónoma de Sinaloa (UAS), es uno de los pocos especialistas que han realizado investigaciones sobre el fenómeno de la violencia, el involucramiento de los jóvenes y la conducta social en torno a la criminalidad y sus efectos.

El académico lamentó que la violencia sea ahora una forma de vida cotidiana y que los ciudadanos la vean como algo habitual, normal, incluido en la rutina diaria de niños, jóvenes y adultos.

“En la ciudad el fenómeno de la violencia es cada vez más banal. Se ha vuelto un proceso de normalización, donde lo que era extraño ahora nos resulta familiar. Cada vez encontramos niños que recurren más a la violencia para dirimir sus diferencias o incluso para probar ciertas cosas, como que merecen estar en una pandilla, que son capaces de aventarse un jale (trabajo ilegal), y buscan el acto violento para verse a sí mismos en ese discurso contranormativo de violencia que vivimos”, sostuvo.

Ante la escasez de programas culturales, educativos y sociales de los tres niveles de gobierno que atiendan a niños y jóvenes, advirtió, los menores se educan en la calle o en la escuela, espacios que reproducen los estereotipos de la criminalidad. Y contra eso, subrayó, no hay competencia.

No hay un proyecto estatal de cultura o social para los jóvenes. Al no haber una alternativa para censurar, criticar, cuestionar toda la violencia que los rodea, terminan por aceptar los actos terroríficos que ocurren en nuestra sociedad, y por eso vemos niños cada vez más violentos, manifestó.

Guevara aseguró que en una manifestación de esta aceptación acrítica de la violencia, adultos y menores acuden a las escenas del crimen para tomar fotografías y videos y subirlos a las redes sociales, en lugar de atemorizarse o expresar dolor o indignación. En esta banalidad de la violencia, que no es más que un proceso de normalización, los delitos terroríficos nos son comunes, apuntó.

Los muertos nuestros de cada día

En Culiacán son más los cenotafios en calles, camellones y banquetas que bancas en los jardines públicos. Los habitantes de la capital sinaloense salen de sus casas y se enfrentan a estos escenarios de cruces y epitafios en su trajinar. Pero también a la violencia generada por policías, elementos de la Marina o Ejército.

El pasado 15 de junio, helicópteros de la Marina dispararon contra civiles durante un operativo en las comunidades Acuachane y Tobiba, cerca de Tamazula, un municipio de Durango más cercano a Culiacán que a la capital de esa entidad. El saldo fue de dos muertos, dos heridos y cuatro detenidos, todos ellos menores.

Los efectivos navales buscaban a Adelmo Niebla González, operador del cártel de Sinaloa, quien se fugó del penal de Culiacán en mayo de 2014. Cuatro vehículos en que huía un grupo de jóvenes fueron quemados por los marinos, quienes argumentaron que los civiles les dispararon.

En la denuncia ante la Comisión de Defensa de los Derechos Humanos (CDDHS) estatal, los familiares de los detenidos señalaron que éstos fueron golpeados y obligados por los marinos a tomar armas y dispararlas.

Al niño de 13 (años) lo hicieron agarrar una pistola; él no quería agarrarla y le pegaron en la espalda; al niño de 17 lo hicieron agarrar un rifle para que lo disparara y no lo disparó, declaró una mujer identificada como Brenda, originaria de Tamazula, madre de dos de los detenidos, quienes fueron enviados al Tutelar para Menores de Culiacán, y luego a Tamazula, donde finalmente fueron liberados por falta de pruebas.

Es la muerte fácil, barata, agazapada a dos pasos, a la mano, a la vuelta de la esquina, no por tener o no relación con el narcotráfico, sino por vivir en una región violenta, impune, donde el crimen se expresa como una rutina, y el miedo dejó también de ser una novedad: Culiacán, donde es un peligro estar vivo, todo sigue igual, sólo que en la piel de esta región del norte del país, a pocos pasos del Pacífico y a nada del abismo, hay más sangre, cicatrices y cruces a la vera del camino.