Sociedad y Justicia
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Hace 80 años que cada día canta mejor
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Una persona camina por una calle del barrio del Abasto, donde se crió Carlos Gardel, en la ciudad de Buenos Aires, ArgentinaFoto Xinhua
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n el mismo día de su muerte, en Medellín nació un mito. Curiosa tragedia de esa estirpe de ángeles caídos, que nos ofrendan su vida eterna, su brillo solar y, en el caso del “ mudo” del Abasto, su voz de tenor alegre y feroz en un inverso pacto mefistofélico en el que ellos lo ofrendan todo, para dejarnos el alma preñada de magia.

Si poco se sabe de la vida de Cristo entre su año cero y su vía crucis, no es mucho más lo que deja saber el Gardel temprano, salvo que recaló en ese barrio porteño de tomates podridos, como lo definiera Luca Prodan. Allí, fue sobreviviendo y creciendo, al filo de la ley y de una guitarra. Hubiese sido Caruso si hubiera emergido en el lugar correcto de la geografìa. Gracias a Dios, fue geográficamente incorrecto y no fue ópera, fue tango.

¿Y fue por ese río de sueñera y de barro que las proas vinieron a fundarme la patria?, desgranaba Borges su angustia histórica. Y ese ancho cauce fue un remolino que absorbió colores, idiomas, dioses, saberes, gozos y dolores de millones de pobres allende el Atlántico. Paradojas de esa globalización decimonónica, impiadosa a muchos efectos, pero más benévola en uno: a los pobres de entonces no se los interceptaba en el mar, ni se los excluía con muros o alambradas. Esos desarrapados se unieron a los desarraigados en su propia tierra, a los que rumiando la derrota intuían las ciudades desde las orillas y los arrabales bravos y fueron pariendo, desde viejas melodías, una nueva música.

Pero en un principio, el dos por cuatro era danza, milonga escandalosa y prostibularia que todavía no era canción y no ingresaba en el círculo del champagne y el smoking, aún acechaba en el de la ginebra y el cuchillo.

Gardel encontró en ese ambiente y en sus cuerdas vocales la herramienta ideal para gambetear la pobreza, empezando por las zambas, los valsecitos, los sonidos criollos con los que se evocaban ambientes bucólicos de tiempos perdidos. Así, frente a un pueblo nativo que, sitiado por aquella globalización, buscaba reencontrarse con sus raíces musicales y frente a un pueblo inmigrante que exploraba nuevas identidades, el Morocho del Abasto fue midiéndole el pulso a auditorios que, uno a uno, fueron rindiéndose a su voz. Del abasto y las orillas el “ mudo” se fue colando entre públicos más selectos, cabarets y burdeles de lujo en ambas bandas del Río de la Plata.

El tango rondaba a Gardel, hasta que lo tomó por asalto. Como los grandes innovadores del arte de todos los tiempos, como Beethoven, Van Gogh, Lumière o Verdi, asumió la enorme responsabilidad de ser un precursor y la suya fue una de las primeras voces que interpretaron el tango canción. Con la voz del “ mudo”, “ mi noche triste” graduó al tango de poesía.

De la mano del tango canción comenzó a recorrer el mundo: Madrid, Barcelona, Nueva York y París se fueron inclinando a su paso. Como la humedad de los cimientos de los conventillos rioplatenses, el tango fue ascendiendo socialmente, ya no era sólo ginebra y cuchillo, se vistió de gala y se bebió con champagne en los salones de las grandes capitales del mundo. Las angustias dejadas por la devastación de la Gran Guerra y la búsqueda de un bálsamo que las curara fueron un campo fértil para que el tango corriera como reguero de pólvora.

Pero Gardel no sólo fue canción, su sonrisa eterrna cautivó a la pantalla. Si su voz fue una de las primeras en grabar un tango canción, su imagen fue igualmente pionera en el cine sonoro. Así se sucedieron películas como Melodía de arrabal, Cuesta abajo y El tango de Broadway, que agigantaron su figura en Latinoamérica. Es que Gardel fue la primera celebrity de nuestro continente, todavía con tasas de alfabetización lo suficientemente bajas como para que sus pueblos difícilmente pudiesen disfrutar de una película hablada en inglés con subtítulos en español. Los filmes de Gardel democratizaron, en cierto sentido, el entretenimiento cinematográfico en esos años del temprano séptimo arte en América Latina.

Su fama en nuestro continente fue enorme. Precisamente esa fama fue la que lo impulsó a recorrer los escenarios de América. Es bien sabida la historia, en uno de esos viajes, cuando todavía el transporte aerocomercial estaba en pañales, el Morocho del Abasto encontró la muerte. Un absurdo accidente en Medellín segó la vida del hombre que innovó como ningún otro latinoamericano en la música y el cine. Gardel no sólo fue comparable a otras voces de la época, como Maurice Chevalier o Al Johnson; la revolución que el “ mudo” provocó en el canto de Nuestra América es ciertamente parangonable con la que provocaron próceres de la música, como Frank Sinatra, Elvis Presley o John Lennon.

Los lectores que, pacientemente, llegaron a este párrafo, podrán ver que no nos hemos referido al hecho menos relevante de la trayectoria de Gardel: su lugar de nacimiento. Cual Moisés criollo, Carlos Gardel abrió las aguas del Río de la Plata y circuló artísticamente por ambas bandas del río color de león, inventándose en el tango a su patria definitiva. El Morocho del Abasto hubiese merecido un espacio ficcional como la Santa María de Onetti o La zona de Saer, un país a imagen y semejanza, un pedazo de patria chica que se articulara en la más grande, en la que lo recibió con los brazos abiertos en cada canción y en cada película.

En el Río de la Plata una jactancia flota incontrovertida desde hace 80 años: Gardel cada día canta mejor. Es que su sonrisa angelical y su voz plateada mejoran con el tiempo, como un buen vino, para nuestro orgullo de rioplatenses y latinoamericanos.

* Patricia Vaca es embajadora de la República Argentina y Jorge Alberto Delgado, embajador de la República Oriental del Uruguay