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Ver día anteriorMartes 23 de junio de 2015Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Mathias: una reflexión personal
E

s distinto el intento de colaborar con efeméride respecto de una persona a quien uno sí conoció que a otras a las que admiró profundamente, pero sin haberse visto ni hablado jamás. Conocí a Mahias Goeritz, no tuve amistad con él ni lo traté con frecuencia, pero fueron varias las veces que nos encontramos, no sólo durante el lapso de su matrimonio con mi venerada maestra: Ida Rodríguez Prampolini, sino en ocasiones muy posteriores, sobre todo en encuentros casuales en la galería MerKup.

Mathias era alto, o se veía muy alto por ser longilíneo, ese rasgo físico estaba en su favor. Tenía el pelo castaño, abundante, y un mechón le escapaba y caía sobre la frente, rasgo que le era muy característico y prestaba encanto, siempre sonreía, de modo que sin ser guapo, su expresión era cordial y distinguida. Daba la impresión de ser un optimista y además sabía escuchar a su interlocutor aunque fuera por breves lapsos, tenía incluso el hábito de preguntar, o bien una necesidad genuina de conocer las vicisitudes profesionales o vivenciales de su interlocutor y si era mujer, posiblemente su cortesía se extremaba. Siempre andaba vestido comme il fault, sin hacer ostentación del dandismo tan especial en cuanto a correctas y elegantes combinaciones que fue propio de Rufino Tamayo. ¿Todo eso contribuyó a hacer especial su presencia en México? Sin duda, porque además de su fama y de su obra a cualquier nivel: sabía ver al otro.

Nació en Danzing, en 1915; desde la infancia vivió en Berlín. Es conveniente recordar que la incorporación de Danzing, en el este de Polonia, al Reich alemán en septiembre de 1939, fue uno de los más intensos pretextos para el desencadenamiento de la Segunda Guerra Mundial. Esa ciudad se reincorporó a Polonia hasta 1945 y fue la cuna del movimiento sindical conocido como Solidaridad.

El trabajo pictórico de Mathias entre 1944-45 revela influencias judías y gitanas, anota Reyes Palma, y es natural que así haya sido, pues su familia paterna era de origen judío, aunque no todo mundo está de acuerdo con ello, debido a su trayectoria laboral que involucró contactos y encargos con instituciones nacionalsocialistas. Su padre era lo que llamaríamos un intelectual independiente, amigo y hasta protector de judíos.

Mathias conoció (no vivió) los avatares de la República de Weimar y por supuesto estuvo muy al tanto de quienes integraron el núcleo inicial de la Bauhaus, de modo que coincidía con los planteamientos iniciales de Gropius, la presencia de las bellas artes alternando con la posibilidad de aplicarlas en varias áreas, un poco lo que sucedió, al menos teóricamente, con Roger Fry y antes con William Morris. Su pensamiento al respecto ha sido recogido por Leonor Cuahonte en un indispensable libro publicado por el Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM, El eco de Mathias Goeritz (2007). El título quizá hace pensar no en los ecos que produjo, sino en que se trata del museo, pero en realidad es una compilación de artículos, entrevistas y hasta conversaciones, dudas y filias, entre los que destacan los textos que escribió para la revista Arquitectura. Algunos, v.gr. como el que versa sobre las Torres de Satélite, son sorprendentes por el matiz autocrítico que ostentan. Dice: “Algunos arquitectos insisten en que las torres no son más que una gran escultura y tienen razón. Pero, ¿qué importa?, para mí eran pintura, eran escultura, eran arquitectura emocional…” y a continuación anota que se le hubiera antojado que también emitieran sonidos, que también fueran música. ¿Buscaba la obra de arte total? Al parecer, sí, pero no en un sentido wagneriano. La idea de un conjunto de prismas tenía antecedentes en sus propios proyectos y hasta existen leyendas al respecto, inspiradas en su admiración por las torres Asinelli y Garismendi, en San Giminiano, pero las torres como ahora las vemos (no han envejecido en cuanto a concepto) son otra cosa y marcan indeleblemente un entorno urbano. La muestra da cuenta de las raíces de su ejecución, de los esquemas gráficos de sus estructuras y de sus proyecciones posteriores. En vivo son, como se sabe, obra de equipo ligada a la construcción y a la concepción de Ciudad Satélite por Mario Pani, quien invitó como colaborador arquitectónico a Luis Barragán y éste hizo partícipe a Goeritz. A su vez, es de sobra comentado que Chucho Reyes los asesoró en cuanto a color, cosa que también forma parte de la leyenda, porque el color que tuvieron en su concepción es lógico. Todo habitante del DF las ha visto, es más, aun hoy la expectativa de ver las Torres de Satélite, cuando se viaja por la carretera que conduce a Tepotzotlán, o cuando se llega a la capital procedente de Querétaro, por ejemplo, sigue constituyendo una especie de bienvenida a esta ciudad de la que no se podría prescindir, es esencial al sitio donde se encuentran, hay ocasiones en las que uno viaja a Ciudad Satélite con el único objetivo de mostrar las torres a quienes no las han visto.

Naturalmente hay fotografías de las mismas en la exposición El retorno de la serpiente: Mathias Goeritz y la invención de la arquitectura emocional montada en el Palacio de Iturbide, pero ese es uno de los sitios indispensables de conocer in situ, sobre todo en beneficio del turismo internacional que ahora visita el Palacio de Iturbide. El contraste con el formidable animal del pedregal, puede ser que se integre en forma natural al concepto de plegaria plástica que utiliza Cuahonte en su biografía publicada hasta ahora en francés por L’Harmattan. Y las piezas de arte sacro de Mathias, que corresponden a varias religiones, arman otro tema que igualmente se encuentra representado, aunque la mano de la iglesia de San Lorenzo (que es de finales del siglo XVI,) no está representada en fotografía o no la vi, debido a que quizá el material es excesivo. En todas formas hay amplios temas de discusión, v.gr: ¿es la Ruta de la amistad (1968), convocada por Mathias, la contrapartida a no hay más ruta que la nuestra (1944) de Siqueiros? O debemos tener reservas al respecto.

A Siqueiros ya se le cocían las habas por mantener el movimiento del cual fue parte principal, además de pionero del llamado sindicato, que nunca fue tal. Ya se percataba del intenso cansancio iconográfico y formal, aunque es cierto que él como sus dos compañeros de la irrepetible tríada siguieran trabajando y que Orozco incluso se mostraba capaz de optar por otros caminos.