20 de junio de 2015     Número 93

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

Un dia un viajero…

Joseph Sorrentino:
imagen del méxico rural


Joseph Sorrentino

Lorena Paz Paredes

Hace más de diez años llegó a la oficina del Circo Maya en Tlalpan el fotógrafo Joseph Sorrentino, venía de Rochester, una ciudad al norte de Estados Unidos, y buscaba contactos con gente de organizaciones campesinas. Llevaba sólo una mochila y una cámara al hombro. Quería tomar fotos de paisajes, de familias, de gente trabajando. También esperaba escuchar sus voces, compartir, convivir. A cambio, él les daría sus imágenes.

Y así ha ocurrido. Aunque ahora Joseph ya viaja al campo con su cámara y su buena suerte como únicas compañías, a donde llega encuentra afecto, calidez, guías que lo orientan en el terreno y gusto por los retratos que les deja.

Joseph es un tipo fuerte y alto, como de 1.90 de estatura, que se parece un poco a Bruce Willis. Pero tiene la mirada suave y la ligereza de Brad Pitt. Con esa pinta no pasará desapercibido en ninguna comunidad campesina de por acá, pensábamos mientras planeábamos sus itinerarios.

Después de muchas visitas a pueblos del sur, el sureste y el norte, Joseph ha captado más de 20 mil imágenes mexicanas. Fotos de trabajadores caminando bajo la lluvia arropados en sus mangas; de hombres cargando escaleras en pleno cerro, arrastrando grandes postes, arriando mulas; de mujeres acarreando leña; de labriegos en el surco, en la vereda, en la casa, en la fiesta, en la cantina; de niñas y niños de todas las edades mirando serios a la cámara, jugando o ayudando a sus padres en la parcela…

Joseph nos confesó que a él le gustan más las fotos en blanco y negro. “Las de color son increíbles –dice-. Pero cuando retrato personas trabajando el campo prefiero blanco y negro, es más emocional, más fuerte, más profundo. Es el tono de la vida. Eso creo”.

Al principio Joseph usaba una cámara de rollo. Eso no aligeraba el equipaje pero sí el bolsillo, pues sólo en 2003 utilizó alrededor de 300 rollos. Por fortuna consiguió una cámara digital con la que en su último viaje tomó hasta tres mil fotografías.

La primera vez que Joseph visitó México, no hablaba castellano. Quizá una que otra frase como: “No habla español”. Recuerda que en una comunidad le preguntaron “¿Y tú güero, qué haces?” “Quise impresionarlos y les dije: “Yo soy escritorio”. Se rieron mucho y supe que lo había dicho mal”.

¿Cómo va a ir este gringo loco a las comunidades nahuas de la sierra nororiental poblana, con los tzeltales y tzotziles de Los Altos de Chiapas, con los mestizos de Veracruz si sólo sonríe y toma fotos? Pues fue y nada lo detuvo. Ni la barrera del idioma, ni la inseguridad de las veredas por las que también transita el narco.

Él agarró camino y se enfiló hacia la Sierra Norte de Puebla; luego la Sierra Juárez de Oaxaca; más adelante se internó en comunidades zapatistas de Chenalhó, Tenejapa, Las Margaritas y Ocosingo; se aventuró por Tuxpan; se fue a Morelos a las nopaleras y a los cañaverales de Tlaquiltenango; llegó también a Chihuahua con los alfareros de Mata Ortiz.

Y en su viaje más reciente, a principios del 2015, platicó, caminó y convivió con hombres y mujeres originarios de Guatemala, El Salvador y Honduras en la casa del migrante Hermanos en el Camino de Ixtepec, en el Istmo de Tehuantepec. También estuvo cerca de Orizaba, Veracruz, con las Patronas del pueblo del mismo nombre cuando éstas cumplían 20 años de ayudar solidariamente a los jinetes de La Bestia. Mujeres de todas las edades a quienes fotografió y entrevistó, pero a las que también ayudó a picar cebolla y chiles, a acarrear paquetes de comida y bolsas agua hasta las vías donde pasa el tren y donde cientos de migrantes arracimados sobre los vagones del ferrocarril los tomaban al vuelo dejando una estela de agradecimiento. Más tarde conoció a migrantes centroamericanos que arribaron en caravana este año a la capital de la República, y estuvo con ellos en el Zócalo.

Joseph ha venido a México en nueve ocasiones. Su primera visita fue en 1997. Llegó el 2 de noviembre a Metepec a tomar fotos del día de muertos. “De niño me asustaban los cementerios”, nos confesó. Pero aquí se le quitó el miedo a los muertos enterrados. Quería entender por qué la gente se queda dos días en un panteón. Y lo que vio y fotografío fue un convite de vivos y difuntos, una fiesta de ofrendas en tumbas tapizadas de flor de cempasúchil con veladoras titilando día y noche hasta consumirse en un mar de cera. Un camposanto vuelto romería donde bullían rezos, risas y pláticas. Además de imágenes, Joseph disfrutó aromas y sabores de pan de muerto, de pollo en mole con arroz y de frijoles caldosos y paladeó los aguardientes, pulques y cervezas. “Un ritual muy profundo –djo conmovido– porque aquí la cultura indígena se vive fuerte”.

Luego fotografió la Semana Santa oaxaqueña. Pero pese a sus primeros temas su mirada no es la del antropólogo que viene de lejos buscando costumbres “exóticas”. No. Lo suyo no es curiosidad primermundista. Lo que pasa es que a Joseph le disgustan y enojan la injusticia y la pobreza en que viven los campesinos y quiere mostrarlas para ayudar a remediarlas.

Antes de venir aquí, en Estados Unidos conoció los campos de Nuevo México donde se cultiva chile y donde los jornaleros mexicanos que lo cosechan tienen que aguantar pésimas condiciones laborales. Y Joseph se preguntaba: “¿Por qué viene aquí esta gente? ¿Por qué viene a sufrir? ¿Por qué no quedan en su país?”

“En 2001 estuve en Oaxaca y me encontré con una manifestación de mujeres frente a la casa de gobierno. Luego supe que en esa ciudad todo el tiempo hay protestas… Y es que en México se respira revolución… En Estados Unidos no hay revolución, eso está terminado. Y en cambio aquí la lucha sigue y sigue y sigue y sigue…”, dice Joseph, aludiendo una de las consignas más coreadas en las marchas y mítines de por acá.

En 2003 el fotógrafo fue a dos comunidades de la Sierra Juárez, por el rumbo de San José de Tenango. Viajaba acompañado por un campesino de la Coordinadora Estatal de Productores de Café de Oaxaca. “Tenía miedo, la gente no habla español ahí. Y tampoco lo hablaba el indígena que me conducía… Yo no sabía dónde estábamos ni a dónde íbamos… Cuatro horas caminando en silencio por la montaña, casi sin hablar porque él no entendía mi español, ni yo entendía su idioma. Cuánto falta para llegar al pueblo –le preguntaba yo-. Ya poquito –me decía-. Pero seguíamos caminando. –Ya merito nomás… Y sólo comíamos mandarinas.

“Finalmente llegamos a San Martín –cuenta- y me quedé ahí cuatro o cinco días… No había nada, una casita por ahí, otra por allá, nada. Y de pronto se me quitó el miedo. Dormí en casa de una familia. Fueron muy amables, me dieron todo siendo tan pobres: comida vegetariana, tortillas y café. Conocí a sus hijos y me explicaron por qué los jóvenes tienen que irse aunque quieran quedarse. Mirando sus vidas con mis ojos y con mi cámara, algo entendí. En la temporada del corte de café trabajan muy duro y no ganan nada. Caminan siete horas por la sierra, cargando a la espalda los costales de café; se van por la mañana y regresan en la noche. Al día siguiente otra vez lo mismo y así durante dos meses…

“Luego fui a Cuetzalan con la Cooperativa Tosepan, y encontré algo muy diferente… Allá también son pobres, pero tienen de todo: maíz, café, pimienta, miel, y luchan fuerte por los derechos indígenas… Tomé fotos en San Miguel Tzinacapan, San Andrés Tzicuilan, Santiago Yancuictlalpan y Xiloxochico. A señas y con mi español malo, me hice entender. Y aprendí mucho del Comercio Justo y de todo lo bueno que hacen las familias de la Cooperativa. Les gustó mi trabajo y sacaron un calendario con mis fotos”.

En su viaje más reciente, que realizó en enero del 2015, Joseph fotografío y entrevistó a unos 40 migrantes centroamericanos refugiados en los albergues de Ixtepec, de Chahuites y en La Patrona.

“Cada persona –cuenta- es una historia única, diferente. Ellas y ellos tienen fe… Hacen un viaje peligroso porque de veras creen que podrán mejorar si llegan a Estados Unidos, darle algo más a su familia y salir de la miseria y la violencia de sus países… Piensan que subirse a La Bestia y arriesgarse es mejor que quedarse a vivir en su propia tierra. Algunos cuentan que en su país las maras les cobran por vivir… Así amenazaron a una mujer: ‘tienes que pagar; si no, te mueres o se mueren tus hijos’… Entonces ella agarró a sus hijos, se subió al tren y llegó a Ixtepec. A otra familia le advirtieron: ‘vamos a venir por este chavo’: un joven que apenas cumplía los 17, y toda la familia tuvo que salir. El viaje en La Bestia es cruel, atravesar así el territorio mexicano es jugarse la vida. Y cada vez es más difícil subir a ese tren de carga, porque cobran dinero”.

Muchas historias tristes recogió Joseph en esta visita. Como la de una mujer apicultora que vino desde Honduras y apenas llegando a Juchitán fue detenida por la policía y seguramente la deportaron a su país. “¿Qué pasa?” –se pregunta-. “Salen buscando otra vida ¿y qué encuentran en el camino? En Honduras hay maras y aquí también, pero además está la policía y la migra. En Ixtepec y en Chahuites todas y todos los que entrevisté habían sido atacados por las bandas o por la fuerza pública. Y si logran llegar al norte de México serán sorprendidos por unos custodios armados que les quitarán todo, los dejarán desnudos, sin ropa, sin zapatos, sin dinero…Y es que los migrantes han dejado de ser gente –concluye Joseph-, ahora son un buen negocio”.

“Esto hay que contarlo –insiste el fotógrafo-. Hay que mostrarlo, hay que gritarlo, hay que exhibirlo en Estados Unidos… Que allá todos se enteren de por qué esas personas, esas familias tuvieron que salir de su país, y por qué a pesar de todo no pueden ni quieren regresar… Y es que a los gringos sólo les importa el trabajo barato de los migrantes. No la gente.

En su empeño porque se conozca el viacrucis de los peregrinos de Centroamérica y México que tratan de ingresar en Estados Unidos, Joseph ha publicado artículos y fotos en revistas como Commonweal; In These Times; Reportero de Santa Fe; Albuquerque Free Press y Rochester Magazine. También ha realizado varias exposiciones de fotografías sobre el campo mexicano, y ha ofrecido pláticas y conferencias en universidades de Nuevo México, Albuquerque y Nueva York acerca de la dramática situación que viven los campesinos, los jornaleros, las mujeres rurales, los migrantes…

Seguramente Joseph seguirá viajando por nuestras sierras y nuestros llanos porque, dice, los campesinos de este país son una parte de su vida, de su emoción. Él sabe ya que su destino está aquí. Y para explicarlo cita a Séneca, quien sostenía que las tejedoras del destino conducen a quien tiene voluntad, pero a quien no la tiene, lo arrastran…

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