20 de junio de 2015     Número 93

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

Cómo estados unidos “resolvió”
la crisis de migración centroamericana*


Lorena Águila Hernández, una de Las Patronas, espera con comida para los migrantes, pero el tren pasa vacío FOTO: Joseph Sorrentino

Joseph Sorrentino

La Bestia corre vacía ahora. Durante años, los trenes de carga conocidos colectivamente como La Bestia han llevado migrantes centroamericanos hacia el norte a través de México; el objetivo de estas personas es cruzar la frontera con Estados Unidos. Huyen de la pobreza extrema y de la violencia en sus países de origen. Puede verse a cientos de ellos amontonados en la parte superior de los vagones, cabalgando entre éstos o aferrados a las escaleras a los lados. Es fácil caerse de los trenes en movimiento. Muchos de los que caen, mueren o pierden extremidades. “Es peligroso –peligroso, pero libre”, dice Santos Ricardo Molina Campos, de 37 años de edad, salvadoreño que montó La Bestia cuando emigró a Estados Unidos hace 24 años, y de nuevo en diciembre, después de haber sido deportado.

Pero él es parte de la minoría. En estos días, los trenes llevan sólo un puñado de los migrantes, o ninguno en absoluto. No han dejado de venir, pero se han visto obligados a encontrar otras rutas, aún más peligrosas. Eso es debido al Programa Frontera Sur de México, implementado en julio de 2014 y destinado en gran parte a limpiar de migrantes los trenes. El plan es el más reciente de una serie de políticas de inmigración mexicanas, financiadas o tácitamente aprobadas por Estados Unidos (EU), que no han podido frenar –y a veces han exacerbado– lo que la Oficina en Washington para Asuntos Latinoamericanos (WOLA) llama “una de las crisis humanitarias más graves en el hemisferio occidental”: la rutina de violación, asalto, extorsión, secuestro y asesinato de migrantes centroamericanos que cruzan México.

Detener la oleada. Cuando se supo la noticia en junio de 2014 que una cifra sin precedentes, de 50 mil niños centroamericanos sin acompañantes habían llegado a la frontera con Estados Unidos desde octubre de 2013, la Casa Blanca declaró una “situación humanitaria urgente”. El presidente Barack Obama se reunió con su homólogo de México, Enrique Peña Nieto, “para desarrollar propuestas concretas que aborden las causas fundamentales de la migración ilegal desde Centroamérica”, según un comunicado de la Casa Blanca. Dos semanas y media después, Peña Nieto anunció el Programa Frontera Sur.

La Casa Blanca sostiene que el programa fue “desarrollado por México y no resultado de la reunión con el presidente Obama en junio”.

Cada uno de la docena de trabajadores de derechos humanos mexicanos y estadounidenses entrevistados para este reportaje, sin embargo, no dudan que la presión de Estados Unidos impulsó el programa de inmigración. “Creo que está claro que el verano pasado EU presionó a México para aumentar estos esfuerzos (de acabar con la migración) como una manera de ayudar a lidiar con el ‘problema’ de los centroamericanos que inundan el sur de Texas”, dijo Maureen Meyer, asociada senior de WOLA para México y derechos de los migrantes.

Carlos Bartolo Solís, quien dirige un refugio cerca de la frontera sur de México, que es a menudo una primera parada para los migrantes, está de acuerdo. “Creo que el Programa Frontera Sur es una respuesta a las políticas de Estados Unidos”, dice. “Creo que EU ha presionado a México”.


Calzón pinchado en alambre de púas FOTO: Joseph Sorrentino

Daniel Ojalvo, quien ha trabajado dos años en el refugio para migrantes Hermanos en el Camino  en Ciudad Ixtepec, considera así la situación: “La frontera de Estados Unidos comienza en Guatemala ahora”.

También es probable que fondos estadounidenses apoyen el Programa Frontera Sur. Según un portavoz del Departamento de Estado, México ha recibido más de 120 millones de dólares para la aplicación en la frontera sur de la Iniciativa Mérida, un programa contra el narcotráfico del Departamento de Estado. En su testimonio ante el Comité de Asignaciones del Senado en julio de 2014, tres días después de que se anunció el Programa Frontera Sur, el embajador Thomas A. Shannon dijo que el Departamento de Estado “aplaudió” los nuevos esfuerzos fronterizos de México y que se comprometerían 86 millones de dólares para su financiamiento. El Departamento de Estado no respondió a la petición de In These Times para que confirmara si ese dinero fue ejercido.

Formalmente, el Programa Frontera Sur tiene la intención de proteger a los migrantes y garantizar su seguridad, así como erradicar a los grupos criminales que se aprovechan de ellos. En la práctica, el plan hace que sea mucho más difícil, y a menudo imposible, que los migrantes viajen por cualquier medio, salvo a pie. Los agentes del Instituto Nacional de Migración y la policía ahora revisan rutinariamente los trenes y autobuses para detener a cualquier migrante que encuentran.

El plan también insta a las compañías ferroviarias a disuadir a los migrantes. Algunas han aumentado la velocidad de los trenes para que no puedan ser abordados. En Apizaco, Tlaxcala, han instalado postes cortos de concreto al lado de las pistas para impedir que los migrantes corran y salten junto a los trenes.

La Sagrada Familia, un refugio en Apizaco, se encuentra a menos de diez metros de distancia de las vías por las que corre La Bestia. En octubre, pocas horas después de salir del refugio, un migrante llamado Arlem Nahum Zepeda Martínez trató de subirse a un tren de movimiento lento. Se golpeó con uno de los postes de concreto, fue arrastrado hacia abajo del tren y murió. Carla Patricia Juárez Peña, coordinadora de Desarrollo Humano y de la Comunidad en el refugio, dice que en Apizaco 14 migrantes han sufrido heridas a causa de los postes.

Algunas compañías ferroviarias, especialmente en el norte, también han contratado custodios para mantener a los migrantes afuera de los trenes. Se visten completamente de negro y con pasamontañas que cubren sus rostros para maximizar la intimidación. A menudo llevan rifles y pistolas. Los migrantes informan que los custodios los asaltan; les quitan dinero, zapatos, incluso sus ropas. “En Orizaba los custodios robaron mi dinero”, dice Juan Carlos Reyes Guillén, un hondureño de 22 años de edad que estuvo en el refugio de Apizaco un par de días a finales de enero. “El tren se detuvo y los custodios dijeron: ‘Todo el mundo abajo’”; apuntaban con sus rifles a los migrantes. Se llevaron dos mil pesos de Guillén. Tenía unos pesos más metidos en un zapato y eso le permitió tomar un autobús y llegar al refugio.


José Reyes Guillén. Continuó su camino inmediatamente después de que Joseph Sorrentino tomó su foto. Tenía prisa por seguir FOTO: Joseph Sorrentino

Guillén tiene la esperanza de regresar a Dallas, donde vivió 12 años. Unas horas después de que hablamos, empacó su mochila pequeña. Contenía zapatos de baño, gel para el cabello, papel higiénico y un pequeño espejo que sostenía sonriendo tímidamente. Cerró el cierre de su mochila, me dio la mano y se dirigió hacia el norte.

Peor que La Bestia. Desde antes que iniciara el Programa mencionado, los 400 mil migrantes centroamericanos que intentan cruzar México cada año han enfrentado graves riesgos. Además de los peligros de La Bestia, está la depredación de las pandillas. Es difícil conseguir estadísticas fiables, pero Amnistía Internacional y otras fuentes dicen que las pandillas rutinariamente asaltan, secuestran y asesinan migrantes centroamericanos. Un informe de 2010 encontró que 60 por ciento de las mujeres que migran a través de México fueron violadas. WOLA estima que 20 mil migrantes son secuestrados cada año. Una encuesta de morgues y cementerios realizada por el diario Milenio encontró que un promedio de cuatro mil cadáveres no identificados son enterrados anualmente.

Pero el Programa Frontera Sur ha hecho cosas peores aun, de acuerdo con los 60 abogados, trabajadores de los refugios y migrantes que entrevisté el invierno pasado durante un viaje de siete semanas a lo largo de una de las principales rutas de migración de México. Casi la totalidad de los 35 inmigrantes que conocí hablaban de caminar durante días entre los refugios, en rutas que los exponían a peligros mayores. “Más personas son asaltadas, más mujeres son violadas, más personas están desapareciendo”, dice Ojalvo.

“Pensamos que no podíamos ver nada peor que el tren”, dice Luis López-Lago Ortiz, quien trabaja con Scouts de Extremadura, una ONG española. “Pero hay algo peor: caminar en el camino”.

Un refugio de emergencia. En respuesta a la avalancha de migrantes que viajan a pie, el padre Alejandro Solalinde abrió un refugio de emergencia en Chahuites, Oaxaca, en septiembre. Según Carlos Moriano, coordinador del refugio, “casi todos los que llegan han sido asaltados”.

Chahuites es un pueblo pobre, lleno de pequeñas casas construidas con bloques de cemento sin pintar, muchas de ellas con techos de lámina. Todo el frente de la tienda vecina al refugio tiene barras atravesadas; por los huecos se intercambian dinero y mercancías. Cuando llegué, en febrero, Moriano me llevó aparte y me dijo que nunca saliera solo del refugio debido al riesgo de ser asaltado.

El refugio tiene entre 40 y 50 migrantes en condiciones que se asemejan a un campo de refugiados. Fue antes una casa abandonada, y con los migrantes que llegan a diario, ha habido poco tiempo para arreglarlo. No hay intimidad, ningún espacio personal. Los migrantes duermen en colchonetas delgadas en un pequeño patio. Por la mañana, las colchonetas se enrollan y se almacenan en los estantes. Sólo hay un cuarto con ducha, un pequeño lavadero para lavar y lavarse los dientes, y un baño que es un inodoro de cemento sobre un agujero abierto.


Natalie Reyes, con ocho meses de embarazo, en Hermanos en el Camino FOTO: Joseph Sorrentino

Los zapatos de los migrantes están muy desgastados, y observé que casi todos cojeaban al caminar. Como muchos, Isamel, una hondureña que conocí en el refugio, tenía una herida gravemente infectada en el pie. Ella viajaba con su esposo y su primo, caminando la mayor parte del tiempo porque “las combis cuestan demasiado”. En su camino hacia el refugio en Arriaga, Chiapas, tres hombres armados tomaron todo su dinero: unos 700 pesos. Pero Isamel se considera afortunada: “Lo importante es que no nos golpearon ni me violaron”. Cuando le pregunté cómo podía continuar después del asalto y con un pie infectado, ella dijo: “No me importa. Nos vamos. Ese es el espíritu que uno debe tener”.

Hasta el verano pasado, había pocos informes de migrantes asaltados dentro de Chahuites. Ahora que los migrantes están caminando por el pueblo, en lugar de montar La Bestia, eso ha cambiado. Una tarde, Moriano preguntó si quería ver la zona donde los criminales atacan a los migrantes. Levanté mi cámara. “¿Es seguro para llevar esto?”, le consulté. “Sí”, respondió. “Llevamos machetes”.

Ocho de nosotros fuimos al refugio y recorrimos un camino de tierra muy gastado que es paralelo a las vías del tren. Es el mismo trayecto que hacen los migrantes a pie. Quince minutos más tarde, Moriano señaló un área cubierta al otro lado de las vías, y cruzamos. En un claro estaba una bota de mujer y algo de ropa. Aquí es donde traen a las mujeres para violarlas.

En una cerca de púas detrás del claro, había tres pares de ropa interior femenina perfectamente atorados: trofeos de enfermos. A pocos pasos de distancia se veía más ropa y sostenes, y un saco de dormir sucio. Unas semanas después de mi viaje, Moriano y algunos voluntarios despejaron la maleza de esa zona, por lo que sería más fácil de ver desde la ruta. Encendieron algunas velas para purificar el lugar.

En su mayoría, son bandas mafiosas las que se aprovechan de los migrantes que cruzan México. Aunque el aumento de la vigilancia de los trenes en el marco del Programa aparentemente busca proteger a los migrantes, no hay evidencia de que se haya frenado la depredación. Los pocos que todavía se las arreglan para montar los trenes siguen siendo objeto de extorsión. Las pandillas exigen una “cuota” de 100 dólares a quienes tratan de subirse a los trenes en varias ciudades, incluyendo Palenque y Orizaba.

“No tenemos ese dinero”, dice José Daniel Sánchez, hondureño de 18 años de edad, quien no podía pagar la “cuota” en Palenque. “Somos pobres. Nosotros no somos los dueños”. Los migrantes que no están en condición de pagar pueden tener suerte, como le ocurrió a Sánchez, y simplemente ser ignorados. Pero lo más probable es que los golpeen, se les niegue el acceso a los trenes, o sean arrojados afuera, secuestrados o asesinados.

Deportación a toda costa. Las disposiciones del Programa Frontera Sur convocan a las agencias mexicanas a que respeten los derechos humanos de los migrantes. Eso suena bien, pero en la práctica, dice Alberto Donis Rodríguez, coordinador del refugio en Ixtepec, “ocurre totalmente lo contrario. Es una cacería vil”.

De acuerdo con todos los entrevistados, el Programa ha traído un aumento dramático de lo que los mexicanos llaman “operativos”: redadas de la policía y del INM en los trenes y autobuses; los migrantes son detenidos y deportados. Los migrantes también reportan que el INM hace arrestos afuera de los refugios, lo cual es ilegal, e irrumpe en habitaciones de hotel donde ellos se hospedan.


Distancias del trayecto FOTO: Joseph Sorrentino

Cada vez hay más reportes sobre la fuerza brutal que ejercen agentes del INM. Varios migrantes afirman que los agentes usan armas Taser, y los defensores y directores de los refugios dicen que han escuchado esto en varias ocasiones. Un migrante informó que agentes del INM le dispararon. Otro describió un incidente en que éstos prendieron fuego a un pastizal para ahuyentar a los migrantes. Según los reportes, varios fueron hospitalizados con quemaduras.

También hay informes inquietantes sobre el Grupo Beta, una unidad del INM, cuyo trabajo es dar ayuda y protección a los migrantes. Son fácilmente reconocibles, vestidos con camisas brillantes de color naranja y pantalones caqui. “Antes de que iniciara el Programa Frontera Sur, eran en realidad una ayuda”, dice un abogado que pidió no ser identificado. “Últimamente, todo ha cambiado. Hemos tenido informes de los migrantes que dicen que oyeron a miembros del Grupo Beta llamar a la policía de Inmigración para decirles por dónde iban a salir los migrantes para que pudieran arrestarlos”.

Si la verdadera intención del Programa es evitar que los centroamericanos, en particular los niños, lleguen a la frontera con Estados Unidos, está resultando exitoso. En los seis meses después de entrar en vigor el Programa las deportaciones de salvadoreños, hondureños y guatemaltecos desde México aumentaron en 34 por ciento, mientras que las aprehensiones de los centroamericanos por parte de la Patrulla Fronteriza se redujeron en 39 por ciento. Y el número de niños centroamericanos no acompañados detenidos en la frontera entre Estados Unidos y México bajó en 57 por ciento, de 45 mil en los primeros seis meses de 2014 a 19 mil en los últimos seis meses.

El Servicio de Inmigración y Control de Aduanas no espera otro aumento en el número de niños centroamericanos migrantes este verano. “Estoy feliz al decir que todo el trabajo que hemos hecho el año pasado está dando sus frutos”, dijo el subdirector del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de EU (ICE), Daniel Ragsdale en la Expo Seguridad Fronteriza, en Phoenix en abril. Cuando se le preguntó cuál era ese trabajo, un vocero del ICE envió a In These Times un comunicado de prensa sobre el reforzamiento del personal y de la tecnología en la frontera estadounidense.

Sin embargo, nada de esto detendrá la migración. ”Si hay un muro, ellos van a ir a su alrededor”, dice Rubén Figueroa, coordinador del grupo de derechos humanos Sureste del Movimiento Migrante Mesoamericano. Además de caminar por nuevas rutas, algunos están tomando embarcaciones a lo largo de las costas del Pacífico y del Golfo. “Su razonamiento es simple, dice Ojalvo: ‘Si me quedo, me muero. Si voy, puedo morir’. Ellos eligen entre una muerte cierta y una posible”.

¿Por qué huyeron? De los aproximadamente 400 mil migrantes centroamericanos que ingresan a México cada año, la abrumadora mayoría planea llegar a EU. En alto porcentaje provienen de los países del Triángulo del Norte –Guatemala, Honduras y El Salvador–, que están entre los más pobres y violentos del mundo. Según el Banco Mundial, con datos de 2011, el 53.7 por ciento de los guatemaltecos vive en la pobreza, esto es, no cuentan con los recursos o habilidades para satisfacer sus necesidades diarias (el equivalente a 1.25 dólares por día, o 19.25 pesos mexicanos actuales). De acuerdo con cifras de 2013, el 29.6 por ciento de los salvadoreños vive en la pobreza, y a los hondureños les va peor, con un 64.5 por ciento que sufren esa condición. Además, estos países se ven afectados por los niveles inimaginables de violencia. Un informe de 2014 de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) reveló que Honduras tiene la tasa de homicidios más alta del mundo, El Salvador ocupa el cuarto y Guatemala el quinto. Gran parte de esta violencia proviene de las pandillas Mara 18 y Mara Salvatrucha (MS-13).

Ambas bandas iniciaron en Los Ángeles en la década de 1980. En 1996, Estados Unidos comenzó la deportación de pandilleros. “Cuando regresaron a casa”, dice Meyer de WOLA, “activaron sus pandillas en Centroamérica y comenzaron a reclutar más miembros”.

Eso es sólo un hilo de la enmarañada participación de Estados Unidos en el Triángulo del Norte, que se remonta a más de un siglo. “Intervenciones” notables incluyen un golpe de Estado apoyado por la Agencia Central de Inteligencia de EU (CIA) en Guatemala en 1954, un fuerte apoyo a los militares salvadoreños durante la guerra civil de 1980-1992 y el entrenamiento de una unidad del ejército hondureño implicada en el asesinato de civiles en la década de 1980. Estas acciones aumentaron la inestabilidad y la violencia en la región.

La mayoría de los migrantes que conocí estaban huyendo de pandillas. César Augusto Cruz, guatemalteco de 43 años de edad, dice que por ser un conductor de autobús, tenía que pagar cien quetzales (13 dólares) a la semana a la Mara 18.

“Para vivir en mi comunidad, uno tiene que pagar a las pandillas”, dice Jorge (que no quiso revelar su apellido), un migrante salvadoreño que ganaba 50 dólares semanales pintando edificios. “Si no, te matan. Tengo que pagar cinco dólares a la semana sólo para vivir en mi propia propiedad”. Jorge caminó 20 días para recorrer los 800 kilómetros que hay entre Ixtepec y La Patrona, Veracruz, 40 kilómetros por día. “Es como un maratón”, dice, “pero no hay premio al final”.

La extorsión no es la única forma en que las pandillas se aprovechan de la gente: También reclutan a la fuerza a los hombres jóvenes. Conocí a Herbert, un guatemalteco apacible de 17 años de edad, cuando él estaba con su familia en el refugio en Ixtepec. Su madre, presente durante la entrevista, no quiso que se mencionara su apellido.

Herbert estaba jugando al fútbol una tarde de enero en un parque cerca de su casa, cuando los miembros de una pandilla –él no especificó cuál– se acercaron. “Me dijeron que tenía que ir a la casa de un miembro de la banda y si no lo hacía, iban a matar a mi madre o a mi hermano”, relata. “Llegamos y el jefe me amenazó: ‘Si no te unes a nosotros, vamos a matar a toda tu familia’. Y dijo que regresaría mañana”. Herbert fue a su casa y le contó a sus padres lo que había sucedido. Ellos empacaron lo que pudieron y salieron ese mismo día, caminaron y tomaron autobuses a lo largo de México, con el objetivo de llegar a EU. En un tramo, la familia, incluido José, de ocho años de edad, caminó diez horas al día durante cuatro días seguidos.

A las afueras de La Reforma, un pequeño poblado de Oaxaca, la familia fue asaltada a punta de pistola. “Se llevaron todo nuestro dinero”, dice la madre de Herbert, Mónica. Eran 400 pesos (unos 26 dólares) y tuvieron que mendigar en la calle para pagar el autobús que los llevó al refugio. A pesar de todo, Mónica es optimista, piensa que van a llegar a la frontera de Estados Unidos. Dice que una amiga suya había llegado hasta allí y se entregó a las autoridades estadounidenses. Debido a que su amiga iba acompañada de sus dos hijos, le permitieron quedarse. Mónica planea hacer lo mismo. Si no la dejan permanecer en EU, entonces buscará asentarse en México. “No puedo regresar a Guatemala”, dice.

Además de huir de las pandillas, muchos migrantes escapan de los narcotraficantes. Tomás, un ex soldado hondureño que conocí en el refugio en Apizaco, estaba en un batallón que persiguió narcos. Durante una operación, alguien lo reconoció y avisó a los maleantes.

“Los narcos me estaban buscando a mí”, dice. “Ellos sabían dónde vivía y lo que hice”. Sabiendo que lo matarían si lo encontraban, renunció al ejército y a principios de enero dejó Honduras. Sabe que regresar es una sentencia de muerte. Cuando se le dijo que cada vez es más difícil de cruzar hacia Estados Unidos, contestó: “Prefiero estar en la cárcel que volver”.

Natalie Reyes es una de los pocos migrantes que conocí cuya decisión de dejar su país era principalmente económica. Ella es una chica de 22 años de edad, con grandes ojos oscuros y una sonrisa casi constante; también, con ocho meses de embarazo. Dejó Honduras cuatro meses atrás y ha financiado su viaje con la venta, en el camino, de pequeñas pulseras de tela y postizos de cabello. Dejó a su hijo de seis años de edad con su hermana, porque ella sabía que no podía ganar lo suficiente para mantener a dos hijos. “Si me hubiera quedado en Honduras”, dice, “nos moriríamos de hambre”.

Lo que Estados Unidos puede hacer. Defensores de los migrantes dicen que Estados Unidos podría cambiar la forma en que opera el Programa Frontera Sur. “El gobierno de EU ejerce una fuerte influencia en México, y tiene una obligación, ya que está proporcionando los fondos en millones de dólares cada año a México”, dice Diego Zavala, especialista de Amnistía Internacional EU en México.

Pero el Programa está en línea con las políticas de inmigración en Estados Unidos, México y los países centroamericanos, que han tendido a buscar formas punitivas para impedir que los indocumentados crucen la frontera de EU. Meyer, de WOLA, piensa que este es un enfoque equivocado. “Es necesario abordar las causas fundamentales de la migración… en términos de desarrollo económico”, dice ella, “pero también para hacer frente a la violencia generalizada que está motivando a miles de migrantes a abandonar sus hogares”.

En febrero, el presidente Obama propuso un paquete de ayuda de mil millones dólares para El Salvador, Guatemala y Honduras, que busca eso precisamente. Meyer dice que es un paso en la dirección correcta, y señaló que 80 por ciento está planteado para dedicarse a programas económicos y civiles, y no para operaciones militares o policiacas. Ella es optimista de que el paquete será aprobado por el Congreso, aunque la cantidad puede variar. Pero un documento de posicionamiento de WOLA advierte que el dinero debe ser “invertido sabiamente”, y no canalizarse por la vía de agencias y políticos corruptos, y que esto requerirá una mayor transparencia que en el pasado.

Hasta que las condiciones mejoren, dice Meyer, “la situación en América Central no debe abordarse como una crisis migratoria, sino como una crisis de refugiados”. De acuerdo con un informe de WOLA, de junio de 2014, muchos de los migrantes que huyen de la violencia deben ser elegibles para recibir asilo.

Las desigualdades y la violencia extrema que están presionando a la gente para que abandone América Central continúan sin cesar. Los defensores creen que el mismo número de migrantes continuará entrando a México para tratar de llegar a Estados Unidos. Y los migrantes son muy determinados. “Si van a matarme, que me maten en el camino”, dice Jorge, el migrante salvadoreño. “Sólo estoy tratando de lograr un futuro mejor para mi familia”.

*Este artículo fue publicado originalmente en In These Times, y fue financiado por
el Leonard C. Goodman Instituto for Investigative Reporting y la Puffin Fundation.

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