Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 14 de junio de 2015 Num: 1058

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

La caravana
Eduardo Thomas

La organización de
artistas e intelectuales:
¿tiempos coincidentes?

Sergio Gómez Montero

Ficción y realidad
de los personajes

Vilma Fuentes

Voltaire y el humor
de Zadig

Ricardo Guzmán Wolffer

Ramón López Velarde:
papeles inéditos

Marco Antonio Campos

Inauguración del
Museo del Estado

J.G. Zuno

La Música de la escritura
Ricardo Venegas

Columnas:
Tomar la Palabra
Agustín Ramos Aguilar
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 

Ana García Bergua

Tuberías narrativas

En estos días, mientras preparo una charla sobre la pertinencia de la narrativa y gracias a mis alumnos de Sogem, he estado leyendo dos libros de Vicente Leñero, cuya columna “Lo que sea de cada quién” en la Revista de la Universidad extraño mucho. Los libros que he estado leyendo ocupan distintos lugares dentro de la enorme obra de don Vicente como novelista, dramaturgo, narrador, periodista y todo aquello que fue en su prolífica trayectoria: estos libros son Asesinato y La gota de agua.

Asesinato es ciertamente una de sus novelas principales, si bien ya es muy difícil de conseguir. Cuenta de manera objetiva, un poco al estilo de Truman Capote, un crimen muy sonado a finales de los años setenta. No sé si los de mi generación y las anteriores recordarán aquellos titulares enormes de los periódicos que rezaban “Fue el nieto”. Se trataba del asesinato del político Gilberto Flores Muñoz y su esposa, la escritora Asunción Izquierdo, alias Ana Mairena. Asesinato nos deja ver toda la serie de descuidos, omisiones e ilegalidades en que se incurría (y bien sabemos que se incurre todavía) a la hora de armar un caso como aquel, en esos años en que Durazo era el jefe de la policía, ni más ni menos. También nos deja ver otra ciudad recorrida incansablemente por los actores del drama, otros pobres y otros ricos, los de entonces. El libro no es propiamente una novela: es un reordenamiento de documentos, historias, acciones, todos apegados estrictamente, se nos avisa, a lo que se asentó en actas o se dijo efectivamente. Es decir que Vicente Leñero no inventa, no hace ficción –de hecho, en la parte “novelada” del libro incluye versiones distintas de los actos, aclarando que éstas surgen de declaraciones sucesivas– y sin embargo, en el ordenamiento de los hechos, en la tensión que se mantiene todo el tiempo, en el hecho de poner el foco aquí o allá, alcanzamos a ver la mano maestra del narrador llamándonos la atención, conduciéndonos en el entreveramiento de imposturas y deformaciones de los hechos por parte de sus protagonistas, los policías, los abogados, los jueces, a algo que deja sospechar la verdad. Asesinato es una crónica periodística, sí, pero también una pieza narrativa de primer orden, llena de ecos: es una pieza literaria. ¿Es pertinente la narrativa aún? Desde luego. Y pienso también, como acotación, en el espléndido trabajo que Héctor de Mauleón, también periodista y narrador, realizó sobre el caso de Florence Cassez para la revista Nexos: una reconstrucción narrativa que revelaba las omisiones y deformaciones conducentes a que nunca supiéramos realmente la verdad.

Al contrario de Asesinato, cuyo tema es complejo, toca de entrada al aparato político y está lleno, como dicen, de aristas, La gota de agua, reeditada hace poco por el Fondo de Cultura Económica, narra un episodio doméstico en apariencia pequeño en la vida del escritor: un mes de escasez de agua en la colonia San Pedro de los Pinos, donde vivía la familia Leñero, en 1981. La operación literaria ejecutada en La gota de agua es similar a Asesinato: una revisión obsesiva, exhaustiva y ordenada de cada detalle, cada pequeño incidente. Uno va a la mitad del libro y de repente levanta la cara sorprendido de llevar horas y horas leyendo apasionadamente sobre la construcción de una cisterna, las dificultades con los tlapaleros, plomeros y adláteres, las circunstancias de la ciudad en aquella época (cuando San Pedro de los Pinos estaba “al final” de la urbe), los materiales adquiridos para resolver el problema, los jicarazos, las comidas sin agua y otros muchos detalles que suelen ser una pesadilla si se padecen, pero a nadie se le ocurre contarlos como novela. A Vicente Leñero –quien por cierto estudió la carrera de ingeniería con resultados medio desastrosos, que también relata en el libro– se le ocurrió hacerlo y con ello escribió un libro no sólo interesante de por sí, sino que su mirada entomológica se vuelve panorámica: ante nuestros ojos aparecen un México y una Ciudad de México muy distintos y complejos, lo cual sucede también, ya lo dije, en Asesinato. Quizá la narrativa y la plomería se relacionan de algún modo: hay tuberías ocultas, conexiones, historias que llegan y otras que se desechan, alta presión y caídas a chorro. Todo un mundo que recorre las paredes de los edificios y que sin él, no funcionarían. Se sostendrían en pie, tal vez, pero nadie podría habitarlos, como los lectores a los libros.