Opinión
Ver día anteriorLunes 8 de junio de 2015Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Aprender a morir

Libertad para elegir

A

sí como acudimos esperanzados o pesimistas a ejercer nuestro derecho al voto, aceptando de antemano que lo que va a ser va a ser, independientemente de nuestros anhelos, legítimas reivindicaciones y democráticas exigencias ocasionales, acompañadas de las etéreas promesas de los candidatos, también tenemos el derecho natural, todavía criminalizado por hipócritas legislaciones, a exigir cada quien, si así lo desea, una muerte digna, sin agonías, recursos tecnológicos tan inútiles como caros y médicos especuladores con un ego proporcional a sus honorarios.

A algunos lectores les pareció fuera de lugar que en este espacio esperáramos de uno que otro candidato propuestas menos verdes y más inteligentes, como el compromiso a legalizar la eutanasia y el suicidio asistido, legislar en serio en torno a la creciente contaminación visual y auditiva o crear estímulos económicos y oportunidades de estudio para parejas sin hijos.

Fue un intento por contrapesar la elementalidad generalizada de las propuestas de los aspirantes a un hueso y de recordar la demagógica sacralización de la vida –muérase trabajando o defendiendo a la patria, no por voluntad propia–, la nociva contaminación de imágenes y sonidos de elevado volumen en lugares públicos –si no le gusta, póngase cubreojos o cubreoídos–, y la asistencialista defensa de la natalidad a rajatabla de madres solteras incapaces de pensar por sí mismas –si te embarazas y te abandona tu pareja, mi partido te ayuda.

Pero la realidad no es la que nos venden candidatos y televisoras sino la que se impone a cada ciudadano y que sumada se vuelve crítica, aunque los inefables políticos no la vean así ni procuren actuar en consecuencia. En tanto el Estado sanea sus finanzas e incrementa la productividad, ¿qué capacidad real tiene para enfrentar, con calidad, los problemas de salud de la población y, dentro de ésta, de los viejos y, entre ellos, enfermos terminales? De estos últimos, ¿qué porcentaje quisiera, sin lograrlo, adelantar una muerte digna en vez de continuar con una agonía dolorosa, innecesaria, semiabandonada y costosa? Urgen pues políticas más concretas y maduras al respecto.

Mientras tanto, ante la incertidumbre de las circunstancias de la propia muerte, tranquiliza convencernos de que, al margen de las grandes lagunas legislativas, tenemos la opción, nunca la obligación, de elegir nuestro tiempo y forma de morir con dignidad y sin culpa.