Opinión
Ver día anteriorDomingo 7 de junio de 2015Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Todos tenemos un poco
E

ntiendo muy bien que, como ensayista, Adolfo Martínez Palomo se deje atraer y hasta seducir por el tema de la enfermedad y su relación con los grandes compositores, y aun que se pregunte si la creatividad está determinada por la enfermedad. Pero me intriga que, como hombre de ciencia, el autor se deje atraer y hasta seducir por el tema de la enfermedad y su relación con los grandes compositores.

Y me desconcierta por una razón. Mientras que un ensayista es libre de comentar el asunto que lo inquiete sin otra intención ni pretensión que la de comentarlo, un hombre de ciencia está sujeto a llegar a alguna conclusión que justifique su comentario. En su comentario, tanto el ensayista como el hombre de ciencia es libre de partir en la búsqueda de una explicación al asunto que lo ha atraído, pero, mientras el ensayista se complace en divagar, encuentre o no encuentre lo que salió a buscar, el hombre de ciencia debe dar con la meta de su empeño si es que va a darse por complacido de su búsqueda.

Leí de un tirón, y releí de dos, Músicos y medicina antes de preguntarme nada sobre su autor, Adolfo Martínez Palomo. Como de antemano sabía que él es un hombre de ciencia, me atrajo mayormente el subtítulo de su obra, Historias clínicas de grandes compositores, pues confiaba en que, tras la lectura del volumen, mi propia inclinación hacia el tema de la enfermedad como factor determinante en la creatividad se enriquecería con el conocimiento que ganara, o que el conocimiento de un hombre de ciencia, sobre un tema que a mí me atrae, aparte de complacerme, divagadora por naturaleza que soy, me iluminaría.

Y debo confesar que, si el libro ciertamente me ha iluminado y me ha complacido, su autor, Adolfo Martínez Palomo, me ha intrigado, pues no sé si escribió su obra como ensayista, es decir, dispuesto a divagar, sin pretender llegar a ningún lado, o como hombre de ciencia en busca de una conclusión, ya que, aun cuando está profundamente documentado en la historia clínica de los grandes compositores que estudia, no llega a contestarse si la enfermedad influye de manera comprobable en la creatividad o no. Me siento en terreno conocido al confirmar que un colega ensayista divaga contento en la incertidumbre, pero me inquieta que un hombre de ciencia divague en la incertidumbre, pues intuyo que contento no estará.

En otras palabras, si doy a Martínez Palomo la bienvenida al inquieto terreno de la incertidumbre, lo compadezco por haber ingresado en la incertidumbre, equipado como estaba para alcanzar la certeza en una respuesta a su duda central.

Eso que se llama creatividad no es exclusivo de eso que se llama artista, y eso que se llama artista no es exclusivo de los cultivadores de las bellas artes, porque eso que se llama bellas artes tiene fronteras cada vez menos definibles, precisamente porque eso que se llama creatividad no es exclusivo ni siquiera del hombre, si lo cuestionas, los sabios –aunque no sé qué tan racionales– inmediatamente te hablarán de Dios o, también con mayúscula, de la Naturaleza, y tus reflexiones tendrán que variar y ser otras.

Pero entre las verdades dolorosas que Martínez Palomo recoge en las historias clínicas de grandes compositores que conforman su fundamental Músicos y medicina, y las anécdotas divertidas que por fortuna irrumpen y colorean tanto dolor, la vida real que el autor pinta de una docena de compositores clásicos es una invitación amable al recogimiento y la reflexión, ya sea que lleguemos a alguna certidumbre de algo o ya sea que sigamos en la incertidumbre de todo.

Por estas historias de Martínez Palomo me entero de que la cirugía de cataratas que dejó ciego a Bach al final de su vida tuvo lugar en la cocina de un restaurante improvisada como quirófano; o de que en su testamento Beethoven escribió: Qué humillante ha sido cuando alguien junto a mí (...) oyó cantar a unos pastores y yo no oí nada... sólo un poco más y hubiera terminado con mi vida. Es el arte, y sólo el arte, lo que me detuvo, porque me pareció imposible dejar este mundo antes de lograr todo aquello de lo que me siento capaz; o de que fueron unos pescadores quienes frustraron dos intentos de suicidio de Schumann; o de cómo un patrono de Mozart se convenció de que éste era un niño y no un adulto enano cuando apareció un gato y Mozart interrumpió su ejecución para lanzarse a perseguirlo.