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Comicios en riesgo
El narco, telón de fondo de los desaparecidos en Chilapa

Fuerzas federales y estatales retoman el control del lugar

Pobladores expulsaron a la Gendarmería por presuntos vínculos con delincuentes

Versión de que Los Ardillos trasiegan droga desde hace medio siglo

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Civiles armados recorren la ciudad el 10 de mayo pasado, después de haber irrumpido en la cabecera municipal de Chilapa, GuerreroFoto Javier Verdín
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Familiares de desaparecidos acudieron ayer al restaurante Casa Pilla, en Chilapa, para exigir justiciaFoto Sergio Ocampo
Corresponsal
Periódico La Jornada
Domingo 31 de mayo de 2015, p. 2

Chilapa, Gro.

A una semana de las elecciones en Guerrero, en Chilapa cientos de elementos del Ejército y policías federales y estatales retomaron el control de la ciudad, después de que los ciudadanos literalmente corrieron a la Gendarmería Nacional, pues la acusaron de estar aliada con grupos de la delincuencia organizada al no intervenir cuando levantaron al menos a 30 ciudadanos del 9 al 14 de mayo.

¿Qué pasa en Chilapa?, se pregunta la mayoría de los ciudadanos de este municipio, enclavado en la zona indígena nahua. Pocos se atreven a decir que lo que está en juego es el trasiego de droga, amapola, mariguana y goma de opio, por citar algunas.

Entramado geográfico

Chilapa forma parte de la zona montañosa que viene desde Ayutla de los Libres, en la Costa Chica, y pasa por Quechultenango, en la zona Centro, va a la Montaña Baja, es decir, a Chilapa, Ahuacuotzingo, y un poco más abajo con Tixtla, pero que vuelve a la parte alta con los municipios de Cochoapa (el más pobre de América Latina), Acatepec, Zapotitlán Tablas y hasta Olinalá, la tierra de Nestora Salgado, la comandanta de la CRAC-PC, quien por enfrentar a Los Rojos, el ex gobernador Ángel Aguirre Rivero la encarceló.

En esta zona de la Montaña Baja la mayoría de los caminos son de terracería. Chilapa se conecta con los municipios de Tixtla, Quechultenango, en la región Centro, y con el municipio de Acatepec, en la Montaña. Pasa la carretera federal que lleva a Tlapa y de ahí a Puebla.

Ahuacoutzingo se comunica con Copalillo, en la región Norte, y con Olinalá, en la Montaña. De Olinalá se puede llegar a la caseta de Paso Morelos, de la Autopista del Sol México-Acapulco, y de ahí al estado de Morelos y a la ciudad de México.

El municipio de Zitlala limita con Apango, en la región Centro, y con Copalillo en la región Norte. El de José Joaquín Herrera colinda con Quechultenango, en la parte alta de ambos municipios, y con el de Acatepec.

El municipio de Atlixtac colinda con los de Tlapa, Zapotitlán Tablas y Acatepec, todos en la región de la Montaña Alta.

En esta vasta región se cultiva la amapola y la mariguana, de ahí el problema, y el resurgimiento de la violencia, que llegó hasta el vecino estado de Morelos, una de las plazas de Los Rojos, según autoridades federales.

Hasta hace unos tres años, según los gobiernos federal y estatal, son los grupos Los Ardillos y Los Rojos, que antes eran, en general, parte de la estructura del cártel de los Beltrán Leyva, pero que a la muerte de Arturo Beltrán se dividieron, los que se disputan el control de la región.

Sin embargo, se menciona que Los Ardillos ya venían operando desde hace casi 50 años, siempre en la siembra y trasiego de la droga, nunca en la pelea por las plazas, como sucede ahora. Y que Los Rojos, con otros membretes, también lo hacían desde hace más de 10 años. Este grupo, sí, ganando plazas como lo hicieron desde Chilpancingo, Heliodoro Castillo, Tixtla, Ahuacuotzingo y Chilapa, por mencionar algunos municipios.

Ejemplo claro de la línea que ha seguido el grupo de Los Rojos, en cuanto a pelear por las plazas con grupos rivales, es la disputa que mantienen con Los guerreros unidos, que de manera indirecta provocó el conflicto por la desaparición de 43 estudiantes de la normal rural de Ayotzinapa.

Antes de que la cabecera municipal de Chilapa se convirtiera en el centro de la disputa entre Los Rojos y Los Ardillos, la violencia se había apoderado de comunidades indígenas como Ayahualulco, Atzacoaloya, San Ángel, Xiloxuchican y El Paraíso, presuntamente bajo la influencia de Los Ardillos; y por el otro lado la violencia llegó a las comunidades de Tlantempanaca, municipio de Zitlala, vecino de Chilapa, y La Esperanza, en Tlapehuala, controlado por Los Rojos. Se empezó la guerra por dominar la zona y el trasiego de la droga, y aparecieron las ejecuciones, los levantones, cobros de piso y extorsiones.

Existen varias versiones sobre el inicio del pleito entre Los Ardillos y Los Rojos. Una menciona que estos últimos se metieron a Ayahualulco, pueblo de artesanos donde empezaron a ejecutar gente y a cobrar piso. Otra versión dice que en una ocasión un joven se encontraba por Quechultenango, zona de influencia de Los Ardillos, y ya pasado de copas empezó a hacer desmanes. Ya no regresó a Chilapa.

Lo cierto es que el 7 y 8 de junio del año pasado se suscitaron los primeros enfrentamientos a tiros entre los dos grupos, cuando Los Ardillos, a bordo de más de 10 camionetas, incursionaron en Chilapa en busca de los líderes de Los Rojos y cerraron los accesos a esta cabecera. Hubo al menos siete muertos en total.

El 8 de julio pasado hubo balaceras en todo Chilapa, lo mismo que en las comunidades de El Paraíso, Santa Ana, sobre la carretera hacia el municipio de Zi­tlala; además del bulevar Eucaria Apreza, la principal avenida de la ciudad.

Reportes oficiales afirmaron que murieron seis personas, dos civiles resultaron heridos y un taxista asesinado, no hubo ­detenidos.

La incursión de 500 indígenas

La incursión a Chilapa, del 9 al 14 de mayo, de unos 500 indígenas armados provenientes de 55 pueblos, en algunos casos encabezados por los comisarios municipales y ejidales, e incluso por los viejos de los pueblos, dejó una estela de odio y violencia.

Los comisarios demandaban la presentación con vida de 30 conciudadanos. Sin embargo, los de Chilapa afirman que cuando se fueron se llevaron a 30 personas, que son las que presuntamente están investigando las autoridades federales y estatales.

Se puede observar, a cualquier hora del día, en el zócalo de Chilapa, a mujeres y hombres que esperan noticias de sus hijos, esposos o hermanos desaparecidos. Hasta el momento no hay resultados de las reuniones que han sostenido con funcionarios de los tres niveles de gobierno.

Una de ellas, Delfina Díaz Navarro, demanda desde el pasado 26 de noviembre la presentación con vida de sus hermanos Alejandrino y Hugo, de 45 y 33 años, levantados por un grupo delincuencial; la cifra de desaparecidos en Chilapa podría superar los 200 de dos años a la fecha.

Los de la cabecera municipal de plano acusan a Los Ardillos de llevarse a sus hijos y los de los pueblos que se denominan policías comunitarios dicen que Los Rojos también les desaparecieron a 30 y presentan nombres.

Una cosa es cierta: nada es igual desde el 9 de mayo, cuando algunos comisarios, sobre todo uno que hasta pidió que le dijeran comandante, haciendo eco a la demanda de Los Ardillos, decían abiertamente que buscabana a su líder, Zenen Nava Sánchez, El Chaparro.

Y justificó: estamos acá porque perdimos a un hermano, a un padre, a un hijo, a una esposa.

En respuesta, el testimonio de Carmen Abarca, quien la tarde del martes 12 de mayo vio por última vez a Jorge Jaimes Abarca, de 18 años, su hijo menor, cuando le llevó tortillas al puesto donde vende tacos, y que tenía apenas 10 días trabajando en la tortillería Tres Hermanos y antes como repartidor de pizzas.

“No queremos narcoelecciones”

Cuenta Carmen que Jorge se juntó hace dos años con una joven con la que tiene un niño: la última vez que lo vi no hablamos de nada especial, sólo le entregué las tortillas, y luego él se retiró. Ese día lo esperé hasta las 8 de la noche, le llamé a su celular pero nunca me contestó.

Como éste hay varios testimonios de hechos ocurridos en ese lapso sin que se sepa de su paradero.

Los familiares de los desaparecidos no saben todavía si permitirán la instalación de casillas en las elecciones del próximo domingo 7 de junio, al menos este sábado, mediante una pancarta, le dicen a la nación: “En Chilapa no queremos narcoelecciones, queremos a nuestros hijos vivos”.