16 de mayo de 2015     Número 92

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

Cuentos pulqueros

El milagroso alacrán

Humberto Vallejo 
Humvalguz.wix.com/miscuentos

Se le llama “alacrán” a la figura que se forma en el suelo,
al tirar los residuos de pulque que quedan en el vaso.

B. Orihuela

La pulquería estaba medio vacía; los pocos parroquianos que a esa hora degustaban el rico neutle no daban la apariencia de estar señalados para ser protagonistas de ninguna historia extraordinaria.

El ambiente era absolutamente normal; nadie hubiera podido adivinar que estaba próximo un acontecimiento muy raro, tanto, que haría que a los presentes más sensibles se les humedecieran los ojos de la pura emoción.

El aserrín del suelo acababa de ser renovado por don Canuto, y se antojaba como una hoja limpia en la cual se pudieran escribir con el dedo las leperadas más altisonantes o las frases más sin sentido que se les ocurriera a los ya obnubilados parroquianos.

Don Lupillo, asiduo asistente a ese lugar, estaba a punto de terminarse su tercer tornillo de curado de piñón, apurado por don Eutiquio, que ya se había terminado el cuarto en su cuenta, y que lo colocaba en ventaja ante su compadre.

-¡Órale compadre, te me estás quedando atrás, creo que ya te saco dos de ventaja!

-Momento, que no son carreras, además acuérdate que dejé sola a mi hija en el puesto, y no me quiero tardar mucho porque la muy mensa no sabe hacer bien las cuentas, y luego se la llevan al baile con la lana.


ILUSTRACIÓN: Alexander von Humboldt

A pesar de que don Canuto les tenía prohibido hacer el “alacrancito”, porque, según decía, le salía muy caro el aserrín para andar ocultando sus porquerías, don Lupillo se dispuso a hacer el suyo a manera de despedida. Se echó para atrás para tomar vuelo, y haciendo una extraña parábola en el aire con su tornillo, arrojó al suelo el sobrante de pulque. De inmediato don Canuto salió del mostrador con la intención de reclamar a don Lupillo, pero se detuvo al notar el extraño silencio que se había adueñado de su humilde changarro.

En lugar de la figura que generalmente se forma con el sobrante de neutle sobre el aserrín, apareció una muy diferente, una figura humana con un manto en la cabeza, que recordaba a primer golpe de vista la entrañable imagen de la virgen.

Todos los presentes estaban mudos de asombro; algunos porque el resultado era algo fuera de lo común, muy independiente de lo que pareciera, y los más, porque de verdad empezaban a sentir que estaban ante un milagro.

Don Canuto miraba fijamente a don Lupillo, y éste miraba con asombro al suelo, mientras todos los demás se miraban nerviosamente entre sí.

-¡Milagro, milagro! -gritó don Eutiquio, mientras abrazaba emocionado a su compadre-. Hay que avisarle al señor cura... ¡Melitón, jálate por el padrecito, dile que es muy urgente... órale güey!

Melitón, el jicarero, saltó la barra, se quitó el delantal y salió corriendo. Alguien bajó de su altarcito la imagen de la virgen para poder compararla con la que estaba en el suelo.

Todos se arremolinaban para ver de cerca las imágenes y todos tenían alguna opinión autorizada respecto a cada uno de los detalles que aparecían en el cuadro, y que supuestamente coincidían con la que estaba formada en el aserrín. Algunos más aventurados comenzaron a redefinir algunos rasgos con los sobrantes de los tornillos que estaban en espera de ser lavados, y otros prácticamente dibujaban con los dedos mojados en pulmón aquellas zonas que faltaban.


FOTO: Southern Methodist University

Al poco rato, la obra estaba terminada.

Cuando apareció el padre por la puerta, no faltaba ningún detalle: las manos, el rostro, las ondulaciones de la vestimenta, las mangas, los rayos y hasta el angelito con la luna que carga a la virgen estaban plasmados con toda la perfección posible, a juzgar por lo rudimentario de los elementos utilizados.

El padre Anselmo se abrió paso entre los presentes y quedó colocado frente a la imagen que, ya terminada, medía aproximadamente un metro y medio de largo. Se colocó los anteojos, caminó en torno de ella, se agachó para apreciar más de cerca todos los detalles; miró atentamente a todos los presentes, quienes anhelantes esperaban escuchar su veredicto. Caminó hacia la puerta, y desde ahí les dijo: “Para estar tan borrachos, les quedó muy bien”. Y se retiró.

Durante un buen rato, el silencio se adueñó del lugar, hasta que la llegada de nuevos clientes y vendedores de baratijas lo rompieron poco a poco, y la normalidad se comenzó a abrir paso; un cilindrero con su música vino a coronar de cotidianidad el ambiente.

Los que se tenían que ir se fueron, entre ellos don Lupillo. Los que tenían qué llegar, llegaron, y don Canuto decidió barrer el aserrín, fastidiado por las preguntas de los recién llegados.

“Creo que es mejor así”, comentó don Canuto a Melitón. “Si se hubiera corrido la voz, a lo mejor me hubieran querido poner aquí un nicho, y a lo mejor hasta me cierran la pulcata, porque dirían que no es un lugar apropiado para la virgencita”.

Don Canuto se metió al mostrador, sacó un pliego de cartulina verde fluorescente, y escribió con grandes letras negras:

“QEDA ESTRITAMENTE PROIVIDO ASER ALAKRANZITOS. ATENTEMENTE, LA JERENSIA”.


Rafael López Castillo, presente en la pulquería La Victoria FOTO: Lourdes Rudiño

Vito el Violinista

(Extracto del cuento)
Rafael López Castillo

(…)

Después de un tiempo de camino, Vito llegó a la Ciudad de México. Había caminado a través de la sierra hasta los minerales de Real del Monte, donde se las ingenió para colarse al tren de carga que iba para la capital. Durante el trayecto le tocó encarnar sus propios misterios y presagios.

Agobiado por el hambre y el cansancio, algo que conocía bien, Vito tomaba su violín y le extraía sonidos tristes que mitigaban la monotonía del avance y le hacían olvidarse de las ganas de comer. Después de tocar un buen rato, se quedó dormido.

Todavía pulsaba las cuerdas del violín cuando se despertó y vio a su lado un jarro lleno con un líquido blanco y unas tortillas con nopales frescos encima. Como siempre que le pasaban esas cosas extrañas, pensó que estaba soñando, así que se dispuso a beber del jarro. La frescura del líquido y su sabor agridulce le supieron bien a Vito, que nunca había probado algo así, ni en sueños ni despierto.

“Es pulque”, escuchó a la derecha de donde se había acurrucado, entre cajas y costales de carga. Vito, acostumbrado a actuar en sus sueños, se volvió a donde la voz y vio a un hombre de aspecto cansado, pelo blanco, con barba y bigote encanecidos. La voz del hombre aclaró la percepción del violinista, que de repente se dio cuenta de que no estaba soñando, sino en verdad estaba viajando en ese tren y bebiendo de ese jarro.

“No estás soñando, ahorita andas bien despierto y será mejor que también comas”, dijo el hombre, mientras le envolvía un pedazo de nopal en una tortilla. “Si no te comes los nopales y las tortillas vas a vomitar todo el pulque y eso sí sería un desperdicio”.

Vito comió los nopales y las tortillas con mucho entusiasmo y terminó el contenido del jarro. Se sentía eufórico; agradeció al hombre el haberle proporcionado de comer y de beber, se disculpó por no tener con qué pagarle eso, pero a cambio le podría tocar alguna melodía en agradecimiento, si a él le parecía. El hombre soltó una risa y de buena gana aceptó el trato.

Vito tomó el violín y le tocó alguna música festiva. Mientras tocaba, sentía de repente que estaba soñando y luego se daba cuenta de que estaba despierto, en algún momento llegó a percibir las dos sensaciones al mismo tiempo. Cuando terminó de tocar, el hombre le ofreció otro jarro con eso que llamó pulque y que a Vito le había parecido delicioso. Vito volvió a beber del jarro y una sensación festiva llenó todo su ser; la euforia le hizo tomar de nuevo el violín y tocar y tocar, sin prisas y sin preocupaciones. No supo cuánto más tocó y bebió de aquel néctar prodigioso. Sólo supo de sí cuando lo despertó el ruido que hacían unos hombres al mover aquellas cajas de carga donde se había quedado dormido.

Vito se despertó, y acostado como estaba, empezó a estirar sus piernas y brazos hasta hacer crujir los huesos. De inmediato recordó al hombre de cabello blanco que le había dado de comer y de beber, pero ya no estaba. Con calma, Vito se levantó y alisándose el pelo y componiendo la figura, salió de entre las cajas pasando junto a los hombres que movían las cajas para descargarlas del vagón del tren; éstos ni siquiera voltearon a mirarlo, por lo que veloz y silencioso, se escabulló de entre los parios de carga del ferrocarril y entonces comenzó el camino de Vito en la ciudad grande.

(…)

Vito esperó pacientemente hasta que, al caer la tarde, el estruendo de un cohetón alborotó a las palomas que revolotearon asustadas. Volteó a sus espaldas buscando de dónde había salido el proyectil, y una fachada colorida con un extraño anuncio atrapó su atención:

PULQUERÍA SALSIPUEDES

Sin pensarlo, un momento Vito se incorporó de la banca y con paso decidido enfiló hacia la pulquería Salsipuedes que se encontraba a sus espaldas, sobre una callecita que desembocaba en la plaza, a contra-esquina de la iglesia. Vito sonreía para sí mismo, era el augurio que esperaba. Llegó hasta la puerta amarilla, cuyo movimiento constante invitaba a pasar al interior; adentro se oía un enorme bullicio. Antes de franquear la entrada, Vito volvió a mirar el llamativo anuncio colocado al frente del establecimiento. Empujó la puerta y ya estaba adentro de aquel enorme salón lleno de gente bebiendo en vasos grandes, platicando y riendo animadamente. Se acercó a una barra hecha de ladrillos donde reposaban varias tinas de madera pintadas de rojo, verde, amarillo, anaranjado, color de rosa, blanco…

Unos hombres sacaban de las tinas el líquido y lo servían en vasos grandes de vidrio grueso y caprichosas figuras. Vito pidió un vaso de la tina roja; el hombre que le sirvió lo miró con curiosidad. Vito Bebía lentamente del vaso rebosante de color rojo. “Sabe a jitomate”, pensó y paladeó el exquisito néctar.

(…) 


Los dioses del pulque en la cultura mexica

Blanca Alejandra Velasco Pegueros Colectivo Pulquimia

La antigüedad de más de mil años del pulque le ha permitido estar presente en toda la historia del México central, desde su génesis mítica en la época prehispánica, su desacralización y consumo generalizado en la Colonia, hasta su declive después de la Revolución y la fuerte persecución de que fue objeto en la consolidación del México “moderno”.

Los mexicas, dentro de su complejo sistema ritual y religioso, fueron una de las culturas que más admiración y respeto profesaron a la planta y a la bebida, otorgándoles un origen mítico y divinizándolos. Debido a la trascendencia que los mexicas atribuyeron a la planta, a la bebida y al aprovechamiento que obtuvieron de ambas, Oswaldo Gonçalvez de Lima en su libro El maguey y el pulque en los códices mexicanos (1956) se refiere a este grupo como la “civilización del maguey”.

El origen del maguey, según la mitología mexica, está asociado a Mayahuel (del náhuatl Meyahuel, en el centro de o en el ombligo del maguey), quien era una estrella de la constelación de las Tzizimime. Según este mito, los dioses se preguntaban qué hacer para alegrar a los humanos. Quetzalcóatl subió al cielo a buscar a Mayahuel, quien dormía al lado de sus hermanas y su abuela, la gran Tzizimitl. La despertó y la convenció de ir con él a la Tierra. La abuela, enfurecida, fue junto a las Tzizimine en busca de Mayahuel. Cuando ésta y Quetzalcóatl se dieron cuenta de que eran perseguidos, llegaron a la Tierra y se fundieron en un árbol de dos ramas. Las Tzizimine los encontraron y cayeron sobre el árbol, partiéndolo en dos. La abuela arrancó la rama que era de Mayahuel, se la dio a sus hermanas para que la devoraran y regresaron al cielo. Cuando Quetzalcóatl volvió a su forma humana, recogió los restos de Mayahuel y los enterró, brotando así el primer maguey.

Mayahuel se convirtió así en la diosa del maguey y el pulque, madre y regente de los Cenzontotochtin, los 400 conejos o los innumerables dioses del pulque. Pátecatl era uno de ellos y se le atribuye haber descubierto las raíces para fermentar el aguamiel: “(…) y el que halló primero las raíces que echan en la miel se llamaba Pantécatl. Y los autores del arte de saber hacer el pulcre, así como se hace ahora se decían Tepuztécatl, Quatlapanqui, Tiloa, Papaztactzocaca, todos los cuales inventaron la manera de hacer el pulcre en el monte llamado Chichinahuia y porque el dicho vino hace espuma también llamaron al monte Popoznaltépetl” (Fray Bernardino de Sahagún, Historia General de las cosas de Nueva España, octava edición, Editorial Porrúa, México, 1992; p. 612).

Los Cenzontotochtin, los 400 conejos o los innumerables dioses del pulque, son hijos de Mayahuel, a quienes alimenta con sus pechos y quienes, a su vez, representaban un nivel de fermentación y estado de embriaguez diferente. El conejo, relacionado con la luna y la borrachera, era uno de los días del xiupohualli (ciclo mexica de 52 años) ycomo tal tenía su destino, su tonalli, y se creía que quien nacía en un día tochtli (conejo) sería borracho toda su vida, ese sería, pues, su destino. Los 400 conejos representaban también las múltiples formas en que el pulque podía adueñarse del espíritu de quien lo tomaba; así, podía aparecer el conejo melancólico, el triste o el cantador, entre una infinidad de estados que el octli podría inducir. Aunque en la época prehispánica estaba prohibido embriagarse, es decir, tomar más de cinco jícaras de pulque, quienes habían nacido en un día tochtli no eran castigados pues su destino era la embriaguez.

Ometochtli fue el dios más importante de los Cenzontotochtin, “el pulque mismo”, quien representaba las diferentes maneras de embriaguez y los diversos pulques. Era, también, una de las fechas del xiupohualli, en la que se realizaba la fiesta más importante del pulque y en donde todos podían beber, incluidos los macehuales, pues en la época prehispánica el pulque sólo era bebido por sacerdotes y gobernantes, así como por los guerreros, quienes podían tomar la bebida antes de entrar a la guerra, sobre todo en la guerra florida, en la cual era un honor morir. El pulque era considerado sagrado, así que la restricción sólo excluía a las personas de alto rango, a las mujeres lactando y a los ancianos.

Debido a la trascendencia del pulque, los dioses pulqueros eran generalmente invitados a las fiestas de las veintenas, específicamente en las de siembra y cosecha, en las que se ofrendaba el licor sagrado y en las que, también, se permitía beberlo a toda la población. Sin embargo, la invasión de los españoles impactó fuertemente en la relación de los nativos con la bebida: el pulque se convirtió en el “licor de los vencidos” y empezó a beberse sin restricciones, alejándose por completo de su contexto religioso. A pesar de ello, el maguey y el pulque siguen siendo dos elementos importantes para algunos pueblos originarios como los nahuas y los nñahñus, quienes continúan bebiéndolo y ofrendando la bebida en algunas festividades religiosas, y son, sobre todo, una planta maravillosa y un “líquido vital” que son alimento y medicina y que históricamente han brindado “techo, comida y sustento”.

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