Opinión
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De la Gran Guerra Patria
¿Q

ué hacer con las efemérides? ¿Tratarlas con epifanías de almanaque, o revisarlas críticamente para saber dónde estamos parados? Junto con el 70 aniversario de la rendición de la Alemania nazi, otras fechas redondas (curiosamente emparentadas) tuvieron o tendrán lugar en lo que resta del año.

Echémosles un ojo:

90 años del día en que Hitler anunció en Múnich la conquista del poder sin que nadie, con excepción de Kafka (¡y tres años antes!), le creyera.

80 de las grandes purgas de bolcheviques en Moscú, fenómeno que para un reciclado propagandista de Así se templó el acero sería asignatura pendiente en la izquierda (sic), aunque haya sido ampliamente investigado por las izquierdas.

60 del Movimiento de Países No Alineados, que nunca pudo dejar de estar alineado.

50 del Concilio de la esperanza (Vaticano II), que estremeció a las derechas conservadoras y confundió a las izquierdas liberales.

40 de la victoria del heroico pueblo de Vietnam, país que hoy realiza maniobras navales conjuntas con el agresor que nunca pidió perdón.

30 años de la elección de Mijail Gorbachov como jefe del Partido Comunista de la Unión Soviética, y de la primera franquicia de las 450 de McDonald’s que operan en territorio ruso.

Los intelectuales neoliberales responden: “bah… historia de bronce”. ¿De veras? En Moscú, a 24 horas de la magna celebración antifascista, Vladimir Putin y Angela Merkel se enfrascaron en torno a la interpretación del pacto de no agresión suscrito por Hitler y Stalin en 1939. La señora dijo que el pacto fue ilegítimo, y el nuevo zar de todas las Rusias lo calificó de inevitable. Qué bien.

Por consiguiente, seguirá siendo cosa de Ripley el modo en que los gobernantes tienen para engañar… y conseguir que nos engañemos. Norma que, faltaba más, encierra sus contradicciones. Pues de su lugar en el ajedrez político mundial, jugarán con mayor o menor responsabilidad frente a sus pueblos.

La Gran Guerra Patria… ¿convalidación, o punto final de lo que dio en llamarse marxismo soviético (o marxismo-leninismo), flamígera tergiversación del pensamiento de Marx y Lenin que Stalin hizo a un lado durante la guerra y luego de la victoria rescató de sus escombros?

Si la primera hipótesis fuera válida, otra habría sido la suerte del mundo. Pero ya en 1935 el séptimo Congreso del Komintern había proclamado que la lucha de clases debía sustituirse por la lucha nación contra nación. Y que todo lo que pudiera debilitar la unidad de las naciones y su integridad, como la lucha social, debía ser postergado.

El nacionalismo, que para Lenin representaba un mero valor táctico, tomó con Stalin valor intrínseco. Y así, a partir de 1936, Stalin mandó al otro mundo a los que, justamente, venían luchando desde 1917 contra el chovinismo gran ruso. ¿Cuánto de realpolitk hubo en aquellas medidas que hasta hoy se califican confusamente de erróneas, sin pormenorizar en un calificativo que no por justo debería llevar a revisar toda una concepción de las cosas?

En el prólogo al ensayo de Henri Lefebvre El nacionalismo contra las naciones (1937), Paul Nizan apuntó que las amenazas que el fascismo hacía pesar sobre los pueblos obligaban a recuperar la posesión de la nación. Por lo que “…la revolución mundial, bajo el peso de múltiples justificaciones teóricas, cedía paso al sentido nacional que, en esta ocasión, ya no desemboca en un internacionalismo proletario” (Helene Carrere, 1965).

El 3 de julio de 1941, exhumando santos y generales de la legendaria historia de Rusia, Stalin se dirigió al pueblo con términos nada leninistas: madre patria, hermanos, hermanas… Luego suprimió a los comisarios políticos del partido, reintrodujo las charreteras y abolió la emulación socialista en el ejército, rehabilitó a la Iglesia ortodoxa, cambió La Internacional por un nuevo himno nacional (más patriótico), y disolvió el siniestro Komintern (1919-43).

¡Muerte al invasor alemán! ¿Podía ser de otro modo? Afortunadamente, no. Y a diferencia de lo planteado por Marx, resultó que obreros, campesinos, estudiantes, pueblos y naciones sí tenían patria, espíritu, alma, orgullo nacional. Conclusión: hay que leer la valiosa biografía de Stalin, de Isaac Deutscher. Pero con honestidad, y sin glosarla pour le galerie.

La Gran Guerra Patria fue un referente simbólico en las luchas del mundo colonial: nacionalismo defensivo y patriótico versus nacionalismo imperialista y de conquista. Sin embargo, decir que “…los populismos latinoamericanos de aquella época hu­bieran sido imposibles de haber sido derrotada la URSS”, equivale a incurrir en oportunismo y mentiras.

Habrá entonces que ver si los que confunden denuncia del imperialismo con batalla de ideas no añoran, soterradamente, volver a la época de aquel Komintern que obligaba a morderse la lengua para no caer en apostasía ideológica.

Quizá lo realmente interesante hubiera sido que Putin y Merkel revisaran las causas que llevaron al ilegítimo o inevitable pacto de marras. Olvídese: a pesar de la derrota militar, las fuerzas que engendraron a Hitler gozan de buena salud. Porque de Venezuela a Palestina, de Ayotzinapa a San Quintín y los territorios del llamado Estado Islámico, aquella guerra mundial que fue continuación de la primera se impulsa hoy con otros métodos y recursos.