Opinión
Ver día anteriorDomingo 10 de mayo de 2015Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
¿La Fiesta en Paz?

Tongos y toros, desviaciones riesgosas

Ecos y flecos de Agüitas

Foto
Memorable triunfo del rejoneador mexicano Emiliano Gamero, que cortó el rabo a un bravo toro de Fernando de la Mora en la feria de Aguascalientes, luego de que un inoportuno retén retrasó su cuadraFoto tomada de Internet
T

ongo es una especie de tango chafa, sin la intensidad emocional ni riqueza melódico-literaria de muchos de éstos, sino engaño, simulación, trampa realizada en encuentros deportivos en general y boxísticos en particular, en que uno de los contendientes se deja ganar por poderosas razones para el esquema de intereses económicos en juego. Como en el resto de las actividades humanas posmodernas, el boxeo y la tauromaquia también han ido cediendo su esencia a las utilidades fáciles, en un mercantilismo que antepone la mercadotecnia a la verdad dramática de la función.

El reciente encuentro boxístico en la arena de un hotel de Las Vegas, fue anunciada como la pelea del siglo y la más lucrativa de todos los tiempos, tanto para los contendientes –80 y 120 millones de dólares– como para manejadores, patrocinadores, anunciantes, medios, hoteles, comisiones, organizaciones y consejos mundiales, con fuerte despliegue promocional, elevados costos de localidades y asistencia de varios astros de la pantalla –¿pagando o de cortesía?–, sólo para convertir el hollywoodense evento en otro tedioso churro, como los que a diario padece el planeta. Por cierto, en México la pelea se vio en tv abierta, seguramente para atenuar las múltiples crisis que aquejan al país y no como impensable rasgo generoso de las televisoras.

El aficionado serio al box no esperaba nada de esta pelea, sustentada en los grandes negocios más que en las expectativas de ver a un peleador netamente defensivo-elusivo contra uno luchón-ofensivo, que a lo largo de doce rounds no pudieron mostrar el arte de la defensa y del ataque sino una grotesca representación sin honor, caricatura del espíritu de combate exhibido, por ejemplo, por el campeón mexicano Juan Manuel Márquez, cuando con la nariz rota noqueó al filipino Pacquiao, mandándolo en camilla a su vestidor. A la reciente mascarada pugilística seguirán las declaraciones, cirugías, justificaciones y eventual revancha, para que nuevamente unos hagan negocios y otros hagan como que se emocionan.

Algo muy parecido ocurre con la industria de la tauromaquia en los países donde todavía subsiste bajo la globalización taurina de España, cuya creciente expansión ha sido inversamente proporcional a la generación de figuras con imán de taquilla en las respectivas naciones –México, Francia, Portugal, Colombia, Venezuela, Perú y Ecuador–, instaladas en un neoliberalismo taurino tan nocivo como el económico, que acata la consigna de importar en vez de producir.

¿Cuántas figuras de corte internacional y con verdadero imán de taquilla tienen esos países? Unas cuantas España, una Francia y pare usted de contar, ambos y Portugal con apoyo de sus respectivos gobiernos. ¿México no tiene figuras con estándares internacionales? Las tiene pero en potencia, ya que la indiferencia gubernamental y la falta de concepto y los criterios importadores del duopolio que controla la fiesta de toros en nuestro país no se interesan en producir figuras locales taquilleras, enfrentando a buenos toreros entre sí y con el auténtico toro, capaces de convertirse en ídolos y de cotizarse en los mercados internacionales. Ridículo entonces invocar una identidad taurina sustentada en exponentes importados.

Coro de halagos más o menos coberos y disonantes se escuchan cada año con motivo de la Feria Nacional de San Marcos, en la ciudad de Aguascalientes, convertida en momentáneo epicentro mundial de la tauromaquia, con una fuerte derrama económica –casi como el chou boxístico de Las Vegas, pero en pesos– gracias a la presencia de figuras españolas –Morante, Talavante y Hermosante, apoderados por la empresa de Bailleres, y José Tomás, El Juli, Rivera Ordóñez y Luque– en desiguales combinaciones y encierros de discreta presencia y escasa bravura, como ya es costumbre en ferias y temporadas del país, salvo confirmadoras excepciones, oportunamente maquilladas por publicronistas y positivistas falsos. El público feriante hace acto de presencia; la grandeza de la tauromaquia, apenas.

En este sentido, la reaparición de José Tomás a cinco años de que casi pierde la vida en ese mismo escenario fue sin duda lo que provocó la mayor expectación, no obstante el desalmado cartel que el singular diestro aprobó: un mano a mano con Zotoluco, con casi tres décadas de alternativa, sobrado de técnica pero limitado de estética y expresión y convertido en primera figura por méritos propios y por un sistema taurino abyecto. La faena del solitario torero español al bien armado cierraplaza Oye Poco de Los Encinos, también le permitió des- plegar, imperturbable y gozoso, el-arte-de-no-acordarse.

Como cereza en este pastel taurino sanmarqueño con más harina que sazón, la presentación del libro Vida y lidia del toro bravo, del español –mera coincidencia– José Carlos Arévalo, patrocinado por la Asociación Nacional de Criadores de Toros de Lidia y por la Sagarpa. No pos sí y perdonen el tiradero.